Mi fascinación por los puentes viene de lejos. Si hay algo que representa bien la idea de conexión, de enlace, de unión entre dos orillas, es el puente. Una construcción que el hombre ha erigido para superar los accidentes geográficos, para acercar gentes, facilitar el recorrido o recortar distancias.
Admiro la belleza de cada puente emblemático: desde el Tower Bridge londinense, pasando por el Pont Neuf parisino que atraviesa el Sena, o el Puente Gálata en Estambul, que une la parte vieja de la ciudad con la más moderna. Tantos y tantos puentes en el mundo concebidos por una tímida esperanza: ser artífice del progreso de la gente que los cruce. Y así como los puentes materiales, también existen otro tipo de puentes: los puentes-personas. Seres humanos que con su labor humanitaria, artística o intelectual consiguen que pueblos o civilizaciones se encuentren y se abracen. Y para mí, uno de esos puentes siempre ha sido Amin Maalouf.
El escritor y periodista franco-libanés ha sabido fundirse entre Oriente y Occidente y crear una identidad propia, producto del exilio. Con influencias de Albert Camus, Charles Dickens, Stefan Zweig, hasta Omar Khayyan y la poesía árabe, pasando por la traumática experiencia de la guerra civil en Líbano, Maalouf ha ido moldeando su propio puente por el que intenta entender el mundo e invitar a que nosotros entendamos también.
Sus ensayos Las cruzadas vistas por los árabes e Identidades asesinas le han consagrado como referente, siendo elegido en 2011 miembro de la Academia Francesa. Además, ha ganado los premios Príncipe de Asturias de las Letras y el Premio Goncourt. Pero son sus novelas las que más me han cautivado, como León El Africano, Samarcanda y Los desorientados.
El 23 de octubre presentó en Casa Árabe su último ensayo, El naufragio de las civilizaciones, una reveladora mirada hacia un pasado no muy lejano donde el Levante parecía ser el reflejo del entendimiento y la tolerancia. Amin, humanista y afirmativo, piensa que “más vale equivocarse en la esperanza que acertar en la desesperación”.
Sin embargo, no niega que a esta generación le ha tocado vivir las separaciones, el duelo, la intransigencia y el odio. Y advierte de que el ocaso del Levante arrastra al mundo entero. Leer a Maalouf es seguir alimentando la esperanza para frenar el avance de la xenofobia y el extremismo. Sigamos construyendo puentes como mejor sepamos.
LAILA MUHARRAM
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