Desde las 0:00 del pasado 26 de junio, ya no es obligatorio en nuestro país el uso de la mascarilla en exteriores siempre que se pueda guardar la distancia de seguridad. Y como no podía ser de otra forma, la llegada de esta nueva etapa en la pandemia de COVID-19 provocó en muchos lugares el lógico estallido de júbilo, por lo que ello supone de hito en el camino hacia la “normalidad” perdida y por lo incómodo de dicho elemento de protección, cuyo uso no le gusta a casi nadie aunque la gran mayoría comprendamos y agradezcamos su utilidad. Estallido de júbilo que, como suele ocurrir, tuvo bastante de precipitación, pues no fueron pocas las personas que se dieron el gustazo de tirar su mascarilla a la basura más próxima para luego darse cuenta, con la consiguiente cara de bobos, de que la necesitaban para entrar al baño del bar o al transporte público para volver a casa. Ay, cabecitas…
En fin, llegados a este punto, no está de más recapitular para darnos cuenta de dónde estamos, cómo hemos llegado aquí y qué cabe hacer a partir de ahora. Y a este respecto pienso que lo primero que hay que decir es que efectivamente lo peor de la pandemia ha pasado, gracias a que ya hay mucha población vacunada (y entre ella la práctica totalidad de la que corría un riesgo mayor) y el ritmo de vacunación diaria es bastante elevado, pero también a las precauciones que llevamos más de un año adoptando, que han tenido como consecuencia que haya mucho menos coronavirus en circulación. Una de las más efectivas de estas precauciones ha sido la mascarilla, a la que debemos por tanto agradecer haber alcanzado este hito.
También es necesario recordar que la mascarilla sigue siendo obligatoria en interiores en todo caso; y que en exteriores, siempre que no sea posible guardar la distancia de seguridad, también hay que ponérsela. Aunque la cosa está mejor, hay más gente vacunada y menos virus pululando por ahí, la pandemia aún no se ha erradicado. Sigamos por tanto haciendo uso del sentido común para no tener luego que lamentar habernos confiado demasiado. Con suerte y maña, a esto solo le falta un empujoncito más: démoslo entre todos y pronto lo podremos celebrar como merece.
Y una cosa importante: la mascarilla no es obligatoria, pero tampoco está prohibida, y cada cual es libre de usarla o no. Al igual que muchos de nosotros aprovecharemos esta ocasión para respirar todo el aire libre que podamos sin una tela de por medio y nos sentiremos felices de poder hacerlo, también habrá mucha gente que se resistirá a quitarse la mascarilla por precaución, miedo o costumbre. Y unos y otros tendremos el mismo derecho a hacer una u otra cosa sin que nadie venga a molestarnos. Por ello, no me parece ocioso insistirles en la idea de que el respeto y la comprensión son la clave de la convivencia, vecinos. Ojalá nadie olvide sobre todo esto último, no solo para lo apuntado sino como criterio general de conducta, pues así seguro que nos irá mucho mejor.