En primavera, como todos los años, los vencejos llegan a sus lugares de cría en nuestras ciudades y barrios, alegrando los cielos con su algarabía y vuelos, persiguiéndose unos a otros en lo que recuerda al juego del “pilla-pilla” de nuestros canijos. Es el preámbulo de la temporada de cría, el único momento del año en el cual los vencejos dejan de volar (pasan la vida en el aire) para buscar un resquicio o agujero donde hacer un burdo nido y depositar sus huevos para sacar los pollos adelante, alimentándolos con insectos que capturan en el aire. Durante los 165 días que vivirán en el distrito de Villaverde, cada vencejo habrá consumido unos 214.500 insectos. ¡Éste sí que es un vecino beneficioso!
Hace años, sus lugares preferidos eran los edificios de piedra, en huecos libres entre ellas, los huecos de mampostería de ladrillos y debajo de las tejas de barro de las numerosas casas antiguas. Ahora, los huecos entre piedras se han tapado, los tejados han cambiado y la tecnología constructiva no deja lugar a otros habitantes que no sean los humanos. Los vencejos deben conformarse con los pocos sitios adecuados que les hemos dejado u olvidado y otros lugares nada adecuados para criar, como juntas de dilatación entre edificios y tejados con protección metálica o plástica, etcétera.
Estas malas condiciones de cría, unidas a los picos de calor extremo de este año, han obligado a los pollos a salir antes de tiempo, incluidos los que no están aún emplumados, y precipitarse fuera de esos malos habitáculos para caer al suelo, donde, aunque pudieran por el desarrollo de sus plumas, no pueden elevarse y volar, ya que sus pequeñas patas y largas alas hacen imposible el impulso inicial. Quedan pues a expensas del suelo, del sol, de la falta de alimento, de los predadores urbanos, de las hormigas, del hombre…
Vecinos concienciados, al encontrar los vencejos en el suelo, no han dudado en recogerlos y llamar inmediatamente a los servicios pertinentes para su traslado a los Centros de Recuperación (GREFA, CRAS, BRINZAL). No se los puede quedar uno en casa, pues es una especie protegida y requiere, además, unos conocimientos muy específicos para su cuidado. No obstante, ha sido tal el calibre de vencejos necesitados de ayuda que han colapsado dichos centros. En Madrid, en una sola semana han ingresado unos 8.000, que requieren además una atención casi individualizada y un trato especial. Ha sido necesario instruir a un nutrido grupo de voluntarios para echar manos, sobre todo a la hora de darlos de comer con su especial dieta, estrictamente de materia animal pero que varía a lo largo del crecimiento para que tengan asegurada la supervivencia a la hora de soltarlos. Solo hay un intento, y no se puede fallar, pues desde un lugar alto se deja que se tire para volar por primera vez, y ya no dejará de volar durante al menos dos años.
Quizás, lo que ha ocurrido con los vencejos este año no haya sido malo del todo, pues ha levantado conciencias: todo el mundo habla de ello, ha hecho participe a la ciudadanía de la recuperación y salvamento de los vencejos y se ha formado a muchas personas que podrían ver en lo que han hecho no solo la satisfacción de ayudar, sino unas nuevas vocaciones en la conservación y defensa de la naturaleza.
De todas maneras, la solución no es la localización, recogida, traslado, atención veterinaria, mantenimiento, alimentación, recuperación, rehabilitación y reintegración a su medio natural, el aire. Esto es un remiendo de urgencia. La solución es evitar los motivos y las causas por las que nuestros vencejos se ven obligados a “suicidarse”, y esto conlleva seguir luchando contra el cambio climático; aprender a compatibilizar nuestras obras y reformas arquitectónicas con la vida de los “otros vecinos” que dependen o viven en las edificaciones; complementar los edificios construidos, en especial los públicos, con nidales debidamente integrados que ayuden a nuestros “mosquiteros urbanos” (vencejos, aviones, golondrinas, y murciélagos) para que sigan criando cada primavera y ser nuestros aliados en la lucha contra las plagas y vectores de enfermedades. En el caso de los aviones y las golondrinas, también deberíamos proporcionar en puntos determinados pequeñas zonas donde ellos puedan acopiar y recoger barro con los que construir o reconstruir sus nidos. Técnicas, métodos y modelos existen; conocimientos, también; solo nos falta la voluntad y el soporte de nuestras instituciones y el apoyo vecinal. ¡Querer es poder!
RAÚL MARTÍNEZ | @VillaverdeAmbi2