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La Fundación Banco De Alimentos de Madrid cierra 2020 con récord histórico de personas atendidas

La crisis golpea con fuerza a la clase media

Cerramos un año muy duro en el que hemos asistido a una crisis alimentaria sin precedentes que se prolongará durante 2021. Acabamos 2020 inmersos en la peor crisis alimentaria desde el inicio de nuestra actividad hace 25 años. con cifras record de personas atendidas. La situación no ha mejorado desde el mes de marzo de 2020 en el inicio la pandemia, cuando la demanda de ayuda creció más de un 40%. En diciembre de 2019 La Fundación atendía a 130.000 personas, en enero 2021 iniciamos el año con más de 186.000 personas en la Comunidad de Madrid a quienes suministramos alimentos a través de 565 entidades benéficas.

A la bolsa de pobreza estructural existente antes de la actual crisis, se ha sumado un nuevo grupo de personas que nunca necesitó ayuda alimentaria y ahora la reciben: los llamados “nuevos pobres”, de clase media, españoles en su mayoría que han perdido sus empleos o con sueldo insuficiente para llegar a fin de mes. La pobreza se hace crónica y las cifras no mejoran. Un 15% de la población total de la CAM vive en riesgo de pobreza y/o exclusión social (1 de cada 7) según el umbral nacional; el dato a nivel regional, teniendo en cuenta el nivel de renta, eleva esta cifra hasta el 21,9% para este grupo de personas.

Hemos podido hacer frente a este escenario reinventándonos y adaptándonos a la nueva situación con las limitaciones que nos imponen las medidas sanitarias para salvaguardar la seguridad de trabajadores y voluntarios. Adoptamos herramientas tecnológicas colaborativas que nos permiten seguir trabajando conectados, se reorganizó el trabajo en los almacenes, nos adaptamos constantemente a las necesidades de las entidades benéficas y buscamos ayudas en empresas e instituciones, cuando son necesarias, para no vaciar nuestros almacenes ni romper la cadena de suministro. Estamos inmersos además en un proceso de transformación digital que nos hará más eficientes, siempre pensando en ofrecer cada día mayor y mejor atención a entidades benéficas y personas que reciben nuestra ayuda.

La Fundación Banco de Alimentos de Madrid se ha convertido en una organización esencial en la atención de personas en pobreza y/o riesgo de exclusión social y en la gestión de la crisis alimentaria durante esta pandemia. Trabajamos en coordinación con los Servicios Sociales de la Administración para establecer los controles necesarios para evitar duplicidades en las entregas de alimentos, que estos lleguen a quien realmente los necesita y para que, dentro de los límites de nuestra capacidad, nadie que lo necesite se quede sin ayudas. Seguimos en primera línea atentos a la evolución de la situación social y las necesidades para garantizar seguridad alimentaria y seguir evitando el despilfarro de alimentos atendiendo a los compromisos de España 2030 y cumplimiento de ODS.

Banco de Alimentos

El síndrome de Diógenes digital

El síndrome de Diógenes digital ya lleva tiempo entre nosotros siendo un trastorno bastante habitual, en sus diferentes grados. Todos conocemos lo que significa dicho síndrome en la vida real, pero en la vida digital… ¿cuándo podemos hablar del síndrome? Vamos a ver algunos ejemplos que pueden ayudar a empezar a detectarlo:

— Bandeja de entrada del correo electrónico a rebosar.

— Galería de imágenes en el móvil con miles de fotografías.

— Cientos de archivos en nuestra carpeta de documentos o en el escritorio de nuestro ordenador.

— Muchos grupos con grandes cantidades de fotos, vídeos, memes… sin eliminar.

Pero solo con esos ejemplos no podemos decir que padezcamos dicho síndrome, aunque sí nos pueden alertar y convertirse, en algún momento, en un verdadero trastorno. Todo ello va acompañado de una serie de síntomas, como, por ejemplo:

— Ansiedad por estar pendiente de las redes sociales y mensajería instantánea.

— Miedo a perder la información que tengamos en nuestros dispositivos, y realizar compulsivamente copias de seguridad en diferentes soportes.

— Indecisión a la hora de saber lo que eliminar o no.

— Demasiado apego a la información contenida.

— Problemas de organización, concentración…

En general todos, en cierta medida, podríamos padecer este síndrome, pues todos sin darnos cuenta acumulamos gran cantidad de información. Pero se puede convertir en un trastorno cuando afecta a nuestra salud mental y a las relaciones sociales, y modifica nuestra conducta. Por eso tenemos que estar atentos, pues se dice que el 60% de la población ya lo padece.

Algunos consejos para prevenirlo:

— Organizar la información en los dispositivos, casi de la misma forma, y si tenemos ya un protocolo en la vida real, seguirlo también en lo digital (trabajo, personal, fotografías…).

