Begoña González de Garay lleva años impartiendo clases de musicoterapia a niños y personas adultas. Ahora lo hace desde Arquitectos de Sonidos, centro pionero en Madrid de educación musical inclusiva
ANNABELLA MARTÍNEZ
A Begoña González de Garay se le nota la pasión por la música desde que comienza a hablar de Arquitectos de Sonidos. Lo hace despacio, con musicalidad, y se emociona cuando habla de inclusión, algo que conoce bien. “Yo estoy aquí por mi hijo Dani”, explica.
Begoña cursó la carrera de música hace más de 15 años. Lo suyo fue pasión desde pequeña, y tocaba varios instrumentos (guitarra, piano), pero la vida le llevó por caminos profesionales bien diferentes. Hace 11 años todo cambió. Tuvo a su hijo Dani, y todo iba bien hasta que, a los diez meses, el niño sufrió un ictus y pasó por un postoperatorio complicado que lo tuvo tres meses en la UCI. “Tuve que reestructurar mi vida por completo —cuenta—. Yo entonces trabajaba en el aeropuerto, a turnos, imagina. Dejé el trabajo y me dediqué por completo a él, que tuvo que pasar por una rehabilitación durísima”. Begoña compaginó estos cuidados, que implicaban asistir a terapias a diario, con el estudio de un máster en Neuropsicología, otro en Autismo y estudios diversos sobre diversidad funcional o inclusividad, entre otras materias.
“Después de toda aquella formación específica y de mis conocimientos, decidí que quería orientarme a la docencia”, explica Begoña. “Hace siete años, la Asociación Vecinal Independiente de Butarque (AVIB) me dio la oportunidad de ofrecer clases de musicoterapia en su local. Era una cosa muy modesta, un espacio pequeñito pero acogedor en el que crecí mucho y descubrí que me quería dedicar profesionalmente a esto”.
A partir de ahí, Begoña comenzó a trabajar con niños, adolescentes y adultos, dando clases de atención temprana y musicoterapia en colegios y centros para personas con discapacidad psíquica y motora, no solo en Villaverde, sino en Vallecas, Carabanchel, Moratalaz o localidades como Paracuellos del Jarama, Coslada, o Torrejón, al tiempo que veía cómo el alumnado de la asociación vecinal crecía. “Fue una época muy intensa, yo iba todo el día con mi coche cargado de instrumentos arriba y abajo. Era muy gratificante pero a veces también muy duro, por algunas situaciones que vivía y que tan bien entendía”.
‘He vivido cosas emocionantes,
como un niño autista que dijo aquí sus primeras palabras o una
persona invidente que cumplió
su sueño de tocar el piano’
Asegura que ha sentido muchas veces la discriminación: “estoy segura de que a veces más por ignorancia o miedo que por otra cosa”, matiza. “Mi hijo tiene una gran hemiplejia en una parte del cuerpo, y cuando lo quise apuntar a natación no lo quisieron coger, pero porque a la monitora le daba miedo por si le pasaba algo”. Estas actitudes también las ha vivido como docente. “Si un niño tiene un solo brazo y quiere tocar la guitarra, no le puedes decir que él no puede tocar la guitarra, tendrás que adaptar el instrumento para que lo pueda tocar, pero… ¿por qué no va a poder? O una persona invidente, en este caso adulta, que me dijo que su frustración era no haber podido nunca aprender a tocar el piano. Por eso siempre he tenido muy claro que la palabra inclusión estaría presente en todo lo que hiciera”.
Educación musical inclusiva
Y así fue. Hace menos de un año en Butarque le salió una oportunidad “de ésas que no se pueden dejar pasar”. “Había crecido y tenía mucho alumnado como para poder seguir impartiendo las clases en la asociación vecinal, necesitaba más espacio, más horas, y vi un pequeño bajo que reunía los requisitos de lo que yo necesitaba”. Así nació Arquitectos de Sonidos en mayo de este año, una aventura que cuenta ya con 225 personas usuarias.
Este espacio multidisciplinar, formado por musicólogos, musicoterapeutas profesionales, psicólogos o terapeutas ocupacionales, se ha convertido en un centro pionero en la ciudad de Madrid, en el que se ofrece por una parte formación musical inclusiva y por otro lado musicoterapia, todo ello de forma individualizada o grupal. “Las personas que trabajamos aquí tenemos muy claro que nuestro objetivo es enseñar a que los niños y niñas aprendan a disfrutar y sentir la música, que el instrumento que elijan sea una herramienta que les ayude en su vida, para socializar, para expresarse mejor, para tratar problemas de nerviosismo o inquietud, para trabajar la soledad o la tristeza…”.
“No de ser el mejor, no se trata de tener una técnica perfecta o que lo que toquen suene espectacular —insiste—, porque para eso ya está la educación musical convencional. Eso no quiere decir en absoluto que no tratemos los clásicos, por supuesto, pero no educamos para ser Mozart o Paco de Lucía: para eso ya están los conservatorios”.
Begoña no pierde la sonrisa ni por un minuto, ni siquiera cuando habla de situaciones duras que ve en el centro, pero se emociona al hablar de pequeños logros. “Que un niño que no tenía lenguaje verbal dijera aquí sus primeras palabras, o ver a una persona invidente tocar el piano cuando pensaba que nunca lo podría hacer, es algo maravilloso, que hace sentir que todo lo que haces vale la pena”. Por eso ella lo tiene tan claro cuando asegura que espera poder poner su granito de arena en la diversidad funcional muchos años “y seguir apostando por una educación musical inclusiva, donde todo el mundo tenga cabida, porque se trata de sentir y disfrutar la música, y sacar lo mejor de ella para aplicarlo en nuestras vidas”.
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