A mis abuelos, in memoriam
En las últimas semanas he estado buscando localizaciones en el barrio para el que será nuestro siguiente rodaje “villaverdiano”. El caso es que, quizá por azar, quizá por nostalgia o quizá por nada, mis pasos han ido guiándome por aquellas rutas de mi infancia. Lo mismo iba por la calle Lezo que por Pan y Toros. Naturalmente el ayer venía a mí y recordaba esas visitas a la casa de mi abuela o de mis abuelos. Normalmente, estas visitas estaban acompañadas de una sesión de cine. Si iba a casa de mi abuela Lupe, por alguna razón, terminaba en el Cine Zafiro. Era maravilloso porque la sala seguía su propio ritmo de proyección. Recuerdo sesiones dobles como aquella en la que proyectaron Los ángeles también comen judías junto con Flash Gordon o Kárate a muerte en Bangkok con Polo de Limón. Hoy en día considero al programador un genio anárquico que me hizo aprender mucho cine. Yo volvía ilusionado.
Evoco ese erotismo de Polo de limón junto con las patadas de Bruce. Me encantaba quedarme a dormir en casa de mi abuela, que me tenía preparado mi arrocito con leche. Siempre me preguntaba por la película, pero con Polo de limón tuve que prometer a mi tío que no diría nada acerca del argumento. Yo estaba feliz, por fin veía aquellos cuerpos que solo había visto dibujados en las revistas de El víbora que tenían mis tíos. También me fascinaba cuando reponían el Tarzán de los monos de Weissmüller junto al protagonizado por Bo Derek encarnando a Jane. Aquello fue una revolución.
Para los “cinéfagos” es tan triste caminar por las proximidades del Zafiro sin encontrar la cartelera o gozar de aquel olor que mezclaba el aroma de las palomitas junto con el de aquel producto de limpieza. Tampoco está ya el cine del Carrefour; ése me pilló ya más mayor, pero me trae también recuerdos estupendos. Siempre iba, sin importarme la película. Me he criado entre cines y proyectos de películas. Ahora ya no quedan cines de barrio. Se los han llevado a los centros comerciales, y yo procuro no pisarlos.
Si cuando iba a casa de mi abuela Lupe acudía al Cine Zafiro, cuando iba a casa de mi abuela María y mi abuelo Antonio íbamos al Liceo. Jamás comprendí esa elección, porque vivían más cerca del Zafiro, pero no importaba: el Liceo también me encantaba. En ese extraño orden de proyecciones, junto a mi primo, recuerdo especialmente dos sesiones: una dedicada a Fantasía, de Walt Disney; y la otra a Dersu Uzala, de Kurosawa. ¿Por qué se pondrían? Debía ser el año 82 u 83. ¿Sería el mismo genio programador? Mi abuela, como sabía que a mi primo y a mí nos fascinaba el cine, nos llevaba. No importaba la película, simplemente íbamos, con nuestras palomitas, la merienda y la ilusión. De Fantasía, recuerdo que nos confundió lo poco que se parecía al Mickey que veíamos, pero el impacto nos llegó de la mano de Dersu Uzala. Mi primo estaba más hipnotizado que yo. Aún evocamos aquellas imágenes y cómo a la salida fantaseábamos con vivir en un iglú. Solo años después supe lo que significaron ambas películas. Tiempo después, éramos nosotros los que llevábamos películas a mi abuelo y las comentábamos. En su último cumpleaños le regalé Saraband de Bergman, pero se fue antes de abrirla.
Paseo por Villaverde con cierta tristeza. El año pasado hicimos algunos pases sobre una pantalla en un cine de verano inventado. Sesiones que nos trasladaron a otro lugar. Cine de barrio, tan necesario como ausente. Parece que quieren que estemos alejados del cine, y es una pena. Las noches en un cine de verano eran tan distintas como lo era acudir al cine de barrio. Quizá algún día esto cambie, lo que me temo es que sea a peor. Pero ojalá algún día vuelva a existir un cine, o dos, en Villaverde.
por Iván Cerdán Bermúdez
@ivancerdanbermudez