Mi nombre es Carlos, tengo 31 años, soy alcohólico y hoy no he bebido. Hoy espero poder transmitir mi experiencia acerca del alcoholismo para aquellos que se puedan identificar. Sepan que no están solos, que aun en la más intensa oscuridad hay esperanza, hay una solución.
Mi consumo empezó a los 16 años como el de cualquier otro joven en los tiempos que corren: te invitan a un botellón, a una fiesta cuando los padres se van, de pellas en el instituto, etc. Será por oportunidades… Yo era un chico tímido, tranquilo, introvertido, un estudiante decente, no me metía en líos muy gordos, si hacía algo mal me arrepentía inmediatamente, muy familiar y con un grupo de amigos pequeño. En el instituto todo cambió. Era un sitio nuevo y punto. A a mí me costaba mucho adaptarme a los cambios, pero fue mi elección cambiar de colegio. Me costó el cambio, pero en el fondo todo iba bien, excepto en las relaciones con mis nuevos compañeros. No conseguía encajar, mi timidez y vergüenza me lo impedían. Un día unos compañeros de clase invitaron a tomar unas cervezas, y sin dudarlo acepté. ¡Por fin iba a encajar!
Quedé con mis amigos y probé el alcohol. Fue una revolución interna: me volví hablador, bromista, extrovertido, animado, hablaba y bailaba con las chicas… Vamos, que me apuntaba a un bombardeo. ¡Qué maravilla líquida! Había encontrado la solución a mi problema, a mí mismo. Por fin era parte de un grupo en el nuevo instituto, mi vida ya era completa. Esto parecerá una tontería que se hace de chaval, pero para mí fue el inicio de un consumo que iría con el paso del tiempo en aumento, hasta el punto de que no podía vivir sin él.
En el último año tuve una novia que sufría un acoso brutal por un ex-novio, el cual yo también sufría. Era un acoso constante y abrumador que a mí sinceramente me aterraba. Descubrí que con un par de litros de cerveza en el cuerpo ya no tenía miedo a nada ni a nadie. ¡Otro milagro del alcohol en mí! ¡Me daba el valor que yo no tenía! Esto fue un añadido más. Cada vez que tenía miedo en mi vida, bebía y todos los males se iban. Fui experimentando que cada vez que sentía algo que yo no quería sentir (ira, envidia, celos, tristeza, impotencia, frustración…) el alcohol, como fiel amigo, lo haría desaparecer. También descubrí que cuando me sentía bien (alegre, gozoso, victorioso, tranquilo, relajado…) el alcohol potenciaba esa sensación hasta un nivel de éxtasis.
El alcohol pasó a gobernar mi vida a lo largo de 13 años. Durante ese proceso las resacas eran cada vez más duras física y mentalmente. Me levantaba con remordimientos, vergüenza, humillación, culpa, desesperación y sobre todo con mucho miedo. Empecé a tener lagunas mentales, no me acordaba de lo que había hecho ni de cómo había llegado a casa, si es que había llegado. Una vez más mi fiel amigo vino a sacarme las castañas del fuego. Cada vez que tenía una resaca de ésas (que al final era diariamente) unas cuantas copas aliviaban mi terror y lo convertían en ligereza, tranquilidad y calma. Pero cada mañana volvía a empezar el bucle. Estaba atrapado. Poco a poco fui perdiendo la esperanza, no podía parar. Era mi problema y mi solución, no podía prácticamente salir de mi habitación, un miedo atroz me paralizaba. No sentía ningún tipo de amor por mí ni mis seres queridos, estaba encerrado en mi propia mente, cuerpo y emociones. Tenía el agua al cuello. Un par de veces se me pasó por la cabeza tirarme al vacío y acabar con esto de una vez por todas, pero no lo hice, algo me paró.
Un día, de repente, en medio de una de mis resacas oscuras emergió en mí un pensamiento, una sensación, que decía: “¡Pide ayuda!”. Hice caso a ese pensamiento y empecé a buscar ayuda en internet. Busqué centros de desintoxicación, pero no me convencieron, y sin saber por qué pensé en Alcohólicos Anónimos. Busqué el grupo más cercano, y sin pensarlo dos veces me planté en una reunión pidiendo ayuda. A mis 29 años estaba perdiendo la batalla de la vida.
Me recibieron dos compañeros maravillosos, que me contaron sus experiencias y me invitaron a quedarme en la reunión, si así lo deseaba. En esa sala encontré de nuevo esperanza, sentí que no estaba solo, que ellos habían experimentado el mismo sufrimiento pero que también había una solución. Me transmitieron cariño, amor, empatía, serenidad, paciencia y sobre todo un mensaje de libertad, cosa que yo dudaba de que existiera. Sí señor, ellos eran el ejemplo físico de que se podía, por un día a la vez, frenar esta terrible enfermedad del alma. Eso fue uno de los grandes descubrimientos: que es una enfermedad reconocida por la OMS. Me abrió los ojos de un plumazo. Me contaron que padecíamos una enfermedad mental, emocional, física y del alma. Que hay un programa de recuperación basado en doce pasos y que si deseaba dejar de beber estaba en el sitio indicado. Por fin había llegado a casa, por fin no encajaba en un grupo, sino que pertenecía a dicho grupo, a una comunidad, a un mensaje de esperanza, a Alcohólicos Anónimos.
Carlos
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