— Cuando hagas fotografías, elimina pronto aquellas que no sirven. Sincronízalas para que se descarguen en el ordenador y clasifícalas (años, eventos…). Dedica, por ejemplo, una vez a la semana para hacerlo.

— Ten una copia de seguridad en la nube, sincronizada, y otra en local, cada cierto tiempo. No es necesario más, pues al final no sabrás lo que tienes en cada una.

— Limpia asiduamente la bandeja de entrada del correo, date de baja de aquellas listas que no acabas leyendo, si no los miras nunca es que no son importantes. Ten en cuenta que muchas cosas ya están en Internet disponibles en cualquier momento.

— Utiliza herramientas en la nube que te ayuden a organizarte y que se sincronicen en todos tus dispositivos, así evitarás tener repartida la información en muchos sitios.

CARLOS GÓMEZ CACHO – Tecnólogo

www.gestoriatecnologica.es

Me duele el pecho… ¿Qué hacer? 

El dolor torácico es uno de los motivos más comunes de consulta médica en todo el mundo. Con cierta frecuencia, el dolor de pecho suele suponer una gran preocupación porque es el lugar donde tenemos localizado el corazón, la bomba que hace distribuir la sangre y poner en funcionamiento todo el sistema circulatorio gracias al que estamos vivos. Aunque hay varias causas que pueden originar algún tipo de dolor en el pecho, no todas son de origen cardiaco. Son factores de riesgo para padecer algún accidente cardiovascular: el tabaquismo, la hipertensión y la diabetes. 

Cuando el dolor aparece después de haber realizado algún ejercicio, tras coger pesos o esfuerzos físicos, no suele tener gran repercusión. Si el dolor aumenta con los movimientos respiratorios, se exacerba con la inspiración al coger aire, aumenta al palpar el pecho y en los cambios de posturas al acostarse en la cama, más bien orienta hacia un dolor de características mecánicas, es decir, musculoesquelético. Suelen ser debidos a osteocondritis (inflamación en las regiones de unión de cartílago con las costillas y esternón), así como por contracturas en los músculos intercostales. 

A veces, el dolor puede extenderse desde la cara anterior del tórax hacia la espalda y hacerse más intenso al respirar profundamente; puede originarse en las crisis asmáticas, bronquitis y neumonías. Se debe consultar por Urgencias si el dolor es tan intenso que dificulta la respiración, si al coger aire la respiración se entrecorta, puede ocurrir un fenómeno llamado neumotórax, cuando entra aire en un espacio llamado pleura que recubre el pulmón. 

El dolor que debe preocuparnos es el que no cede, ni mejora con la postura ni con la respiración, ni se modifica a la palpación. El dolor de origen cardiaco se localiza en el hemitórax izquierdo y/o en el centro del pecho, y se extiende hacia la mandíbula, el hombro izquierdo y llega hasta el antebrazo, puede causar adormecimiento en el brazo, y se acompaña por palpitaciones, palidez, frialdad, mareos y sudoración. En este momento, es importante no perder la calma y si está solo contactar con los servicios de emergencia en el 112, mantenerse sentado aflojar las prendas ajustadas. Para descartar otros motivos de tipo ansioso digestivo, será necesario acudir al centro más cercano de Urgencias.  

Si el dolor aparece en reposo, le despierta del sueño y no cede con un paracetamol, puede ser debido a un infarto. Si el dolor aumenta con los esfuerzos al caminar o subir cuestas y cede con el reposo, se extiende por el hemitórax izquierdo y causa sensación de falta de aire o palpitaciones, puede ser debido a una angina de pecho o una insuficiencia cardiaca, y debe consultar igualmente con un médico.  

Dr. Ángel Luis Laguna Carrero 

Especialidad Medicina Familiar y Comunitaria 

Máster Medicina de Urgencias y Emergencias 

Experto Universitario en Nutrición 

2021, Año Internacional de las Frutas y las Verduras 

La ONU ha declarado el 2021 como Año Internacional de las Frutas y las Verduras. ¿Por qué nos gusta tanto esta idea? Porque queremos aumentar su consumo promoviendo estilos de vida saludables y reducir el impacto medioambiental. 

No hace falta nombrar cifras mundiales o nacionales para saber que el consumo de estos alimentos es bastante menor al que las recomendaciones nutricionales nos indican. Solo hace falta pasar un par de días en la casa de amigos o familiares para confirmar dicha hipótesis, y preguntarse: “¿Cuántos comen fruta en su desayuno? ¿Acompañan sus platos de verduras? ¿Cuántos meriendan comidas procesadas?”. 

La gran variedad que existe de verduras y frutas en nuestros mercados, junto con la gran variedad de formas de cocinarlas y presentarlas en el plato, debería conseguir que la excusa de que “las verduras y frutas son aburridas o que no saben a nada” se quede en el 2020. 

