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Villaverde Activa y la COVID-19

El impacto de la COVID-19 sobre nuestras vidas no tiene precedentes. A los efectos más evidentes sobre la salud, la economía o el empleo se unen otros muchos de los que vamos teniendo conocimiento según pasan las semanas o cuyas consecuencias iremos viendo en el futuro próximo. En nuestros barrios, en toda España y en el resto del planeta.

Entre esos de los que no se habla tanto -más bien de los que se ha dejado de hablar- está el cierre de los centros educativos. En Asamblea de Cooperación por la Paz, donde consideramos la escuela como el mayor igualador social que existe, miramos con preocupación las consecuencias que esta medida está teniendo sobre los niños y niñas y jóvenes, especialmente de las familias más vulnerables. En este sentido, consideramos que ahora más que nunca el Estado tiene la obligación de dar respuesta a las necesidades del alumnado y de las familias en su totalidad, reforzando planes de apoyo y compensación educativa integrales que garanticen que cualquier alumno o alumna, en cualquier hogar y en cualquier situación social pueda tener las mismas oportunidades de aprendizaje y de desarrollo personal.

Pero el cierre de colegios, institutos y universidades ha tenido otros efectos colaterales. Las aulas son también uno de los espacios en los que trabajamos las organizaciones de la sociedad civil, contribuyendo a construir una ciudadanía activa y comprometida con el cumplimiento de los Derechos Humanos. Decenas de ONG han tenido que paralizar, en consecuencia, sus proyectos  educativos. ACPP es una de ellas.

Desde 2018 trabajamos en Villaverde a través del proyecto #VillaverdeActiva que tiene como objetivo principal mejorar los valores relacionados con la paz y la no violencia, la solidaridad, los Derechos Humanos, la equidad de género y el respeto a la diversidad entre la comunidad educativa del Distrito.

Durante este periodo hemos realizado numerosas actividades en los centros educativos de Villaverde para fomentar la igualdad de género, combatir la discriminación y los prejuicios y dar a conocer la economía social y solidaria para contribuir a la construcción de un entorno socioeconómico y ecológicamente más sostenible. Algunas de ellas las hemos contado en este mismo medio. Poco antes de la llegada de la pandemia a España organizamos una actividad de “aprendizaje cooperativo”. Nuestro objetivo era fomentar la reflexión por parte de los y las jóvenes sobre determinadas temáticas habituales entre ellos y ellas. Por ejemplo, las adicciones.

Organizamos una serie de talleres, que tuvieron lugar en el IES Villaverde, en los que se trabajó sobre este tema desde un punto de vista farmacológico y biológico, fomentando el conocimiento y sensibilización de los y las jóvenes e incorporando otros enfoques alternativos al de la simple prohibición. Los y las participantes conocieron la farmacología básica del alcohol, tabaco y cannabis, recibieron información sobre los riesgos asociados al consumo y conocieron pautas de manejo en situaciones de riesgo.

Se hizo hincapié en los efectos y consecuencias sanitarias y biológicas que tienen estas sustancias sobre el organismo de las personas que las consumen y se desmontaron algunas ideas o falsos mitos que circulan entre las personas jóvenes y que habitualmente se utilizan para minimizar los riesgos del consumo.

Pero el trabajo no sólo se realizó desde un enfoque individual, sino que se incorporaron al debate los efectos sociales que supone el uso continuado de sustancias adictivas. Todos y todas las alumnas involucradas en las charlas contaron sus propias experiencias y punto de vista y se mostraron muy interesados en la temática.

Como decíamos, poco después de esta actividad, la llegada de la COVID-19 paralizó #VillaverdeActiva. Pero esperamos que pueda volver el curso que viene. Cuando el alumnado y el profesorado regresen a las aulas retomaremos nuestro proyecto. Todavía nos queda mucho por hacer. Seguiremos con nuestro programa de tiempo social por moneda en el que participan varios establecimientos del Distrito, queremos hacer un intercambio entre jóvenes de Marruecos y Villaverde y lanzaremos una guía para que el profesorado pueda llevar a las aulas temáticas relacionadas con su entorno socioeconómico y las estructuras y fórmulas existentes para el trabajo en red, la participación democrática o el sistema de bienestar.

Todo ello con el objetivo final de seguir con la construcción de una ciudadanía activa y comprometida entre la juventud de Villaverde.

Equipo de ACPP Madrid

Vuelve el cine de verano a Villaverde

Auditorio municipal El Espinillo: Calle Tertulia, 5. (El Espinillo)
  • Viernes 31 de julio a las  22: 15 horas:  Men in black. (No recomendada para menores de 7 años).
  • Sábado 15 de agosto a las 21:45 horas:  Hotel Transilvanya 3 / Padre no hay más que uno. (Todos los públicos).
  • Sábado 5 de septiembre a las 22:15 horas: Peter Rabbit. (Todos los públicos).

Parque Huerta del Obispo: Calle Palomares 34 (Villaverde Alto)

  • Jueves 30 de julio a las 22:15 horas: Spiderman lejos de casa. (No recomendada para menores de 7 años).
  • Jueves 27 de agosto a las 21:45 horas: Pokemon detective Pikachu.(Todos los públicos).  Ha nacido una estrella ( No recomendada para menores de 12 años).
  • Jueves 10 de septiembre a las 22:15 horas: Blade Runner (No recomendada para menores de 12 años).

Plaza de los Pinazo: (San Cristóbal de los Ángeles) 

  • Sábado 1 de agosto a las 22:15 horasEl mejor verano de mi vida.(Todos los públicos).
  • Sábado 22 de agosto a las 21:45 horas: Lego 2. (Todos los públicos) /  Anacleto agente secreto ( No recomendada para menores de 16 años).
  • Sábado 12 de septiembre a las 22:15 horas: Jumanji: bienvenidos a la jungla. (No recomendada para menores de 7 años).

