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Realidad inducida

Hace unos meses me llamó mi ex-pareja, con la cual a pesar de nuestra ruptura sigo manteniendo una relación cordial. Estaba desesperada y no sabía ya qué hacer, de modo que quiso reunirse conmigo, puesto que tenía un grave problema. Nos encontramos en una cafetería próxima a su casa. Nada más verla noté su rostro demacrado y a ella bastante desmejorada.

Poco a poco me fue contando lo que la sumergía en un hondo pozo de tristeza. Curiosamente el problema lo tenía su hija Sandra, quien había acudido a varios eventos de realidad virtual, aunque para ser más exactos habría que decir que solo había acudido a uno, pero en repetidas ocasiones: estuvo yendo durante dos meses ininterrumpidamente día tras día, hasta que la cosa se le fue de las manos y fue engullida por el propio espectáculo. Me comentó Lucía que su hija llevaba 15 días sin salir de casa debido a un fuerte trastorno psicológico: creía vivir en un rincón de la India, un poblado que estaba habitado por una misteriosa civilización.

Ante semejante historia y al ver la angustia de Lucía al contármelo, la rogué que me llevara a ver a su hija. Al entrar a casa mi ex-mujer fingió naturalidad e indicó a su hija que venía a verla. Sandra me saludó diciéndome que me escuchaba pero que no me veía a pesar de que me tenía a escaso medio metro de distancia. Fui haciéndola preguntas, primero acerca de ella, de cómo se encontraba: dijo sentirse feliz y dichosa. Poco a poco fui adentrándome en el tema que me había llevado hasta allí. La pregunté sobre el lugar donde se creía encontrar; me lo describió con gran lujo de detalles: vestimenta, costumbres, habitantes, paisajes circundantes, así como los animales que convivían con ellos. El detallismo de aquella civilización me pareció tremendamente metódico.

Abandoné la casa indicándole a Lucía que intentaría indagar sobre el asunto, así como ayudarla. Durante dos semanas seguidas fui a ver a Sandra. Quise recabar toda la información que me fuera posible sobre las fantasías que había dentro de su cabeza, anoté tantos datos como pude a la vez que grabé conversaciones enteras. Con toda la información en mi poder intenté documentarme al respecto. El lugar donde creía estar se encontraba al suroeste de la India, sin embargo por más que busqué y busqué, pregunté y pregunté, no conseguí ninguna evidencia al respecto: todo había sido creado de forma ficticia por la empresa que diseñó el programa de realidad virtual.

Sandra se movía por la casa sorteando obstáculos inexistentes, de manera que para que no tropezara con nada real tuvieron que adaptar la vivienda a lo que creía ver. La comida y la bebida se la dejaban siempre en el mismo lugar, el servicio también se lo delimitaron para que pudiera usarlo sin percances. En su ficticio poblado no hacía gran cosa, tan solo pasear y contemplar el cielo y las montañas, que en realidad no eran otra cosa que el techo y las paredes de su casa. Llegada la hora de acostarse se iba a dormir a su habitación en lo que ella creía que era una cama hecha de paja, junto a la que siempre había un par de bueyes a los que llamaba por su nombre y que no eran otra cosa que dos fotografías suya y de su madre. Una cosa que me llamó poderosamente la atención desde el principio fue que nunca se quejaba ni mostraba malestar alguno por nada.

He de decir que el caso es realmente singular, han acudido a verla diferentes facultativos, tanto psicólogos como psiquiatras que la medican con regularidad. Su madre y todos los amigos que la visitan intentan hacerla ver la realidad, pero sin conseguir progreso alguno: ella vive en una nube de felicidad mientras los que la aprecian se consumen en una angustiosa melancolía. No me cabe duda de que si no encuentran solución al problema sus padres acabarán perdiendo la cabeza como ella o muriendo de pena. Es una situación asombrosa a la vez que triste, desgraciadamente ha perdido la razón por completo.

Historias increíbles es una sección literaria: los textos publicados en ella son pura ficción, y por lo tanto cualquier posible parecido con la realidad es mera coincidencia.

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DAVID MATEO CANO
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