Por otro lado, ¿cuántas veces has escuchado decir que un plátano blando ya no vale y acto seguido se ha tirado a la papelera? ¿Cuántas veces una manzana ha tornado a tonos marrones fruto de la oxidación natural y se ha tirado también a la basura? El desperdicio de estos alimentos supone un gran impacto medioambiental y también en nuestros bolsillos. ¿Cómo lo podríamos haber evitado? Con el plátano podríamos haber hecho un maravilloso batido lleno de energía, y la manzana la podríamos haber cortado en dados, pasado por la sartén y añadido a una ensalada tibia de legumbres. ¿Se te ocurren más formas de aprovecharlas? Seguro que sí, hay muchísimas. 

Sarai AlonsoNutricionista – Dietista   

www.saraialonso.com

HUEVOS A LA FLAMENCA

De oscuros nubarrones salta veloz el rayo,

hendiendo el fuerte roble o haciendo el corro mágico.

                                                                                                Erasmus Darwin, 1789

 

Las diez treinta y nueve de la mañana, el timbre estaba a punto de sonar, veinte minutos de descanso, tiempo de bocadillo lo llaman en las fábricas. Las chicas ya tenían sus bolsas y envoltorios en su mostrador cerca de ellas, junto a sus blocs de pedidos. Caí como un fardo en la vieja silla que me habían proporcionado en oficina Y entresaqué, como todos los días, una doble página del periódico para proteger mi mesa de trabajo de las manchas. La naranja rodó hasta mí y se posó sobre un anuncio:

Volví a releerlo y me sentí algo confuso y también antiguo. Yo pensaba, creía… en fin, a mí me gusta el jazz, Javier Paxariño, la New Age, toda la música en general, leo, veo el último cine, Filmoteca también. Frecuento las cervecerías y las teterías…

—Asombroso —dije.

Lo repasé una vez más con la esperanza de encontrar el significado de aquellos pronunciamientos tan graves para mi corto entendimiento sexual. Nada. Frío. Sin dejar de comer, pues el tiempo era muy escaso y no estábamos para perderlo, miré subrepticiamente a mi derecha, hacia los mostradores que estaban más cerca del muelle de recogida de mercancías. Candi y Loli no habían vuelto aún de tomar su café diario. Leo, enfebrecida virtuosa, veintisiete años que parecían cincuenta y dos, tampoco, andaría zascandileando con su clónico rostro de mosquito mañanero. En el mostrador más cercano a mí por la izquierda desayunaban a mi lado, como siempre, Mari Mar y su hermana Sonia, embarazada ya de siete meses.

Leí a todas en voz alta el anuncio y tampoco entendieron la parte final. Estábamos todos en un estado de preocupación por nuestra ignorancia a punto del ataque de risa nerviosa, sobre todo Sonieta, con su risa infinita de muelle flojo que contagia a todo el mundo. Yo seguía serio dándole vueltas. Ya sé que era algo nimio, pero con todas las ventanas cerradas, aquel olor tan fuerte a regaliz pasado que desprendían las últimas cajas de géneros descargadas a primera hora de la mañana nos tenía medio colocados, dinamitaba el optimismo y, la verdad, había muy pocos momentos para reír cuando cualquiera de nosotros, en cualquier momento del día, podía ser despedido. El ambiente, de tan cerrado, era opresivo. La débil claridad que se filtraba por los sucios y antiguos ventanales pintaba las caras de ceniza y la piel de las manos de yema tostada contaminante.

Cuando Candi y Loli regresaron con Leo detrás, volví a releerlo en voz alta.

—¡Joer, joer! —repitió Candi.

Loli puso cara de asado tierno. No parecía entender nada. Leo, roja, no hablaba, sus ojillos transmitían el impacto de alguna aguja de fuego. Los ojos de Candi, auténticos carbones sin llama, habían recobrado vida instantáneamente al hablar de sexo; su lengua, escondida tanto tiempo, despedía fuego residual, tal vez por el colgamiento amoroso que tuvo años atrás y que todavía le duraba.

Por fin una de ellas lo dijo, no logro recordar quién fue.

—¿El beso negro?, nunca lo había oído.

—¿El beso negro? —repitió Candi, la más atrevida —No sé… ¿Qué es eso?

Hablaba mirándonos con gesto maliciosamente interrogativo y nosotros la mirábamos a ella sin poder apearnos de su imaginaria interrogante.

—El beso negro… —Repetíamos ahora todos en tono bajo, como con vergüenza.

Durante unos segundos nos estudiamos las caras en un desesperado intento por comprender. Todo eso era inútil, pero el afán por saberlo, por ponernos al día, nos espoleaba.

—¿Y el griego? —lanzó retadoramente Candi.

—Pues como no sea que abres tu armario y sale un griego en bolas… —Musitó Loli sin estar completamente segura.