 Pistas polideportivas Marconi (Colonia Marconi)

  • Sábado 8 de agosto a las 22:15 horas: Kong: La Isla Calavera .(No recomendada para menores de 12 años).
  • Sábado 29 de agosto a las 22:15 horas: Este niño necesita aire fresco. (Todos los públicos).
  • Martes 15 de septiembre a las 22:15 horasSúper agente canino. (Todos los públicos).

Parque de la Amistad (Villaverde Bajo)

  • Jueves  6 de agosto a las 22:15 horas: Aladdin (Todos los públicos).
  • Jueves 13 de agosto a las  22:15 horas:  Spiderman un nuevo universo (No recomendada para menores de 7 años).

Parking del Centro Cultural Los Rosales (Butarque)

  • Jueves 20 de agosto a las 22:15 horas: Perdiendo el este (No recomendada para menores de 7 años).
  • Jueves 27 de agosto a las 21:45 horas: Ballerina (Todos los públicos) /  Wonder woman (No recomendada para menores de 12 años).

Escaramuza, rock libertario del sur de Madrid

Escaramuza es un potente grupo de punk rock (o como ellos se definen: de “rock libertario”) formado en el sur de Madrid allá por el 2009. Los traemos hoy a este espacio porque hemos detectado movimiento en torno a la banda, andan atareados con nuevos proyectos, y queremos avisaros con tiempo para que estéis atentos y no os perdáis todo lo interesante que en breve nos van a brindar.

Pero recapitulemos… Once años de carrera dan para bastante, y obviamente el grupo ha tenido oportunidad de curtirse en directo y tiene ya un recorrido. Nos lo confirma Santi, su cantante: “Hemos hecho más de 200 conciertos en todo tipo de salas: pequeñas, grandes… festivales pequeños y grandes, muchos centros sociales…”. Esto nos da otra clave sobre Escaramuza: son gente comprometida, algo que se nota en sus letras y en su actividad. Por estos lares ya les conocemos, pues también se mueven por nuestros barrios, terreno natural para ellos, destacando su participación en las recordadas jornadas del Ateneo Libertario de Villaverde en 2016, junto con otras bandas, a beneficio de distintas causas sociales del Distrito.

En cuanto a material publicado, tienen ya dos discos en su haber, El rayo de la oquedad (2012) y Políticas del no (2017), que rebosan energía y cumplen a la perfección los cánones del género. En estos momentos, y llegamos por fin a lo que quería contaros, se encuentran preparando el tercero, “que nos gustaría que fuera doble, eléctrico y acústico”, continúa Santi, quien nos avanza que además en breve se presentará la nueva formación de la banda, incorporando una voz más, en este caso femenina, la de Lucía, que colabora en el set acústico. En cuanto al eléctrico, continúan los escaramuzos de siempre, pero están buscando un nuevo batería (atención batacas, puede ser vuestra oportunidad).

Y como decía Mayra Gómez Kemp (toma cita viejuna), “hasta aquí puedo leer…”, pero insisto: pronto habrá más y muy molante… Ya sabéis, permaneced en sintonía: pronto la escaramuza se convertirá en ataque masivo, con toda la artillería pesada. Punktos suspensivos…

Roberto Blanco Tomás

Sígueles la pista en: http://escaramuzarock.com/

https://www.facebook.com/ESCARAMUZA

https://www.youtube.com/user/8h10min

Espectáculos culturales al aire libre para disfrutar del verano en Villaverde 

El verano de 2020 será diferente al de otros años, de eso no cabe duda ¡Pero también será entretenido! Ése es, al menos, el objetivo de la programación cultural que ha organizado la Junta Municipal del Distrito Villaverde, con actividades y espectáculos al aire libre y para público de todas las edades.

Después de meses de encierro y restricciones, llega el momento de recuperar la normalidad en el Distrito, poco a poco y con todas las máximas precauciones. 

Así, desde la Junta se ha adaptado y aplicado la normativa en materia de seguridad sanitaria a la organización de los espectáculos en la calle, localizando espacios que permitiesen mantener una distancia interpersonal no inferior a dos metros; mediante  el control del aforo y el acceso a los recintos y el uso obligatorio de la mascarilla, etcétera. 

Las propuestas culturales de este verano se desarrollarán por la tarde/noche de los fines de semana, del 10 de julio al 22 de agosto, en diferentes escenarios de Villaverde. El programa incluye variados espectáculos de teatro, títeres, magia y, por supuesto, conciertos. 

La música será una de las grandes protagonistas de la programación estival de Villaverde, con varios conciertos de música clásica, actuaciones de orquesta y muestras de baile flamenco. 

Para los peques del Distrito se han organizado representaciones teatrales, cuentacuentos, animación con pompas y espectáculos de magia para disfrutar en familia. 

Programación 

10 de julio. Muestra de baile flamenco a cargo del bailarín Alberto Alonso. Parque Huerta del Obispo, a las 22:00. 

11 de julio. Animación infantil: Porompom pompas. Compañía Camel Cat. Parque de Ingenieros, a las 20:00. 

11 de julio. Concierto Orquesta Plenitud. Parque Ciudad de los Ángeles, a las 22:00. 

12 de julio. Zumba a ritmo de música. Instalación Deportiva Municipal Básica Ciudad de los Ángeles, a las 10:30. 

12 de julio. Títeres de hilo: Pedro y el lobo. Compañía Títeres 4 Caminos. Parque de la Hermandad, a las 20:00. 

17 de julio. Música clásica: Cuarteto Mozart’s. Parque Carretera de Villaverde a Vallecas y C/ Clara Schumann, a las 22:00. 

18 de julio. Concierto: Daniel Sánchez, cantautor. Auditorio de Espinillo, a las 22:00. 

18 de julio. Magia. Bam Bam. Parque de la Amistad (zona pistas de básquet), a las 20:00. 

19 de julio. Zumba a ritmo de música. Instalación Deportiva Municipal Básica Ciudad de los Ángeles, a las 10:30. 

