Estaba tendiendo la ropa, una actividad tan prosaica y exenta de glamour como necesaria, cuando se partió la pinza con la pequeña presión de los dedos. El sol cuartea el plástico y las hace frágiles y quebradizas.
Eso pasa con las personas que sostienen a otras personas: cuidadores, tutores, padres… Después de mucho sostener, llega un momento que “crac”, se rompen. ¿Esto se evitaría de alguna manera? ¿Quién cuida al cuidador? Son preguntas que nos hacemos, creo, muchos; los que somos o hemos sido pinzas y los que no.
Para cuidar es necesario seguir un entrenamiento físico y emocional muy grande. Y en la mayoría de los casos, por falta de tiempo o cansancio, se va un poco a pelo, y de ahí que haya tantos cuidadores quemados o se dé el síndrome del cuidador.
Cuando alguien dice “eres el pilar de la familia”, el que sostiene igual podía decir “eres la pinza que soporta, que sujeta, que cohesiona”. Una responsabilidad en ocasiones abrumadora, no siempre bien reconocida; en la mayoría de los casos, no.
En una sociedad que huye de los compromisos, este del cuidador es uno de los más exigentes. Pero si somos progenitores, no tenemos más “remedio” que cuidar a nuestra prole. Igualmente, si somos hijos, tenemos el deber moral de cuidar de nuestros padres, en mayor o menor medida. Delegar en otros los cuidados, a veces, es inevitable, pero no llegando a lavarse las manos, como si el problema no fuese con uno. Todos hemos visto ponerse de perfil a algunas personas con ese familiar dependiente por edad, enfermedad u otros motivos.
Hasta en las parejas, uno es más pinza o más dependiente que otro. Valorarlo y agradecerlo también es necesario. En la escuela, incluso, se ven casos de niños que miran por compañeros más vulnerables, los protegen y defienden. Si suponemos que no necesitamos de nadie y creemos ser totalmente independientes, ¿qué ocurrirá cuando seamos dependientes? Porque eso llegará, a menos que no lo podamos contar.
Saber aceptar la propia dependencia también es un arte y cuesta trabajo. La vulnerabilidad es difícil de asumir y hay que entrenarla. Nuestro ego se resiste.