—Sí, y que te enseñe el idioma —gritó Mari Mar desde el otro lado del almacén entre risotadas.

La conversación se animaba y el lenguaje alcanzaba ya una incandescencia sexual en la que se gesticulaba con los cuerpos, se hablaba con frases subidas de tono y se remachaba todo unánimemente con ojos bendecidos de carnalidad.

—¿Y el beso negro no será un beso en el trasero? Porque más negro que eso… —dije dubitativamente rascándome la oreja, imitando a mi hija Claudia cuando tiene sueño. Y me puse a pensar mientras las chicas muy alborotadas imaginaban el beso de las más diversas, suculentas y variadas formas. Algunas de ellas lloraban de gozo, otras de risa y otras más tenían un principio de arcadas. Y lo comentaban en voz alta, mezclando las conversaciones como en una reunión de vecinos.

Aprendiz de escritor en evasión imaginaria, me vi sentado en la mesa de estudio de mi cuarto. El cielo de la tarde se cubría de resplandores que hendían las nubes negras, hinchadas como traseros gigantes. Sumido en una inmensa sugestión inspiradora fabricando metáforas en un cuaderno, todas ellas sin sentido.

       “Siempre que miro mi cara en el espejo, veo reflejado el deseo de la tuya, ola tersa moviéndose entre las letras sumergidas página a página en mi diario.”

“Me llamaste desde aquel melancólico rincón, pronunciaste mi nombre como un sueño que surge del suelo y se desvanece”.

       “Oía tu voz desde tus ojos de océano negro que brillaban en los míos”

Dentro de esa ensoñación empecé a percibir extraños movimientos procedentes de los pasillos del almacén donde se guardaba el género. La carcajadas de las chicas no acallaban el siseo creciente de los estantes metálicos, una algarabía de sonidos que escuchados en conjunto formaban una posesa y besucona melodía. Todo cobraba vida en aquel laberinto enrejado de tornillos y arandelas aprisionados por manos humanas. Me acerqué despacio a los primeros pasillos, alejándome de las mujeres. Las bolsas de aseo, los perfumes, ambientadores y maquillajes se removían inquietos, sin duda mal colocados, pensé. Los mostradores de pedidos iban llenándose de una especie de polvillo menudo que desparramaba una mezcla de fragancias a telas recién cortadas, ambientadores descaradamente abiertos, lápices de labios y de ojos y cajas de maquillajes, rotas al ser descargadas, amontonadas en un rincón. Ese conjuro de olores afrodisíacos excitaba más los sentidos y bien pudiera ser una de las causas de tanto revuelo entre las chicas, además del anuncio del periódico. Era una pócima encantada que iba prendiendo en nuestros cuerpos porosos untados de tierra y polvo antiguo. Yo prefería darle un sentido práctico a toda esta alucinación, estaba claro que tendría que mandar limpiar las estanterías porque hacía mucho tiempo que no se tocaban. Era temporada baja, las ventas bajaban y las piezas se hacinaban unas encima de otras descolocadas en posturas provocativamente obscenas. Se mezclaban las mercancías nuevas con las viejas, y como no se retiraban, los artículos deteriorados que llenaban el suelo de los pasillos con raros dibujos y trazos de cielos estrellados, destellos celestes que simbolizaban pequeñas constelaciones en continuo movimiento, perdidas en el fondo de cualquier recuerdo. Los lápices de labios y de ojos y las sombras, pintarrajeaban veloces agujeros negros de colores oscurecidos, infinitos para el ojo humano. Las medias recién traídas de Alemania junto con la manicura, esparcían su olor a nylon y seda y al plástico protector de las fundas abiertas. El maniquí colocado junto a la entrada del almacén con unos pantys por toda vestimenta y los labios tristemente pintados me guiñó un ojo tan atrevidamente que por un momento dudé si serían los reflejos luminosos que sin duda transmitía el ventanuco que estaba a su izquierda unos metros por encima de él y pensé en cambiarlo de sitio. Resultaba curioso, me pareció ver que sus acartonadas formas carnosas vibraban. El metal de las pinzas, tijeras, cortaúñas y alicates de manicura estaba aún caliente por su última salida nocturna. Los lapiceros iniciaron un bailecillo pegadizo, desclavaban los pies del suelo y dejaban un sonido sutil de claqueta fisgona en el latón de los estantes grises, rozaban sus moderadas redondeces, estiraban y trazaban círculos de colores alrededor de sus puntas hasta dejarse caer desgastados por el cansancio. Rodaban hasta juntar sus delgados cuerpos en un resinoso abrazo. El cric-cric de las patas de metal que sujetaban el peso de las estanterías dentro de los pasillos semioscuros se mezclaba con una sinfonía de suspiros melosos y con el chapoteo de risas y de voces de esos pequeños momentos que disfrutaban las chicas dentro de su jornada laboral, como un paisaje que nunca llega a verse del todo.