24 de julio. Teatro infantil: Risas en la granja. Compañía Tanalborde. Parque de la Rueda, a las 20:00. 

25 de julio. Exhibición de música urbana. DJ Ozetak y Samuel Martí (bailarín). Parque Dehesa Boyal, a las 22:00. 

26 de julio. Flamenco-danza: A cal y canto. Compañía Rocío Mora. Plaza de los Pinazo, a las 22:00. 

31 de julio. Cuentacuentos: El porqué de los seres y las cosas. Nelson Calderón. Parque al final de la C/ Virgen de los desamparados, 22, a las 20:00. 

1 de agosto. Teatro adulto: Guarnición de mentiras. Compañía Salto al Vacío Films. Parque Huerta del Obispo, a las 22:00. 

22 de agosto. Concierto: Orquesta Plenitud. Plaza Mayor de Villaverde, a las 22:00. 

FUENTE: JMD VILLAVERDE / REDACCIÓN 

EL MONOLITO

Viajaba en autobús con un mal disimulado semblante de felicidad, iba al cine. Me distraía mirando por la ventana las líneas blancas del asfalto. Un sol anoréxico flirteaba entre las nubes, hacía un calor tórrido impropio del mes en el que estábamos y el aire dentro del coche era calentón. El terrible sofoco y un leve incidente bastaron para soliviantar mi oído. Dos muchachos sentados detrás de mí sostenían una triste conversación sobre lo mucho que se aburrían hablando de sus cosas y sobre mentir a un tercero. De pronto, el sonido devastador de dos móviles sonando al mismo tiempo zumbó en las orejas de los viajeros alterando nuestra modorra feliz. Sin poder evitarlo, miré de reojo. Los jóvenes se habían puesto de lado dándose la espalda y mentían al unísono a sus aparatos. Uno de ellos cruzaba y descruzaba las piernas con un tic intranquilo en el pie. No lo aguantaba más, me levanté para cambiar de asiento. Mala señal para un supersticioso. Afortunadamente, antes de llegar a los asientos del final, que tanto odio por los muchos malos olores que se concentran allí, vi un asiento libre. Fue mi salvación pues, aunque daba al pasillo, podía ver a través de la ventanilla cómo el aire deshacía un grupo de nubes de color pomelo que amenazaban con deshilacharse sobre un horizonte anaranjado.

Aún no había sacado mi tranquilizador cuaderno de pelis vistas y anotadas durante el año, para darle un vistazo, cuando un suave clic seguido de otro me produjo un leve sobresalto.

Escuché atentamente, parecía que un grillo metálico correteaba bajo los asientos. La muchacha que se sentaba a mi lado tecleaba con pasmosa celeridad un mensaje en su móvil azulado. Su aparente imperturbabilidad contrastaba con el tecleo de sus piernas acompañando el ritmo de los dedos. Tal vez tuviera mucha prisa por saber la contestación antes de haberlo enviado. Evidentemente no pude concentrarme ni pensar ya en hacer mi lista de pelis favoritas basada en los estados de ánimo. Por el contrario, con la excusa de ver el paisaje, la observaba a ella por el rabillo del ojo. Su cara aniñada denotaba satisfacción y en sus ojos vivarachos se presentía una pizca de mimo. Llevaba varios aros en la oreja izquierda y el pelo muy corto, pensé que quería significarse por algo. Durante el trayecto no pude dejar de mirarla, aunque reconozco que está mal y no es una cosa que yo suela practicar. Nada. Sostenía el móvil igual que un pajarillo recién nacido. La cabeza baja, sin apartar un instante la mirada de adoración a la espera de un milagro en la pantallita, algún acontecimiento extraordinario. Exteriorizaba un anhelo conmovedor. No esperó mucho. Un doble bip largo resonó con fuerza en el autobús y, aunque ya lo esperaba, volví a sobresaltarme de nuevo. Al parecer nadie más se dio por enterado. La muchacha se quedó mirando el móvil un buen rato sin articular sonido ni movimiento alguno, los dedos paralizados, tumbados sobre las teclas. Al cabo de ese silencio aparentemente prolongado, el interior de su garganta emitió un gritito sordo pero firme. Tardé unos segundos en entender lo que había querido decir con aquel sonido y la verdad es que estaba sobre ascuas, vivamente interesado por su actitud y atento a los posibles cambios de semblante, pero ella, impasible, no movió ni una pestaña. Se levantó y me pidió paso con los ojos, yo me aparté y me quedé observando cómo se bajaba.

Me acoplé en el asiento al lado de la ventanilla que había dejado libre, el plástico aún estaba caliente y el espacio que había ocupado olía a colonia juvenil. Me distraje mirando por la ventanilla. Un hilo de luz quebró el cristal y llenó de reflejos de colores la niebla de mis ojos. Pensé que me hubiera gustado confortar a la muchacha con algún gesto comprensivo en medio de su desamparo, pero los vaivenes del autobús hubieran frenado cualquier movimiento en ese sentido.

Estábamos en el Hospital 12 de Octubre y todavía no me había decidido entre ir a una sala de cine comercial o a la Filmoteca. La primavera estaba en plena madurez. Los pequeños campos de espigas encerrados entre los minúsculos terraplenes que dividían las calzadas de paso, compartían terreno con margaritas y amapolas salvajes y algunas calvas de hierba seca.

“¡Cabrón!”, esa era la palabra, el siseo que había oído de labios de la muchacha y empecé a especular con lo que pudiera haberle pasado. Un mal “rollito” tal vez. Confuso y presa de un sentimiento de culpabilidad, me puse a escudriñar el bus. En los asientos donde habían estado los dos muchachos, se encontraba ahora una pareja de ancianos que no dejaban de hacerse carantoñas. Por su aspecto dicharachero y sus pícaras miradas, se diría que se dirigían a un baile de jubilados. En los asientos paralelos al mío, al otro lado del pasillito, sonó una llamada de móvil que, por los ojos del dueño, era esperanzadora, y en el asiento delante del suyo se escucharon un par de tremendos bips. Tampoco esta vez pude evitar sobresaltarme. El receptor de la llamada, un treintañero con cara de informático, hablaba en tono alto con intervalos breves y cierto sosiego en su voz, que iba perdiendo a medida que hablaba. Supongo que quería convencer a toda costa a su interlocutor.

