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Al caer la noche

Llegamos al Álamo sobre las diez de la noche. Veníamos desde Oviedo, ciudad en la que residíamos. Todos estábamos muy cansados, puesto que el viaje había sido largo y tedioso. Lo primero que hicimos fue bajar las cosas e inmediatamente cada miembro de la familia tomó un rumbo diferente: algunos optaron por irse a la cama, otros por ducharse, mi mujer se quedó en el salón viendo la televisión, y mi hijo mediano y yo decidimos comer algo antes de que él me dejara solo, momento que aproveché para salir al patio, donde una corriente de aire me edificó por completo; tanto que me saqué una coca cola fresquita que traíamos en la nevera portátil y me senté en mi cómoda butaca a contemplar las estrellas.

Tal fue la distensión que adquirí, que me quedé profunda y plácidamente dormido. Sin solución de continuidad mi mente me trasportó en un viaje onírico a un lugar en el que jamás había estado. Me encontraba en la terraza de un hotel junto al puerto marítimo, la noche era agradable, de fondo escuchaba unos ecos musicales que con el paso del tiempo fueron desapareciendo progresivamente hasta que todo quedó sumido en un sepulcral silencio que producía una apacible calma en el lugar, la quietud era absoluta. Mis sentidos se centraron en los barcos amarrados en el puerto, en el rugir de las olas de una playa cercana que intuía pero que no veía y en el oscuro firmamento sobre el que brillaban con inusitado fulgor gran cantidad de estrellas.

De repente apareció no sé de dónde un africano de piel oscura como el ébano. Se hallaba estático en un punto, contemplaba algo fijamente. Enfoqué mi visión hacia donde él la tenía clavada, pero me resultó imposible discernir nada. Pasado un periodo de tiempo indeterminado pero que debió de ser largo, giró bruscamente su mirada hacia mí. Me hizo un gesto con el dedo índice indicándome que bajara, le obedecí; a continuación me indicó otra dirección, hacia la cual me dirigí sin rechistar. Llevaba recorridos unos cuantos metros cuando de pronto se me apareció una mujer de mediana edad, rostro afable y dulce sonrisa. Me agarró de la mano como si nos conociéramos de toda la vida y me llevó a dar un paseo junto a ella.

Durante el mismo hablábamos de cosas triviales pero edificantes, todas nuestras conversaciones denotaban una gran complicidad. El paseo transcurrió junto al mar y la montaña. Charlábamos y reíamos, nos contábamos futuros proyectos que nos gustaría realizar. Llegamos al final del camino, donde el inmenso mar nos impedía seguir caminado. Nos sentamos en un banco a contemplar el peculiar paisaje de mar y montaña. Las estrellas parecían estar a nuestro servicio iluminándonos el maravilloso entorno que nos rodeaba. Acabadas las palabras hubo un silencio y luego nos besamos tierna y apasionadamente, al poco yacíamos desnudos frenéticamente en el suelo salpicados por el agua del mar.

Fue una experiencia sexual irrepetible. Terminada ésta y exhaustos por el esfuerzo, regresamos por el mismo camino por el que habíamos venido. Ella desapareció en el mismo punto donde la encontré, y sin solución de continuidad apenas, volvió a aparecer el hombre que me indicó que la siguiera. Me habló con voz solemne, me dijo que estaba destinado a proporcionarme plácidos sueños cada vez que le viera. Le indagué para saber cuándo le volvería a ver, me dijo entonces que aquel había sido el primero de los sueños y que vendrían más (matizó que no muchos más). Luego añadió que no debía esperarle ni invocarle, ya que él solo aparece cuando nadie le espera. Sin más, me volvió a indicar con el dedo índice que regresara a la terraza desde donde me ordenó bajar; así lo hice sin rechistar. Cuando subí él ya no estaba, provocando que el sueño se disipara al instante, momento en el que me despertó mi hijo mayor.

Historias increíbles es una sección literaria: los textos publicados en ella son pura ficción, y por lo tanto cualquier posible parecido con la realidad es mera coincidencia.

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DAVID MATEO CANO
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