Un joven marroquí que peregrina a La Meca tiene un sueño revelador durante su escala en Alejandría, una noche de primavera del año 1326, en casa de un piadoso asceta. Sueña que sobre las alas de un inmenso pájaro alcanza el corazón del mundo musulmán. No saciada su curiosidad, el ave prosigue su vuelo más allá de Dar al-Islam, fuera de los límites de una civilización donde la ciencia, la cultura, el arte y la sed de conocimiento resplandecían haciendo parpadear a la insípida Europa medieval.
Así empezó la leyenda de Ibn Battuta, el eterno viajero que atravesó la tierra de Tánger a China en una épica travesía. En casi 30 años, hasta 1354, recorrió el sureste europeo, Oriente Medio, el centro y sureste de Asia, Rusia, India, Kurdistán, Madagascar, Zanzíbar, Ceilán y las islas Maldivas. En total, recorrió más de 120.000 kilómetros, tres veces más que el veneciano Marco Polo, que viajó por el Imperio mongol a finales del siglo XIII.
Después de regresar a casa de sus viajes, y por sugerencia del gobernante de Marruecos, Abu Inan Faris, Ibn Battuta dictó su relato de viajes al erudito Ibn Yuzayy. Esta narración, que se dio a conocer como El viaje a partir de su redescubrimiento en el siglo XIX, es fantasiosa en algunas partes; pero supone el retrato más detallado que existe de la parte del mundo que recorrió en esa época.
La primera ciudad que le quitó el aliento fue Alejandría y su legendario faro. “Esta ciudad es una perla resplandeciente, una doncella fulgurante con sus aderezos”. Tras visitar El Cairo, recorrió el Nilo aguas arriba, atravesó la península del Sinaí y visitó Palestina y Siria, para llegar a La Meca por primera vez.
Más tarde avanzó hacia Iraq e Irán, pasando por Tabriz, Basora o Bagdad. Luego emprendería un nuevo viaje hacia Yemen y Omán, para alcanzar la costa oriental africana y el golfo Pérsico. Una vez culminado su periplo por el sur, avanzó hacia el noroeste de Rusia y volvió a bajar para desplazarse con las caravanas de la Ruta de la Seda, consiguiendo adentrarse en China e India. Es este último país pasó siete años.
Ibn Battuta se casó y divorció varias veces durante su aventura y se mantuvo fiel a su fe musulmana. Su formación en leyes, heredada de su padre, era reconocida y solían requerirle como alfaquí para resolver disputas.
Quedó asombrado de las costumbres de los jinetes tártaros, que bebían la sangre de sus propios caballos mientras galopaban, y se horrorizó en la India durante la cremación del cadáver de un hombre cuya viuda se arrojó a la misma pira para que su familia alcanzara fama y honra.
En varias ocasiones su vida corrió peligro. Fue atacado por rebeldes hindúes. Después, una tormenta hundió el barco en el que viajaba rumbo a Java, y tras ser rescatado de las aguas fue asaltado por un grupo de piratas. Pudo escapar de la peste negra en Siria purgándose de la fiebre con una infusión de hojas de tamarindo, aguantó una diarrea provocada por un atracón de melones, estuvo a punto de morir por una intoxicación en Mali, conoció de cerca las barbaridades destructivas de los mongoles y padeció los rigores del invierno ruso.
La Rihla de Ibn Battuta es un documento excepcional sobre el estado del mundo musulmán en una de sus épocas de plenitud. Pero sobre todo muestra la pasión exploradora de un hombre que se propuso recorrer con sus pies lo que había visto en sueños volando sobre un pájaro.
LAILA MUHARRAM
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