Su rostro dejaba traslucir el enfado que sentía, quizá por algún trabajo mal ejecutado por alguien al otro lado de la línea. Sólo faltaba para completar el cuadro, que llevara en su portafolio el manual del ejecutivo agresivo. Cuando dejó de gritar, guardó el móvil en el bolsillo interior de su chaqueta con el gesto de un verdadero tahúr al guardar en la manga su carta más preciada, sacó la punta de la lengua al tiempo que se pasaba el pulgar por los labios con un aire de jugador de póker o quizá de perdedor divorciado. Pensé que iba a sacar otra carta u otro móvil de algún otro bolsillo.

Ensimismado como iba, no me percaté de que estábamos atravesando el Puente de la Princesa que desemboca en Legazpi. Unas míseras gotas de lluvia creaban pálidos círculos sobre el Manzanares. El desalentado río se movía entre la bruma y el esperpento como el esbozo de un cuadro abstracto, con una pizca de claridad en alguno de sus tramos de agua turbia. Los patos salían huyendo de su propia vida, surcaban el agua como si atravesaran un abismo, no deseaban el río por morada. Los animales no son tontos, olfatean el peligro, saben que algo está fuera de su sitio antes que nadie, como una revelación, tal vez de los árboles susurrantes que jalonan las orillas de aquella mísera masa de agua huidiza, encajonada entre murales de piedra a su paso por la ciudad.

¿Sería posible que nadie fuera capaz de ver lo que yo estaba viendo, lo que intentaba descifrar a través de la diminuta ventanilla, cubierta por la estela del polvo que trepaba desde las ruedas? Me hubiera gustado tener una visión más completa, a cielo abierto a ser posible, pero no hice nada por bajarme, tengo miedo de lo que no puedo ver. Sacudí la cabeza varias veces con infeliz emoción y como si un poder íntimo me guiara, tracé con el índice un sendero imaginario en zigzag para señalar el enorme monolito rectangular, semejante a uno de esos grandes móviles que tanto se llevan ahora, de pantalla táctil y superficie completamente lisa, que permanecía suspendido del techo celeste. Enseguida me acordé de la película de Kubrick, 2001: una odisea del espacio, con su monolito precursor de los móviles modernos. Alerté a todos los viajeros en medio del tenue balanceo del bus y del soplo hostil de la oscilante carretera sin dejar de apuntar con mi dedo al tierno cielo. Todos miraban y me miraban sin ver nada ni entender nada de lo que les decía, y yo no dejaba de explicar con tumultuosas palabras y gestos desordenados la espeluznante visión de aquel objeto reflectante, señalándolo para captar su atención. Ellos, después observar el cielo limpio y observar cómo exteriorizaba mis exageradas emociones, dejaron de escucharme, molestos por haber interrumpido su calma y su religiosa actividad de acunar el móvil en sus manos, que es como tomar un valium duradero o adorar el tótem que gobierna nuestros sentimientos. Desde el fondo de sus ojos pisaban mi sueño que no era sueño, sino polvo de lluvia dormida cuando truena el agua bajo la tierra.

El monolito permanecía en lo más alto del cielo celoso, con impasible serenidad, inmovilizando el paisaje nublado y todo cuanto había de movedizo a su alrededor. El tiempo, imantado por aquello, se movía hacia atrás mientras el autobús seguía avanzando hacia adelante, buscando fronteras imaginarias sobre el mismo cielo y sobre las calles sucias, bordeado por la tierra que las constructoras de edificios habían desmoronado.

Nos íbamos alejando y la visión del insólito y silencioso artefacto se fue empequeñeciendo en la sucia ventanilla trasera de aquel viejo cacharro con ruedas. Así, visto de lejos parecía un alfeñique, un pequeño móvil barato desechable y sin valor alguno, pero cuando dejó de verse, yo sabía que seguía allí plantado, sobre ese cielo pintado donde se estrellan los gritos humanos, eclipsando la luz del Sol con su propio destello acerado. Ya sólo algunos pasajeros seguían mirándome con gesto de conmiseración, como diciendo “pobre hombre, el móvil lo ha trastornado”. Las miradas se desploman si las sostienes, y eso hice. Volví a sentarme compungido y alterado por la extraordinaria visión que, al parecer, sólo yo había experimentado. “Debo tener barro en los ojos”, pensé al mismo tiempo que sentía sobre mí, reptando por los entresijos del vehículo, a la misma tierra sobre mis huesos, el dolor sólo iba cambiando de sitio, y la soledad. Los demás dejaron de prestarme atención cuando pensaron que estaba más calmado, pero yo seguía rumiando en mis adentros el posible significado de todo aquello. ¿Qué hacía aquella cosa inmovilizada en medio de un cielo escuálido? Excitado y muy cansado, me recosté sobre el asiento hundido en mis pensamientos, cerré los ojos. Todo se volvió negro. Respiraba susurros de voz para agotar el ruido molesto y dejar descansar mi memoria.

Inmerso en mi duermevela, una sucesión de monolitos, densos como el silencio urbano, descerrajaron pesadamente mi descanso con su presencia. La tierra tembló, noté en mis labios un nuevo sabor a entrañas vivas, el autobús iba cayendo hacia arriba sobre un cielo circular cercado de sombras. Abrí los ojos sobresaltado, la carretera estaba llena de baches vagabundos. Cada pocos metros, menudas margaritas y pequeñas flores de San José florecían en cada agujero abierto sobre el asfalto. Me encontraba como un nadador del subsuelo que trataba de abrirse paso entre la pureza de un brote de piedras jóvenes asentadas sobre la tierra virgen. Se es viejo cuando uno olvida lo que es ser joven y se le acaban los porqués. La juventud es un talismán que se guarda en el corazón, una luz que se lleva en los ojos.

