Mª ANTONIA PÉREZ GARCÍA.
Hay personas encantadas de haberse conocido, que hacen creer que saben, pero no; y otras sencillas, que no simples, que pasan desapercibidas, no se manifiestan ni en su aspecto físico, ni en sus poses, ni en su verborrea, y sin embargo, como las suelo llamar, son “sabios silenciosos”. Saben mucho, son cultos, inteligentes y humildes, una combinación tan rara y escasa como maravillosa, a mi entender.
Hace poco tiempo, me ocurrió con un actor de toda la vida, de esos que pasan como de puntillas, y en una entrevista se reveló como un gran erudito y filósofo. Y luego están los que no saben que poseen esos dones, y por ello no afloran. De este tipo de personas se obtienen grandes enseñanzas, no solo de lo que expresan, sino de su modestia. Los refranes, tan sabios ellos, resumen muy bien el polo opuesto: “dime de qué presumes y te diré de qué careces”.
En la escuela, una parte de la labor del docente consiste precisamente en detectar a esos alumnos brillantes que por timidez, presión de su entorno, baja autoestima, no dejan aflorar su gran riqueza cognitiva, para impulsarla y mejorarla, o esas dotes creativas, para encauzarlas.
Nuestra sociedad, nuestro mundo, necesita a esos sabios que hagan avanzar la civilización, que salven vidas, mentes y corazones. La mediocridad se disfraza y se vende, en los medios de comunicación, más a menudo de lo deseable, y se convierte en modelo de adolescentes. Tener un buen referente es importante, sobre todo en la infancia y la adolescencia, cuando se va moldeando el cerebro y se establecen y afianzan valores.
Para finalizar, cito a Erik Varden, persona sabia, formada y espiritual: “…las situaciones que generan angustia y, como cualquier dolor humano, merecen ser tratadas con respeto”. Muchos de esos modelos, poco fiables, se aprovechan de los complejos e inseguridades de los más jóvenes y no tan jóvenes para enriquecerse y tener fama. Establecen unos condicionantes y unos parámetros a imitar que generan más angustia. Las personas sabias saben que cada uno de nosotros somos diferentes, aunque iguales en derechos y dignidad, y debemos gestionar bien nuestras características individuales. Cada cual tiene que hacer sus cestas con los mimbres que le han sido dados. Escuchar y aprender de los sabios, sobre todo de los humildes y desprovistos de presunción, que son libres para ilustrarnos, es importante, es vital.