Era el pequeño de siete hermanos y fue el más longevo. Nació el 26 de junio de 1926 en San Sebastián. Ingresó en la Orden Franciscana Capuchina, y como buen franciscano amó a San Francisco de Asís y llevó el Evangelio durante su sacerdocio por múltiples lugares de Sudamérica y España.
Escritor, escultor, pintor, viajero sin equipaje, artista completo, de gran espiritualidad y mucho carácter.
Su mirada era profunda, curiosa, pero no pintaba lo que veía, sino lo que hay detrás de lo mirado.
Poeta de los pinceles, su gran producción artística, llena de exitosas exposiciones, culminará en el museo que se está construyendo en Estella (Navarra). Allí, con un compendio de su abundante obra, será admirado, disfrutado y recordado.
Yo le conocí hace treinta años, cuando vino a casa invitado por mi marido, que le admiró a él y a su obra desde siempre. Cuando charlabas con Antonio, continuamente aprendías; te hacía reflexionar.
Se lo llevó un cáncer y su vejez (logró cumplir los 99 años).
El pasado año se le rindió un sentido y merecido homenaje; allí estaba su abundante familia y estábamos nosotros, afortunadamente él nos consideraba amigos.
Leyó mis libros y le gustaban mis poemas. Una de las cosas que me dijo en la última visita que le hicimos, igual que en anteriores encuentros, es que no dejase nunca de escribir. Decía que yo tenía una pluma muy larga. Creo que le obedeceré.
Querido y admirado Antonio Oteiza, descansa en paz.
Amigo, artista franciscano, / dejaste en tus cuadros la luz de tu mirada, / el color de tu amor por todo. / Huella indeleble, en el barro quedó / el pellizco de tus dedos, / en tus libros tu curiosidad errante. / Llevaste a Dios por donde fuiste, / sincera amistad y generosa entrega, / hablar contigo era un aprendizaje. / Te echaremos de menos, / pero en tus obras, / recordaremos tus ojos curiosos, / tu mente lúcida, / la poesía de tu obra / llena de espíritu y… / belleza.