Sobresaltado, desperté de mi semisueño. ¡Si sólo había dejado descansar mis ojos una chispita de tiempo! Todos los objetos dejaron de moverse y se esfumaron de pronto y no comprendía cómo, puesto que no desaparecieron del campo visual, sino que desaparecieron como una imagen borrada súbitamente.

Sí, en ellos existe vida de verdad. Yo los he visto crear con sus puntas anillos de colores. El polvo nunca crece alrededor de ellos. En el centro hay amorosos dibujos sobre los que bailan y cantan hasta caer rendidos con la primera luz del día y con la entrada a la fábrica de mujeres y hombres”.

       “Yo tenía la costumbre de hablar con los lapiceros, los maquillajes, los perfumes, y de aspirar el olor de los ambientadores y las bolsas de aseo con sosegada ternura. Ellos solían acercarse a hablar conmigo y luego desaparecían. Podían hacerse visibles o invisibles a voluntad. Y cuando se encaprichaban de unos labios humanos, la luz vacilante de unos ojos huecos por donde nace la mirada, arrebataban a estas personas en cuerpo y alma”.

—¡Antonio! ¿Dónde está Antonio? —gritaron al unísono las voces femeninas. Como sombras surgidas desde detrás de los mostradores, todas las miradas se pararon en mi cara que iba tornándose del mismo color que sus flamantes batas verdes.

—Sí, ejem… le he mandado con la furgoneta a la nave de San Martín de la Vega a traer unos géneros para los pedidos.

—Él, él seguro que sabe lo que es un beso negro, un griego y eso de las bolas japonesas —hablaron atropellándose unas a otras.

Sonieta se transfiguró y sin aflojar su ritmo de trabajo meditaba en todas aquellas “locuras escénicas”. Sus ojos de caramelo blando se derretían de amor asomándose hasta su abultado vientre de donde emanaba el flujo de la pequeña vida que su radiante mirada reflejaba. Ser madre era su mayor deseo, tampoco pedía más a la vida. Una vida como tantas vidas vacías que pasan titubeantes sin preguntarse nada, sin nada en qué pensar que no sea rellenar su tiempo con el acto supremo del consumo, ajena a cualquier acto solidario salvo con su mezquino yo.

Mari Mar, su hermana mayor, ojos siempre indagadores, nunca satisfechos, una hija adolescente, exigente y contestona, copia en miniatura de la protagonista de “Lo que el viento se llevo”, una tirana de a capricho diario vamos, un marido excepcional, analista de laboratorio, Máster en Biología, multitud de cursos con notas sobresalientes y en paro.

Candi “la múltiple”, Candelas, Sor Candi, como yo la llamo, con su fogonazo heridor de amores desengañados hace ya varios años y ahí está el resultado. Desde entonces consagra su cuerpo a ser un templo de ceniza, dos brasas por ojos y una fina y destilada amargura enmarcada de ironía en su voz ronca que le nace desde abajo, más hondo que el corazón.

Loli, sacos de amargura y a pelea diaria, holográmica, con el adicto internauta de su marido, el “buenazo” que sentado a la mesa suelta con maliciosa intención sin moverse un centímetro: —Tomaría vino, comería pan —a la espera de que su hijas o su mujer se lo pongan junto al plato de comida, así sin más, sin el más mínimo aliento de amor, enterrado hace ya varios años en la misma playa donde se conocieron durante unas vacaciones—. El “paquete” —dijo Loli—, fue en lo primero que me fijé de mi marido, el “paquete”, y ahora mira como estoy.

Callábamos y Loli seguía hablando y según hablaba, podíamos observar cómo crecía la noche dentro de ella. Leo también callaba, miraba y remiraba y callaba más, su cara blanquilla dejaba traslucir un sofoco volcánico interior, había en sus ojos un tinte reumático, un dolor oculto dejaba asomar arruguitas como cerros apagados. Los sobresaltos de la infancia, la habían envejecido bastante.

Antonio, antiguo cazador, en su tiempo libre taxidermista en Sigüenza, compareció como el viento fresco que se disuelve suavemente y dignifica a ratos el almacén, convertido en un horno a punto de explotar de sudores y sanas risas sexuales.

—¡Hombre Antonio!, mira las chicas querían, ¿no?, queríais saber —dije dirigiéndome a ellas.

—¡Ah sí! —contestó Loli, demorándose al hablar, pensando tal vez en la última ocurrencia— ¿Toñito qué es un beso negro? —y los ojos picaruelos de pillo siempre dispuesto se encendieron para hablar de un tema ya de sobra conocido por él.

—¿Y un griego? —preguntó Candi y hablo casi más con los ojos, negrísimos, intrigantes, ávidos de encender cualquier rescoldo en su voz.

—El beso negro es… un beso ahí —y sonrió traviesamente, como alguien que quiere ser pillado en un renuncio gozoso.

