“El pueblo que no tiene literatura es un pueblo mudo”. Esta brillante cita de Miguel Delibes se podría completar con el añadido “y sordo”. Porque la sordera selectiva hace que no escuchemos lo importante que otros cuentan. Aquellos que solo hablan y no escuchan, no aprenden y además responden al refrán “la carreta vacía es la que más suena”.
Es importante leer, básico diría yo para conocer aquello que está en otros. Necesitamos conocernos personalmente para saber lo que queremos y lo que precisamos, para realizarnos y estar bien en nuestra piel. Pero acercarse a los sentimientos y pensamientos de otras personas nos da unas perspectivas nuevas de todo. Y además alivia ese mirarse constantemente a uno mismo (ego o yoísmo) y empezar a mirar al tú (empatía). Hay momentos sordos y momentos mudos, en los que omitimos lo que está o estaría en nuestra mano hacer pensando en las otras personas. Jugamos, a veces inconscientemente, con los sentimientos ajenos, y eso puede llevar a algunos a encontrarse mal.
Estuve hace unos días casualmente en el funeral de un joven cuya muerte fue absurda (dicho por su propia hermana): el suicidio de una persona deprimida. La depresión, enfermedad dura y cruel donde las haya, termina, desgraciadamente en ocasiones, en la autodestrucción.
No estamos ahí cuando a lo mejor nos necesitan. Quizás no se pueda hacer nada, solo estar y que la persona enferma lo sepa. A lo mejor hay que escuchar, para que el otro se sienta mejor o note que interesa a alguien. Quizás se pueda verbalizar nuestro apoyo o dar un ofrecimiento de ayuda. Pero nunca la callada por respuesta, y menos cuando nos han interpelado previamente pidiendo auxilio.
Ya les he contado en más de una ocasión cómo me influyen los detalles, para bien y para mal. Me emocioné hasta las lágrimas cuando yendo en un autobús abarrotado una joven se levantó rauda (aunque estaba sentada en un asiento azul, no verde de preferencia) cuando me vio llegar a su altura. Me emociona ver que una amiga está pendiente del resultado de mis pruebas médicas. Me emociona cuando alguien me desea feliz día o verano, de corazón, no como fórmula social. Me están emocionando los testimonios de lectores de mis libros, sobre todo de la novela. Me emociona que un vecino me diga que es un orgullo tener una escritora en el bloque.
Dejar de ser parte de los tres simios (no querer ver, no querer oír y callar) sería una buena manera de evolucionar en nuestras vidas y nuestra convivencia. Tenemos la obligación de mejorar durante la existencia: ayudar más, ser mejores personas, comprometernos con causas justas, respetar y concienciar. Podríamos evitar tantas decepciones, tantas amarguras, e incluso tantas depresiones que pueden desembocar en suicidios.
Dice un proverbio judío: “Quien salva un alma salva al mundo entero”. ¿Cuántas almas hemos salvado? ¿Cuántas salvé yo en sesenta y dos años de vida?
Preguntarse, un ejercicio sano. El que pregunta puede aprender. Hay respuestas que no convencen, pero al menos nos focalizamos en el proceso de cualquier empresa emprendida, porque el resultado no está en nuestras manos.
Cuidemos la literatura, para no ser un pueblo mudo. Y cuidemos a otros, para no ser personas ausentes permanentemente.
Foto: BPE Teruel