¿Por qué?, ¿por qué?, ¿por qué? Seguro que no era una revelación divina, ¿qué era entonces aquello?, ¿quién o quiénes lo habían puesto allí?, ¿con qué fin misterioso? Tal vez “alguien” quería avisarnos de algo, pero, ¿de qué?

Ni siquiera me di cuenta cuando aquel joven se sentó a mi lado. Nada más acoplarse al asiento, hizo un extraño con el cuerpo y sacó un móvil del bolsillo. Era plateado como un pequeño menhir pulido y él lo cubría amorosamente con las manos en medio de la entrepierna. Yo no salía de mi asombro y no podía dejar de mirarle. El muchacho repasaba las teclas con la yema del pulgar una y otra vez sin pestañear como si tratara de encontrar algo entre los números o esperara ver aparecer en la pantalla a alguien deseado. Luego, de repente, comenzó a acariciar frenéticamente los costados del menhir-móvil y a frotarlo contra su pierna en un recorrido desde el interior de la ingle, la rodilla y el exterior del muslo.

Jadeaba durante un segundo y volvía con más ímpetu. Emitía un áspero sonido de cantos rodados, sin necesidad de orejas ni auriculares. Sudaba. Dejé de mirarle para no sudar yo también.

Sin apresurar la marcha llegamos a la altura del Puente de Segovia, donde el autobús dobla para subir con su escaso aliento hasta la Puerta de Toledo, a la izquierda quedaba el campo de fútbol del Atlético de Madrid. Una estampida de ecos procedentes del estadio estalló en el aire y grabó en nuestra memoria el vocerío originado por el último partido. Estaba claro que al conductor no le esperaba nadie. El bus subía renqueante con un murmullo de ciclista fundido. Las nubes habían desaparecido y el viento se había convertido en una leve brisa adormecida, pero el sofoco iba en aumento. El cielo tenía ahora un color teja negruzco y, vistos desde fuera, seguramente los viajeros ofrecían el aspecto de figuritas planas dibujadas con tinta china o carboncillo.

Yo seguía sin concentrarme en mi cuaderno de películas. Dos muchachitas jóvenes se sentaron delante de mí y enseguida el sonido inmisericorde de un timbre ramplón me aporreó los oídos.

  • ¡Holaaa! ¿Qué tal? ¡Síiii! ¿Ahora? Tía no te preocupes… No tía de verdad, para eso estamos las amigas… Sí, estoy con Marga… Sí, venga, ¡que si! Tú no te muevas de ahí y respira despacio. Yo me peleo casi todos los días con mis viejos… Sí claro, a mí también me dan la brasa… Sí tía, te recogemos, nos vamos a la tetería y te relajas. Ayer mismo me dio una traca de ansiedad porque no me acordaba cómo se graba un CD en el ordenador. ¿Te lo puedes creer?… Alucino yo también.

Se hizo un corto silencio…

  • ¿A que ya estás mejor tía? En la tetería hablamos y nos cuentas, ¿vale?… Hasta luego, hasta luego.

Al bajar del bus, la parada era un horno sofocante y qué puñetero estaba el Sol ahora, qué pesado se pone a veces ¡Ni que le hubieran puesto brillantina en la calva! Yo caminaba alelado, un poco a ciegas, y sin haber decidido la sala de cine. Mis problemas de espalda y mi cansancio eterno no dejaban sitio en la agenda de mis huesos. Ya iba dispuesto a ver cualquier cosa. Buscaba entretenimiento para ver con mis ojos indecisos llenos de ensueños densos.

Entré medio encabronado al cine. El rudo bajito salió sudoroso y como asustado de las taquillas, cortó mi entrada en un santiamén y con dos ágiles zancadas volvió a la cabina para seguir dándole palique a las taquilleras. Me disponía a subir las escaleras para ubicarme en la sala 4, cuando “el rubio” salió a mi encuentro desde la sala 2. Tras un breve saludo ceremonial, intercambiamos unas frases rápidas sobre la salud y el tipo de películas que daban esta semana.

  • De risa —me dijo.

Hasta el final de la película no supo la panzada que me di a llorar por haber tirado casi diez euros.

También lloraba para aflojar los nervios y porque ya no estaba tan seguro de lo que había visto, si es que había visto algo. Olvido y recuerdo. La peculiar imagen continuaba rondando por mi cabeza, no había podido sacarla de ahí. Era una visión enrollada en los ojos. Se quedó escrita con tinta invisible en la palma de la mano para que la fuera leyendo lentamente bajo un cielo temblón con oleadas de nubes besándose a ráfagas. Nunca iba a olvidar algo así.

Uno, dos, tres, cuatro… Había una docena de espectadores aproximadamente. Recoloqué la cabeza y estiré las piernas, pero no me las encontré con tanta oscuridad ¡Tanto terciopelo en el asiento y moqueta en el suelo! Buscaba acomodarme para encontrar el estado anímico perfecto, pero no lo conseguía y me encabrité conmigo mismo. La sesión iba a empezar y aún seguía entrando gente, lo que resultaba un fastidio, pero no podía hacer nada, ni tenía ganas de moverme con el maldito calor. En la sala no había aire acondicionado, ¡claro!, no era tiempo. Por fin parecía que todo el mundo estaba en su sitio, sólo se oía el ronroneo de las palomitas entrando en las gargantas ávidas.

¡Tekelili!, ¡tekelili!… ¡Dios del espanto y de la tiniebla! ¿Pero qué…? ¿Quién es? Hizo que me sintiera envuelto en un hálito de aire envilecido. Ya no encontraba la butaca, ni mucho menos el suelo. Palpé angustiado mi ropa y después de unos segundos eternos, encontré algo que se agitaba inquieto, que se me iba y se me venía como un pececillo recién pescado, algo que renacía dentro de mi ropa cuando antes estaba tan desmayado en mis bolsillos como un pez moribundo y ciego.

