“Quien tome a diario yema de huevo en ayunas o quien la coma con cebolla picada durante tres días, verá crecer su apetito sexual. Quien hierva espárragos y después los fría con manteca, vertiendo encima yema de huevo con especias aromáticas molidas, y lo tome habitualmente, verá redoblada su potencia sexual y enardecida su voluntad de copular.”
¿De dónde creéis que he sacado este párrafo? ¿Quizá de un artículo encontrado en Google sobre remedios para tratar la disfunción eréctil? ¿O los consejos de algún chamán cuya propaganda aparece en el parabrisas de nuestros coches? Pues no. Ni del aquí ni del ahora. Estas palabras provienen del siglo XV de la pluma de Al-Nafzawi; un sabio, un alfaquí musulmán, un doctor en las ciencias del matrimonio que vivía en lo que hoy es el sur de Túnez y autor de una de las joyas de la literatura árabe clásica en su género erótico: El jardín perfumado.
Si alguien todavía pensaba que en el mundo árabe-musulmán solo ha existido el salafismo, el yihadismo y todos esos conceptos ideológicos retrógrados que han ocupado desgraciadamente muchos espacios informativos durante las últimas décadas, os sorprenderá descubrir que el género erótico clásico es especialmente rico en la literatura árabe.
Y es que la riqueza cultural y la capacidad de crear no son excepciones en la cultura árabe, sino que han sido, desde sus orígenes, su verdadera esencia. La erotología es un género que se remonta a los primeros tiempos del califato abasí y que ha seguido durante siglos, dando como resultado una serie de tratados, relatos, anécdotas y poemas dedicados a la erótica vista desde el mundo árabe.
Según el prólogo detallado y extenso de Ediciones de Oriente y del Mediterráneo, realizado por los traductores Ignacio Gutiérrez de Terán y Naomí Ramírez Díaz, El jardín perfumado responde “al texto de asueto e instrucción que tanto predicamento alcanzaron en los palacios y salones de los ámbitos aristocráticos y acomodados de las urbes musulmanas de la época medieval, desde Bagdad a la propia Túnez”.
Y es que, al contrario de lo que pasa hoy en día, donde todo es tabú y se censura —este libro está prohibido por los ulemas más rigoristas, y si se hallase en público podría ser quemado—, en aquellos tiempos existía una liberalidad basada en el precepto islámico “No hay vergüenza en la religión”, que viene a decir que nadie debería sentirse avergonzado de aprender todo tipo de conocimiento.
Durante la lectura de este libro podréis encontrar, entre cosas, listados de los nombres que se utilizaban para mencionar los órganos reproductivos, de las posturas del acto sexual e incluso afrodisiacos para potenciar su apetito, como el extracto que abre este artículo.
El libro, sin embargo, respira un falocentrismo recalcitrante, siendo preocupante la visión de que las mujeres están “siempre deseosas de un miembro viril de buen tamaño”. Esa y otras ideas del imaginario musulmán acerca de la mujer han provocado, según la feminista árabe Fátima Mernissi, ese empeño de la jurisprudencia en sojuzgarla.
¿Es por tanto un libro que reforzó estereotipos que no tenían nada que ver con la realidad? Espero que, por lo menos, su lectura en la actualidad nos ayude a deshacernos de nuestros propios prejuicios occidentales.
LAILA MUHARRAM
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