Sergio Bravo Líndez, delantero centro y uno de los capitanes del C.D. Ciudad de los Ángeles, jugó en el Alcorcón que apeó al conjunto merengue de la Copa del Rey. Repasamos con él su trayectoria
Una calurosa mañana de agosto me acerco por la sede del C.D. Ciudad de los Ángeles, equipo del barrio que por cuarto año consecutivo milita de forma heroica en el Grupo II de la Preferente madrileña. Es probablemente el club más humilde de dicha categoría, a la que ha conseguido llegar con mucho esfuerzo desde “abajo del todo” en un camino iniciado con su fundación en 2003 por un grupo de amigos. Allí me encuentro con uno de sus capitanes, el delantero centro Sergio Bravo Líndez, “Bravo” en términos futbolísticos, al que me dispongo a entrevistar para repasar su carrera, ligada desde 2017 al equipo de su barrio “de toda la vida”, y que ha tenido hitos tan llamativos como haber participado en el famoso “Alcorconazo” o haber jugado en la liga de Hong Kong. Mi entrevistado es un tipo muy majete, y se muestra encantado de contarme todo lo que quiera saber, así que vamos a ello.
¿Cómo empezaste en el fútbol?
Debió de ser a los cinco o seis años. Me acuerdo de ir al colegio aún muy pequeño y después a entrenar. Supongo que empecé por mi padre: él estuvo jugando hasta que yo nací, y luego en cuanto yo pude jugar tomé el relevo. Empecé en Villaverde Boetticher y estuve desde esa edad hasta la categoría Cadete. Ahí, con 14 años, vino a verme un entrenador del Getafe y me reclutó. Aquel año el equipo sénior subió a 2ª División; y claro, entrar en la cantera de un equipo de Segunda estaba muy bien. Estuve allí los dos años de cadete, los tres de juvenil, y uno en el Getafe B sénior, el filial, que estaba en Tercera.
Después pasé un año en San Fernando de Henares, también en Tercera, y a través de un conocido me llamaron para el filial del Alcorcón, pero desde el primer día me empezaron a subir al primer equipo a entrenar. Así, al final estuve dos años en el primer equipo, que estaba en 2ª B con miras a ascender a Segunda, a la que subimos el segundo año. Alcorcón ya era “una cosa seria”: entrenábamos por la mañana, me iba a comer a mi casa y por la tarde a la universidad. El sábado por la mañana también entrenábamos, cogíamos después un avión por ejemplo a Canarias, estábamos allí el sábado por la tarde, jugábamos el domingo y volvíamos a Barajas a las 19:00 o 20:00. Toda una experiencia… A lo mejor jugábamos en Gijón el domingo a las 18:00, luego llegábamos a Madrid en el autobús a las cuatro o las cinco de la mañana, y había veces que aparcábamos a esa hora en Alcorcón y el entrenador nos ponía a entrenar, algo habitual a ese nivel, porque como entrenábamos por la mañana no íbamos a dormir dos horas y luego volver. Yo tenía 21 años, estaba en la universidad, y me iba el viernes de casa, que vivía con mis padres todavía, y no les veía hasta el lunes por la tarde.
El siguiente año, 2009, fue el famoso “Alcorconazo”, cuando eliminasteis de la Copa del Rey a todo un Real Madrid…
Sí, yo estuve en ese partido. Imagínate: a gente como nosotros nos dicen que nos ha tocado contra el Real Madrid y que la semana siguiente vamos a jugar contra Cristiano Ronaldo, Casillas… Y pasamos de estar ahí con tres jubilados viendo el entrenamiento a tener seis o siete cámaras, que ya tienes que tener cuidado con lo que dices… Pero fue espectacular, vamos… En el partido de ida, un día de diario, jugábamos a las diez, y esa tarde estaba aquí al lado con mis amigos, en un banco del parque, comiendo pipas y hablando. De repente miré el reloj y dije: “Anda, son las ocho… Me tengo que ir a jugar contra el Real Madrid” [risas]. Es que nosotros cuando jugábamos en casa no nos concentrábamos ni nada… Llegamos al parking del Alcorcón y ese día no había sitio para aparcar, nadie sabía por dónde teníamos que entrar, los vigilantes que habían puesto no nos conocían… Nos había sobrepasado totalmente.
Y una vez en el partido, ¿qué tal?
Tremendo: ganamos 4-0. Yo estaba en el banquillo, y normalmente salían a calentar solo los titulares, pero ese día salimos todos a dar unos toquecitos. Recuerdo el campo lleno, que teníamos por seguro que íbamos a perder y que nos daba miedo que fuera de mucho y hacer el ridículo, porque además jugaron todos sus titulares. Pero empezamos a meter uno, luego otro, y todo el mundo alucinando: la primera parte terminamos tres a cero.
En la segunda el entrenador nos mandó calentar, y haciéndolo nos juntamos con los otros del Real Madrid. Mis compañeros ya estaban pidiendo camisetas antes de empezar, y yo era muy tímido, pero estaba por allí Van Nistelrooy, que me gustaba mucho como jugador, y tras cruzármelo cuatro veces me decidí a pedírsela. Él me dijo: “No te preocupes: después del partido la intercambiamos”; y yo, cortado, le contesté: “Pero la mía no te la puedo dar”, porque nosotros teníamos una camiseta para toda la temporada. Se empezó a reír, y me dijo: “No pasa nada, yo te la doy” [risas]; y así lo hizo. Por fin salí al campo, y ahí ya es otra cosa: te olvidas un poco del ambiente y te centras en el juego. Yo jugaba entonces por la banda, donde estaban Marcelo y Drenthe, dos tíos físicamente espectaculares, y meterte contra ésos era todo un tema, pero sí que toqué balón y me lo pasé muy bien. Fueron 15 minutos o así, pero se me hizo muy corto.