  • ¡Maldito móvil! —repetí dos veces a voz en grito— ¡Diantre! —exclamé sobre el infernal y posesivo aparato.

Aquel sonido siguió rebotando en mi cabeza por instinto y ya el resto de la sesión no pude conseguir que mis tripas volvieran a su sitio.

Felipe Iglesias Serrano

El Planetario de Madrid  

Obra del arquitecto y urbanista madrileño Salvador Pérez Arroyo, perteneciente al Ayuntamiento de Madrid y ubicado dentro del parque de Enrique Tierno Galván.  Inaugurado el 29 de septiembre de 1986, su objetivo ha venido siendo divulgar todo lo relacionado con la astronomía. 

El Planetario tiene en sus instalaciones una torre de 28 metros de altura, donde se sitúa una cúpula de tres metros de diámetro.

En su interior se encuentra un telescopio de 150 mm de abertura y una distancia focal de 2,25 metros.

La sala principal cuenta con un techo semiesférico (pantalla) con 17,5 metros de diámetro y 245 localidades de capacidad. 

Durante los años 2016 y 2017 fue sometido a una renovación, tanto tecnológica como de las instalaciones y edificio, con la colaboración del Ayuntamiento de Madrid y la Obra Social “la Caixa”. 

Siempre con el fin de contribuir a la difusión de la astronomía y de la ciencia en general, tanto entre escolares como entre el público de cualquier edad y condición, dispone de una variada oferta de proyecciones audiovisuales, exposiciones y actividades (talleres, cursos, conferencias, conciertos).

Las proyecciones que se ofrecen en el Planetario de Madrid se renuevan periódicamente, y tienen una duración aproximada de 30/40 minutos.

Entre algunas proyecciones podrán disfrutar de: 

— Viajando con la luzUn viaje que introduce al espectador tanto en el interior de una célula vegetal como en el ojo humano o en un agujero negro. 

— El Cielo de CloeEs una clase muy divertida en la que aprenderán cosas asombrosas del cielo. 

— En busca de una nueva tierra. Celeste, una niña de ocho años inquieta y curiosa que se resiste al sueño leyendo un libro de astronomía. 

— Polaris infantil. James, un pingüino turista procedente del Polo Sur, y Vladimir, un divertido oso del Polo Norte. 

Las visitas son presentadas por monitores, tanto en las exposiciones como en la sala de proyección. Tras concertar la visita, el Planetario remite a cada centro una información detallada del contenido de las exposiciones y del horario de desarrollo de la visita.  

Para formalizar la visita escolar con el Planetario es necesario realizar la reserva por teléfono: 91 467 34 61 / 91 467 35 78. Existen varios turnos de visita a lo largo de la mañana, de los que se les informará en el momento de realizar su reserva. Durante la visita, los alumnos han de estar acompañados por sus profesores. 

Tras el cierre del centro decretado el pasado 10 de marzo a causa de la COVID-19, el Planetario de Madrid ha reabierto sus puertas el día 9 de junio, con aforo limitado. Las entradas se deben adquirir única y exclusivamente online (no estará disponible la venta en taquilla). 

Ubicado: avenida del Planetario, 16 (Parque Tierno Galván). Tel. 91 467 38 98. 

En metro: Línea 6  – Estación de Méndez Álvaro. 

En autobús: 148 (Plaza del Callao  Puente Vallecas) – 156  (Legazpi – Manuel Becerra). 

Si se va en tren de Cercanías: C1, C5, C7 y C10. Estación de Méndez Álvaro. 

NARCISO CASAS 

Creadores de sueños 

En esta época que nos ha tocado vivir, en la que los Gobiernos controlan todos nuestros movimientos con el único fin de influenciarnos y teledirigirnos hacia sus intereses, todo aquello que se desvíe ligeramente de la norma es considerado clandestino, por lo que dicho término podemos afirmar con rotundidad que se ha desvirtuado bastante.

Sin embargo, ha llegado a mis oídos una historia que sí se puede considerar clandestina si la analizamos desde un punto de vista objetivo, y que tiene relación con algo que está alcance de cualquiera, como es el caso de los sueños.  

Todo el mundo sueña en mayor o menor medida, y aunque solo se recuerda una pequeña fracción de los sueños, hay algunos que, transcurridos años e incluso décadas, todavía guardamos un vago recuerdo de ellos. Para centrar un poco la historia, diremos que son muchas y muy variadas las partes del cerebro que intervienen en nuestros sueños; incluso está involucrada la corteza visual, que es la responsable de crear las imágenes en el interior de nuestra mente.

También cabría apuntar que los sueños no obedecen a cuestiones lógicas, ya que los lóbulos frontaleslos encargados del razonamiento, apenas intervienen. Nuestras 20ensoñaciones se producen en la etapa REM en su mayoría, pasando de la consciencia a la inconsciencia y viceversa en breve espacio de tiempo, pero también tiene su implicación la fase no-REM, aunque bien es cierto que en mucha menor medida. La fábrica de los sueños estaría situada justo encima de la nuca, en un punto que los científicos denominan “zona caliente cortical posterior” o simplemente “hot zone”.  

El cerebro en su conjunto es un mundo absolutamente indescifrable e inabarcable.

Las conexiones cerebrales, así como sus diferentes interacciones entre todo tipo de elementos y sustancias que lo forman, es algo que está actualmente fuera del alcance del ser humano, sin embargo existen una serie de neurólogos clandestinos, es decir, que actúan fuera del sistema, que han conseguido resultados asombrosos dentro del campo de los sueños, puesto que, como si se tratara del mismísimo demiurgo, son capaces de generar sueños a gusto del consumidor y además prolongarlos sustancialmente, de tal manera que si el soñador engancha un buen sueño tiene la sensación de haberlo estado viviendo durante un largo periodo de tiempo, para disfrute suyo.  

