MARIANNE VOGLER.
La cita tuvo lugar el pasado 18 de enero en el preciado sótano de la Librería San Tarima, situado en la calle Magdalena, cerca de donde vivió Miguel de Cervantes y posiblemente el lugar más valleinclanesco e hipnótico en el que se puede presentar un libro. Un segundo poemario entraña un riesgo superior a un primero y más, si el debut ha funcionado. Rocío estaba inquieta, pero a su lado estaba el maestro César López Llera, por lo que nada podía salir mal.
Ensueño eterno es un volumen unido al anterior pero del que se distancia restando cierto impulso y añadiendo calado. Este Cancionero que conforman los dos libros —como matizó López Llera— consta de dos partes, la primera envuelta en el desahogo mientras que este segundo avanza en lo que es el proceso compositivo. Soldevilla es una poeta generacional, y como tal se preocupa de la realidad, de su momento, de lo que es y de lo que no deja de ser. Como explicaron de forma maravillosa, Soldevilla no se queda en la superficie, se adentra en el fango emocional y rastrea en sus demonios para asumirse en quien es, sin disimulo, con entereza y sin ocultar sus propios interrogantes. La línea de la poeta es clara, y eso ya demuestra una personalidad que no flaquea y no resulta sencillo, porque se expone, pero… ¿qué es la creación? Exposición a cara descubierta. Se agradece, y mucho, en estos tiempos en los que es más peligrosa la autocensura que la censura en sí misma. De autocensura Rocío no sabe nada y la denuesta, porque es una lacra que va en aumento.
Entre las palabras del maestro se insertaban los poemas de la autora que leía con temple, seducción y encarando al público, mirándole, guardando los tempos, acariciándolos, mimándolos. Hay que ser coherente y mencionar que esa aparente sencillez que pueden tener, en apariencia, los versos, forma parte de un camuflaje en el que, si se escarba ligeramente, se deduce el inmenso trabajo que hay tras ellos.
En la cueva los ruidos quedan alejados y eran solo las voces de los maestros de ceremonias los que iban guiando una presentación que fue ganando enteros. Los nervios se fueron quedando atrás para dar paso a un Ensueño eterno que se desgranó con habilidad y sin petulancia alguna. López Llera, con su batuta, fue generando curiosidad e inquietud para que los asistentes recurriesen al poemario en privado. Las conversaciones entre poeta y maestro se enriquecieron y se desgranaron temas como las influencias, la inconsciencia, la autoría y el rebatir a poetas consagrados. Soldevilla, también crítica literaria, demostró humildad creativa y diseccionó su forma de afrontar la creación. Ensueño eterno se gestó a lo largo de dos años, de ahí que el poemario avance y es un acierto que su autora no haya querido jugar con la estrategia del orden en el aspecto formal. Los poemas siguen el riguroso orden del tiempo en el que fueron creados, de ahí que sea un viaje emocional muy significativo.
Al llegar el turno de las preguntas el nivel de intensidad de la luz bajó y afloró la emoción. La autora, al igual que sus textos, no se escondió y, con valentía, respondió a cada una de las cuestiones llegando a emocionarse y emocionando a los asistentes. Como coda se le solicitó a la autora que leyese su último poema, que resultó ser del día 17.
Ensueño eterno se presentó de modo entrañable y se masticó poesía de alto calado en un lugar que agarra y que desgarra como los versos que lo conforman. Léanla, merece una lectura o dos. Mientras tanto, releo en bucle El lápiz.