No hubo más palabras, en un instante las caras se tornaron lívidas, quizá el sofoco, quizá la luz de la tormenta que penetraba por los ridículos ventanucos enrejados. Yo repetí un par de veces más, que ya lo decía, que sólo podía ser eso así, y todas ellas sin excepción, con la confirmación de la sospecha, se habían puesto primero coloradas, luego, inclinadas sobre los mostradores de trabajo, con expresividad recatada al imaginarlo con fuerza en su cabeza, cada una con su novio, marido o amante, mostraron en sus congestionados rostros signos inequívocos de arcadas solidarias unas con otras, se miraban y repetían las arcadas con más consistencia si cabe.

—¡Huy por Dios!, ¡qué asco!, un beso negro —matizó Candelas, y sus palabras salpicaban a todos, hurgaban más en el mundo visionario de las demás—. Meter la lengua hasta el… ¡Por Dios! ni por un millón, ¡qué asco, por Dios!, ¡por Dios! —y sus ojos despedían pavorosas llamaradas de deseo, de vida.

—¿Y el griego?, ¿qué es un griego Toñito?

Y Toñito hizo el gesto expresivo de los esquiadores y añadió sólo una frase.

—Por detrás.

Las muchachas redoblaron las arcadas y no niego que yo mismo noté algún síntoma de vacío, un cosquilleo amargo afloró por mi garganta que empezó a picarme hasta hacerme toser y casi “potar” el bocadillo. Era una tos repetitiva, no demasiado fuerte, asustadiza. Tos de niño.

Aclaradas las nuevas noticias  con Toñito y tras unos segundos de ojos desaliñados e incertidumbre silenciosa, el ambiente se relajó bastante y las chicas comenzaron a hablar entre ellas, reían en silencio a veces, a gritos otras, hubo un momento divino, sólo un instante, en que discutieron acaloradamente sobre si no sería mejor un francés que un griego y se impuso la idea primitiva en sus cerebros, hacer el amor de forma clásica. Brillaban sus ojos al pensar en alguien en concreto, un superhombre saliendo del armario de su cuarto o de sus sueños, bien afeitado y quizás cubierto con el tan ansiado vellocino de oro.

Luego, después de soportar tanto calor húmedo, estalló la tormenta, gruesas gotas chocaban con estrépito contra los pequeños ventanucos y el ambiente festivo se esfumó, y con ello todo rastro de armonía risueña y sana palabrería sexual. Las caras se tornaron mohínas, la rutina de los pedidos espesó los ojos y un silencio opresor canalizó el ambiente sofocante de la tormenta descargando su nube furiosamente enfermiza.

En los días siguientes, cuando la intensidad del trabajo hostigaba los nervios, yo sacaba a relucir el asunto de los anuncios, no como una argucia, sino espontáneamente, era una suerte de unión sexual que destensaba el ambiente.

Un día Lola, la limpiadora, con piel de cantera y ojos de nube pálida, a la que dejó su marido por otro hombre, se inventó su propio anuncio. Primero se hartó de reír sola, agarrándose con sus manos blanquísimas al borde del mostrador de madera abarrotada de multitud de nombres y corazones y astillada por los años, por otros tiempos, se doblaba en sucesivas convulsiones de risa y tal vez de llanto. Nosotros tardamos en adivinar qué le pasaba porque al principio pensábamos que se había atragantado, mientras ella seguía elucubrando sola por lo bajo:

Depilada, sin nada.

Te recibo desnuda.

Francés, griego y

bolas japonesas.

—¡Bolas japonesas!

Levantó la cabeza dubitativa y empezó a hacer toda clase de gestos, como para que la viéramos los demás y soltó: —¡Huevos a la flamenca! y será una cosa así más o menos —siguió gesticulando.

—Huevos a la flamenca —musité yo interrumpiéndola.

—¡Síii! —dijo Lola— ella posa la mano en sus… mientras él toca flamenco con la guitarra.

Todos reímos al unísono al imaginar la escena. Durante un larguísimo minuto nos olvidamos un poco de la triste realidad. Lola apoyada en un rincón del almacén lloraba a gritos, como gritan la vida los pájaros con cada nuevo amanecer.

Afuera, una nueva tormenta descargaba con fiereza inusitada, la lluvia golpeaba sin piedad la puerta de entrada de las mercancías. Daba la impresión de estar llamando, de querer entrar a cobijarse en nuestras miserias. El cielo carnoso estaba hecho añicos, el horizonte se había desteñido. Gotas de sudor resbalaban por mi cabeza para fundirse entre el mono de trabajo y mi ropa limpia. Un día más.