Siendo esto sorprendente, lo más fascinante de todo es que estos neurólogos son capaces de generar ciertos patrones que inducen a determinadas ensoñaciones, de tal manera que pueden meter en la mente del soñador determinadas vivencias que no están en su cerebro. Para conseguir este prodigio se ayudan de potentes ordenadores cuánticos con un poder de computación descomunal, debido básicamente a que “Elixir”, que es como han bautizado a su increíble máquina, tiene nada más y nada menos que 256 cúbits, algo monstruoso y que marea solo de pensarlo, ya que pueden adoptar miles de cuatrillones de estados cuánticos destinados únicamente al cálculo.

Pues bien, este grupo de neurólogos e ingenieros informáticos no trabajan por amor al arte, sino que se mueven en las más altas esferas. Sus servicios son tremendamente caros, y además tienen el hándicap de no poder ser utilizados más que una sola vez en la vida, porque si se usaran una segunda vez se sobrepasaría el umbral considerado de seguridad y los sueños se apoderarían del cerebro, pudiendo ocasionar daños irreparables en el mismo y diferentes disfunciones cerebrales, que al estar incontroladas generarían grados de locura inimaginables. 

Lo que sí recomiendan a sus clientes es una serie de ejercicios mentales a realizar en sus casas, para intentar evocar el sueño que tanto placer les causó en su momento, aunque evidentemente nunca alcanzarán el umbral que cuando fueron inducidos por ellos de forma artificial. 

Se podría decir que las actividades clandestinas de estos sujetos se han convertido en los nuevos fumaderos de opio electrónico del siglo XXI. 

DAVID MATEO CANO 

La letalidad de los estigmas en tiempos de pandemia 

Estigma: desdoro, afrenta, mala fama (definición nº 2 del Diccionario de la Lengua española, 22ª edición,  2001). 

 Estigmatizar en esta situación, con la salud y la economía tocando fondo, es “rizar el rizo”, “ver llover sobre mojado”, “dar la puntilla”. Sobre todo en nuestros barrios. 

Desgraciadamente, este desastre social es mundial, pero no se vive de la misma manera entre las diferentes clases sociales y, en especial, entre algunas minorías. 

Villaverde, “nuestro Villaverde”, lleva en su precioso nombre el estigma de la precariedad, del abandono en sus demandas por parte de las autoridades, del “mal ejemplo” que anima a rodar en él películas de alunizajes y violencia que le estigmatizan aún más si cabe, acentuando el rechazo externo. 

A mi edad (63 años) son incontables las ocasiones que ha cambiado el tono (o el rumbo) de una conversación o se han cruzado miradas de “¿pánico?” cuando he dicho mi procedencia. Incluso ha habido reticencias a aceptar venir de visita. 

Al día de hoy (20 de junio), superados los cien días de alarma, confinamiento y angustias varias, se aprecian los estragos en el seno de familias y sus economías mermadas, e incluso críticas, y también salen a la luz conductas erróneas y prácticas deshonestas, injustas, antiéticas, discriminatorias y estigmatizantes. 

En estos meses han cambiado muchas cosas, pero esos atentados contra los derechos humanos han continuado provocando situaciones límite y abofeteando la dignidad… y aún no sabemos cómo será esa “nueva normalidad” que comienza mañana, porque “esto” no ha terminado. 

Comparto con los lectores, vecinos o personas que lean nuestro periódico tan solidario, crítico y vehículo imprescindible y difusor de nuestras preocupaciones y reivindicaciones actuales, un ejemplo (mal ejemplo) del rechazo de un vecino de Villaverde por su lugar de residencia y sus tatuajes, ocurrido a finales de mayo o principios de junio. 

Una empresa selecciona a un grupo de trabajadores para desempeñar unos puestos de jardineros. La persona que les entrevista, ya en el lugar donde trabajarán, les habla de las funciones a desempeñar, horario, etc. Les pregunta de qué barrio son, entre otras cosas, y cuando nuestro vecino llega a su casa, a las pocas horas, recibe una llamada telefónica diciéndole que no cuentan con él para el trabajo (sin haber comprobado cómo trabaja). Supongo que se habrán dado casos parecidos, aunque no hayan salido a la luz. Continuará ocurriendo, pero no hay que conformarse. El trabajador denunció el hecho a la empresa, que le pidió disculpas, pero a día de hoy, cuando escribo, sigue en paro. 

Ser o vivir en Villaverde es un estigma. Llevar tatuajes puede ser signo de “glamour” si lo llevan actores, futbolistas, famosos, etc., pero no si es alguien de Villaverde (y otros barrios). Bien sabido es que la ignorancia lleva a cometer tremendas injusticias. 

En nuestro ejemplo, la “entrevistadora”, ¿ignoraba que los tatuajes son, en otras culturas, símbolos de linajes y estructuras sociales? ¿Ignoraba también que Villaverde en el siglo XVIII adquirió el rango de villa reinando Felipe V? ¿Y que Villaverde fue el primer suelo español que pisó de niño el rey emérito cuando llegó a España, nacido en Roma en el exilio? ¿Y que Villaverde fue frecuentado por los reyes debido a que el ferrocarril en el que viajaban a Aranjuez, a su palacio, pasaba por la zona? ¿Y… mucho más? 

No soy monárquica; tampoco quemaría fotografías de los Reyes, pero por primera vez siento la curiosidad de saber qué dirían don Felipe y doña Letizia si supiesen que este rechazo por estigmatización se ha cometido con un vecino de Villaverde, seleccionado para trabajar en los jardines de la Casa Real, su casa. 

Pilar Ortega, de Villaverde 

Los veranos de patio, tabuleh y airan 

Ha llegado el verano, y con él un calor espantoso que quita el hambre e invita a la siesta. Los madrileños huimos despavoridos a las playas de Cai para quitarnos el bochorno a ritmo de Niña Pastori, que nos habla de patios y macetas, de nuestra hermosa herencia andalusí. En el mundo árabe, sin embargo, muchos no tienen acceso al mar, y con la llegada de la estación estival son los interiores de las casas los que se transforman. 