Las semanas siguientes serían tremendas…
Al día siguiente entrenamos, y estaban hasta las cámaras de Al Jazeera. Todas las cámaras del mundo que te puedas imaginar estaban allí… Pasamos unas semanas, no sé si fueron dos o tres hasta la vuelta, todo el rato abrumados. Claro, el día del partido ya no estaba aquí comiendo pipas, ya nos concentraron: entrenamos por la mañana, nos llevaron a un hotel a comer, echamos allí la siesta y luego nos llevaron al Bernabéu en autobús escoltados por la Policía, todos flipando y haciendo vídeos… Y luego ya, pues imagínate: un vestuario como esta manzana entera, con jacuzzi, piscina… Una barbaridad.
Yo en ese partido no jugué. Y pasó lo mismo que en la ida: los suplentes deseando salir a calentar y así tocar un poco de balón en el Bernabéu. Salimos ahí, y aún no había nadie en el césped, ni balones… Entonces uno que pasaba me dijo: “los ha puesto allí tu preparador físico”, y estaban en la otra esquina del campo. Nadie quería salir, todos cortados… Al final salgo yo y empiezo a correr, el Bernabéu lleno y el campo vacío, y cuando voy por el centro me da por levantar la vista. Solo pensé: “verás tú que me caigo ahora o me pasa algo y todo el mundo se descojona” [risas]. Pero cogí el balón, salieron más jugadores y ahí estuvimos. Luego ya comenzó el encuentro y los primeros cinco minutos no salimos del área, pensábamos que no íbamos a durar tres asaltos… Pero al final se estabilizó el partido, y como cualquier otro de nuestra división: empezamos a estar bien, sin ninguna complicación. Pasó el tiempo, metieron un gol al final, perdimos uno a cero y eliminamos al Madrid. Después nos eliminó a nosotros en la siguiente ronda el Rácing de Santander.
¿Hasta cuándo estuviste en el Alcorcón?
Hasta ese final de temporada: acabamos ascendiendo a Segunda y cambiaron prácticamente todo el equipo. Yo tenía ofertas de irme fuera de Madrid, pero estaba estudiando la carrera y no lo veía claro: prefería acabar mis cosas aquí en Madrid. Entonces fui al Fuenlabrada, de 2ªB, y estuve ese año allí. Luego cambiaron también el equipo porque no nos fue muy bien, y yo decidí ya que iba a seguir en el fútbol, pero no como lo principal. Encontré trabajo y decidí dedicarme a él y seguir moviéndome en equipos de Madrid en los que estuviera cómodo para poder hacer todo lo demás.
Jugaste también en Hong Kong…
Sí, en el Hong Kong Rangers, de la Primera División. Un compañero tenía un hermano allí trabajando y era el fotógrafo de ese equipo en sus ratos libres. Entonces, en torno a las Navidades de 2015, yo jugaba en Preferente, y un día charlando este compañero me preguntó si yo estaría dispuesto a ir si su hermano me conseguía allí una prueba. Yo dije que sí, pensando que seguramente no iba a pasar, pero me llama a la semana y me dice que su hermano me había conseguido la prueba y quedarme si salía bien hasta final de temporada. Le pregunto cuándo y me dice que está mirando billetes de avión y que hay plazas al día siguiente [risas]. Claro, yo tenía aquí mi vida, y eso de irte de un día para otro era una historia, pero acepté. Avisé a mis padres, que también alucinaron, y tuve que prepararme corriendo, hacer compras, y al día siguiente nos fuimos para allá.
Fue toda una aventura… Aquello era otro mundo totalmente distinto a Europa. Al día siguiente ya estábamos entrenando: el entrenador era brasileño, y había dos o tres brasileños más en el equipo y otro español, Iván Zarandona. Imagínate el panorama: el entrenador hablaba en inglés, y había traductores para los distintos idiomas… Solo echar unos tiros a puerta ya era una historia… Al final estuve allí hasta junio, y fue espectacular. Éramos profesionales, estabas todo el día entrenando, y el nivel del fútbol allí es muy físico, porque no son muy buenos a nivel técnico, pero físicamente son espectaculares.
¿Cuándo llegas al Ciudad de los Ángeles?
En 2017. Estaba en otro equipo del barrio de la Fortuna de Leganés, pero ya iba muy quemado. Me habían estado llamando de este equipo, que es muy familiar, había aquí también amigos míos y me decidí. Ya llevo cuatro años, y estoy encantado… Me quieren hacer directivo y todo. Siempre a final de temporada soy el primero que dice que quiere seguir. Este equipo cambia mucho cada año, porque como no podemos pagar a los jugadores, a final de temporada a los que les hacen ofertas se terminan yendo, lo que es normal, pues la mayoría quiere probar suerte con miras a llegar lo más arriba posible. En ese sentido, el equipo es un trampolín excelente, una forma de jugar en una buena categoría y que te vean. Entonces siempre acabamos renovando solo tres o cuatro, y yo encantado de hacerlo.
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Que vengan a vernos los domingos, que nuestro campo es abierto. Y que se animen y se hagan socios: la cuota es mínima, 10 euros al año, y así apoyan al equipo del barrio.