Ya no había esperanza en nuestros corazones. Las leyes que nos protegían laboralmente ya no existían, cubríamos los huecos de nuestra desnudez con los muertos, porque así son los despedidos, como muertos. Y hablábamos a solas con ellos porque ayer eran nuestros amigos y compañeros. De los doce fieles que me quedaban en el almacén, ya había cuatro despedidos, uno más esa misma semana, dos más a finales de mes, a otro le mandaban a la nave de San Martín y no quedaban ya más que cuatro conmigo. Solo Dios sabía qué pasaría. No me quedaban ánimos para pensar. Había dolor, y pena, y rabia. No sobreviviríamos.

Viernes, las tres menos cuarto, casi la hora de salir, en cualquier momento sonaría el teléfono, uno de nosotros sería despedido ese día.

Felipe Iglesias Serrano

El gran agujero

Con casi 11.000 metros de profundidad, la fosa de las Marianas, situada en el Pacífico Occidental y conocida popularmente como “abismo Challenger”, es el punto más hondo que se conoce del océano y, por tanto, uno de los menos explorados debido a las dificultades técnicas que entraña el descenso. Las expediciones que se han llevado a cabo en esta zona de altas presiones han demostrado que es el hogar de numerosas especies de vertebrados.

Los últimos científicos que han podido comprobarlo son los integrantes de la misión Hadal Ecosystem Studies (HADES), a bordo del buque Falkor. Desde este barco del Instituto Oceanográfico Schmidt lanzaron varios vehículos robóticos que han explorado el abismo Challenger a diferentes profundidades, tomando imágenes y recogiendo muestras que subieron a la superficie y que ahora tendrán que analizar. Esta misión científica, que concluyó a finales de diciembre, ha logrado varios récords. El más llamativo, el descubrimiento de una extraña especie de pez baboso que nadaba a profundidades de hasta 8.143 metros. Es la primera vez que se ve un pez a tanta profundidad. Aunque los vehículos robóticos recogieron muestras de algunas especies animales, como el anfípodo (un tipo de crustáceo), de gran tamaño, no capturaron ningún ejemplar del pez que ha batido el récord. También filmaron peces abisales como el macrúrido (también conocido como “pez cola de rata”), con el que se toparon a unos 6.000 metros de profundidad. El equipo de James Cameron (que en 2012 descendió a la fosa de las Marianas en solitario a bordo del vehículo robótico Deepsea Challenger), también los encontró.

Muchos estudios se han centrado en el fondo del abismo Challenger, pero desde un punto de vista ecológico es muy limitado. Es como intentar comprender cómo funciona el ecosistema de una montaña mirando solo la cima. Por ello, su objetivo era investigar tanto la ecología como la geología de esta remota región. Otro de los records que han anunciado es la recogida de las muestras de rocas más profundas, cuyo estudio les permitirá analizar la composición de rocas volcánicas de las primeras erupciones de las islas Marianas. Con esta expedición los investigadores continúan el trabajo realizado por el director de cine y explorador James Cameron, que grabó a numerosas especies que habitan en la profundidad del océano. Según relató el creador de películas como

Abyss, Avatar y Titanic tras convertirse en la primera persona en bajar en solitario al abismo Challenger, lo que encontró fue “un mundo totalmente alienígena”. Antes que él solo lo habían logrado Jacques Piccard y Don Walsh, que fueron los primeros seres humanos en descender, en 1960. Lo hicieron a bordo de un batiscafo diseñado por el padre del primero, Auguste Piccard.

Tras su aventura, Cameron donó su submarino a la Woods Hole Oceanographic Institution (WHOI), que también ha participado en la expedición del Falkor, aunque todavía no hay planes concretos para llevar a cabo una nueva misión tripulada. Otra expedición de la WHOI con vehículos robóticos está grabando durante las inmersiones en el océano el sonido que emiten las especies que viven en la fosa de las Marianas para investigar cómo usan las señales acústicas en uno de los entornos más extremos del planeta.

DAVID MATEO CANO

El arte como salvación

“A la ira hay que escucharla. Es una voz, un grito, un ruego, una exigencia. A la ira hay que respetarla. Porque la ira es un mapa. La ira nos dice que ya no nos podemos permitir nuestra antigua vida. Nos dice que la antigua vida se muere y que estamos renaciendo. (…) El arte abre los armarios, airea los sótanos y las buhardillas. El arte trae curación.”

Recordaba estas palabras de Julia Cameron, de su libro El camino del artista, mientras escuchaba a Muhsin Al-Ramli, iraquí exiliado en España desde 1995. Tuve la oportunidad de compartir espacio virtual con este escritor, poeta y traductor tan excepcional gracias al recién inaugurado Club de lectura Separata Árabe, creado por Silvia Rubio Taberné y Maribel González Martínez (podéis encontrarlo en Facebook, es gratuito previa aceptación de las fundadoras).