Echo de menos mis veranos en Siria. Por entonces envidiaba a mis amigas con apartamentos en Benidorm que venían tostadas del sol en septiembre, mientras yo volvía más blanca que la leche. ¡Y qué calor! Mi familia me hospedaba donde podía, y no siempre eran los rincones más frescos de la casa. Nuestras vidas giraban en torno al aire acondicionado durante el día junto al aparato antimosquitos eléctrico por las noches, que hacía un ruido espeluznante cuando los susodichos se acercaban a la inquietante luz. 

Por eso, el mejor momento del día se daba tras la puesta de sol, cuando nos preparábamos para las visitas. Por fin mis primas y yo podíamos barrer las hojas que habían caído al patio, colocar las sillas en círculo, pasar el trapo a los pequeños taburetes de plástico donde depositar las tazas de café y sumergirme en los olores que venían de la cocina y en las canciones de Um Kulzum. 

El verano era ese patio que bullía de vida con la llegada de los parientes: niños que gritan y corretean de un lado a otro, humo de cigarros, ruido de tacones que van y vienen, tazas y tazas de café que se acumulan en el fregadero. En ocasiones, especialmente en Ramadán, se preparaban auténticos banquetes y se repartían platos con warak inabkebbe, macarrones y patatas fritas. A veces había tanta gente que te tocaba comer de pie y rezar para que no cayera nada al suelo. 

Mientras sorteaba las preguntas incómodas (¿eres musulmana? ¿Vas a casarte con un musulmán? ¿Todavía no sabes árabe?), me concentraba en disfrutar de la comida y exponerme al acento local todo lo posible. Pero lo que más me gustaba era refrescarme con un buen plato de tabuleh y un vaso de airan. 

El tabuleh es un entrante compuesto por bulgur, perejil, tomate natural, menta fresca, cebolla, aceite, zumo de limón y/o vinagre y sal. En ocasiones se echa comino, pimienta negra o incluso canela. En casa de mis primas se preparaba en cantidades tan ingentes que utilizaban barreños para almacenarlo y meterlo en la nevera. Se sabe que lo elaboraban ya en tiempos de los caldeos, en la zona entre el Tigris y el Éufrates, y que ha viajado por la dinastía omeya, pasando por varias regiones del Mediterráneo hasta llegar a Al-Ándalus 

El airan, por otro lado, es una bebida hecha con yogur, agua, ramitas de menta fresca, ajo, sal y dos o tres cubitos de hielo. Es una bebida clásica de los beduinos del Asia Menor y se suele ofrecer a los invitados nada más llegar para refrescarse del asfixiante calor del desierto. ¡Podéis encontrar las recetas fácilmente buscando en Internet si habéis decidido quedaros en Madrid este verano!  

Yo por mi parte prepararé tabuleh y airan con esa melancolía pegajosa de los veranos que dejé en Siria, alegrándome de que cobrarán sentido con el tiempo y atesorándolos como lo mejor de aquellos años que ya no volverán.  

LAILA MUHARRAM 

Sobre las apps de rastreo de la COVID-19 y la privacidad 

Desde el inicio de la pandemia se han estado diseñando y utilizando aplicaciones (apps) para tener información sobre el coronavirus, creadas principalmente por los organismos públicos.

Pero cada vez se hacía más necesario desarrollar aplicaciones de rastreo para que el ciudadano pueda conocer el grado de contagio que tiene alrededor y para que las Administraciones públicas de sanidad puedan recopilar esa información y poder prever posibles brotes, así como el estado de la difusión del virus. 

Es en estas posibles apps de rastreo donde se ha levantado la polémica. La razón es más de desconocimiento de la información que de la realidad.  

El pasado mes de abril, las compañías Google y Apple anunciaron una colaboración para crear una API (interfaz de programación de aplicaciones) para los sistemas operativos de móvil Android e iOS. Esa colaboración ya es, de por sí, una gran noticia.  

La función de esa API es poder preparar dichos sistemas operativos para que los diferentes Gobiernos, no empresas, puedan crear sus aplicaciones de rastreo. Lo que pudo asustar a la gente es que, mediante mensajes interesados, se alertaba de la instalación de unas “apps por parte de dichas compañías sin comunicarlo y, según dichos bulos, nos iban a controlar. Las mencionadas apps no eran tal, pues lo que podíamos ver era esas API, que formaban parte del sistema operativo y permitían, si el usuario quería, la instalación de posibles apps oficiales. 

El funcionamiento de las aplicaciones de rastreo sería a través del Bluetooth y no por GPS, por lo que no habría geolocalización (es decir, no se sabría la ubicación a través de ellas). La razón de utilizar ese sistema es porque es más fiable en distancias de menos de 10 metros, que es lo que interesa. Instalarse la app será voluntario, y los datos que se recojan se alojarán en el dispositivo del usuario y no se enviarán fuera, salvo autorización expresa y de forma anónima. Su función principal es detectar posibles contagiados alrededor nuestro. Para ello, lógicamente, deberemos poner en la app nuestra situación frente al virus. Por ello es indispensable la colaboración de todos los ciudadanos que la utilicen. 

Resumiendo, nuestros dispositivos poseen esa API para instalar las aplicaciones que los Gobiernos correspondientes puedan crear. De por sí esa API no tiene otra función. La instalación de apps de rastreo es voluntaria y anónima, cumpliendo todas las leyes de privacidad. Su función es, mediante la conexión de Bluetooth, detectar en un radio de menos de 10 metros personas con diferentes situaciones frente al virus. Los datos recogidos no se comparten sin autorización y serían anónimos. 

Es normal y fácil crear falsas alarmas frente a temas tecnológicos, que habitualmente la población desconoce, de ahí que sea muy importante, al igual que con cualquier bulo, informarse bien en las fuentes oportunas.  

CARLOS GÓMEZ CACHO. Tecnólogo

www.gestoriatecnologica.es