Después de cinco años escribiendo sonetos por encargo en esta sección, antiguamente conocida como Versos con lengua tuya, y dado que ésta no da más de sí, pues encorsetarme a un tema que ustedes, queridos y generosos lectores, me brindaban con la mejor de sus intenciones, no es más, a día de hoy, que una cadena que impele más al hastío por repetición que a las ganas (y la gracia, que la tuvo) de librarse de ella, como ocurría al principio y ha durado hasta estos cinco años de oficio. Por ello, anuncio la evolución natural de la sección, que, a la orden de ya, pasa a intitularse como Nadar sabe mi llama (título, por cierto, extraído del Amor constante, más allá de la muerte de don Francisco de Quevedo).
Todo ello lo explico a continuación, con este soneto que inaugura esta nueva sección en la que presentaré sonetos en los que no me ceñiré más que a mi propia voluntad. Gracias por la participación y por su apoyo, y a por otros cinco años (por lo menos).
Un verso más
Nadar sabe mi llama por sí sola,
sin la necesidad de ningún mar;
si tiene una propuesta, haga cola;
lo siento, no me gusta tropezar.
Hastiado por subir siempre a la ola
cualquiera que quisiera el mar brindar,
me agarro a la más sucia farola
si de ella puedo un verso más rascar.
¿Qué pasa? ¿Se me olvidan los poemas?
¿Acaso ya no sé cómo escribir?
Mejor será romper con los esquemas
que, a orejas gachas, tener que admitir
más tarde que no sirven ya los temas
que yo os solicité para escribir.
—
Un saludo,
Javier Báez