Cada 30 días, cuatro libros se proponen como potencial lectura a través de una encuesta en redes sociales. El que suma más puntos gana. Los jardines del presidente, uno de los libros más conocidos de Al-Ramli, salió elegido en diciembre y nos ha acompañado a todos los miembros del club durante las Navidades, el cambio de año, Filomena y la tercera ola.

Hacía muchísimo que no me enganchaba tanto a un libro. Y aunque todo lo que se cuenta es oscuro y desgarrador, echaba de menos adentrarme en profundidad en el universo creativo de un buen escritor de Oriente Próximo. Al-Ramli supera todas las expectativas. Lo mejor del club, sin duda, fue compartir reflexiones con el propio autor, que ha participado en los encuentros digitales que se celebran todos los viernes a las 19:00 (excepto el tercer viernes, que sale la encuesta para la siguiente lectura).

Cuando le preguntaron por qué cuenta el final del protagonista desde la primera página (encuentran su cabeza en una caja de bananas), Muhsen lo tiene claro: “Eso mismo les ocurrió a unos parientes en Irak. Me rebelé ante la idea de que semejante barbarie no saliera en las noticias, ni siquiera en la prensa local. Por eso, lo primero que escribí de la novela fue ese párrafo, contando el final al principio. Sabía que era arriesgado, pero me dejé llevar por la ira de ese momento”.

Ése era un recurso muy habitual de Gabriel García Márquez, un referente para Al-Ramli. “Cuando leí Cien años de soledad decidí que aprendería español solo para poder leer ese libro en su idioma original”. Licenciado en Filología Española por la Universidad de Bagdad en 1989, también es doctor en Filología Española por la Universidad Autónoma de Madrid desde el 2003.

Es además hermano del escritor Hassan Mutlak. Considerado por algunos intelectuales como el “Lorca iraquí”, fue ahorcado por el régimen de Sadam en 1990 por haber participado en un intento de golpe de estado.

Teniendo en cuenta su biografía, cuando se le pregunta qué estímulo le impulsa a seguir escribiendo a pesar de la tragedia, responde rápido: “El mejor acompañante del ser humano es la cultura, es el arte. Estoy convencido de que, si enseñáramos más arte, no habría tantas guerras en el mundo. A través del arte, compartimos el peso del dolor. Sin duda, a mí la literatura me ha salvado”.

Que las palabras de Muhsin os acompañen en estos tiempos tan difíciles que nos toca vivir.

LAILA MUHARRAM

El rastro de Madrid

El rastro de Madrid es un mercado al aire libre. Nació hacia 1740 en torno al “Matadero de la Villa”, y en él se pueden encontrar objetos cotidianos y curiosos artilugios antiguos. Se celebra todos los domingos y festivos, y se ubica en el castizo centro histórico de la capital de España, extendiéndose cientos de puestos ambulantes en torno a la plaza de Cascorro, la amplia calle Ribera de Curtidores y sus aledañas, hasta Ronda de Toledo y Embajadores. La palabra “rastro” es sinónimo de “carnicería” o “desolladero”: las reses dejaban un rastro de sangre por el suelo después de ser degolladas.

Ya tenía la gran actividad comercial de los “ropavejeros”, vendedores de ropa vieja y usada, afincados desde el siglo XIV en la calle de los Estudios. A finales del siglo XV empezaron a instalarse en esta zona los mataderos y las tenerías con los curtidores de pieles. El arroyo más importante de la zona bajaba por el barranco donde hoy se encuentra la Ribera de Curtidores, anteriormente llamada Las Tenerías.

En la mitad del siglo XVII se juntaban los negocios de la carnicería y curtidos de pieles con fábrica de zapatos, correajes, comercios de ropa, velas, etc. Al final del siglo XVIII, empezaron a instalarse también vendedores de productos comestibles. Los nuevos puestos invadían la plaza del Rastro y la Ribera de Curtidores, luego vino una orden del Concejo que alejó las tenerías de la zona para evitar la contaminación del agua del río.

En el siglo XIX, llegaron los chamarileros, las subastas, los anticuarios, las tiendas de compraventa de muebles y objetos de valor, prendas y alhajas, los comercios de libros antiguos. Desde hace 500 años hubo tres mataderos cerca de la Ribera de Curtidores con venta de carne al por mayor. En 1928, los dos mataderos de la zona fueron trasladados al barrio de Legazpi.

Hasta los años 70, artesanos se acomodaron en la plaza de Cascorro y atrajeron a bastante público los domingos y durante los días laborables, y siguieron colocándose muchos puestos permanentes. En 1988 y 1989, el Ayuntamiento de Madrid remodeló el Rastro reduciendo otra vez en gran manera los puestos e imponiendo contribución anual a los vendedores que obtuvieron un permiso, siempre provisional y a renovar. Quedaron un poco más de 1.700 puestos. En el año 2000, una ordenanza actualmente en vigor sometió a todos los vendedores llamados “ambulantes” de puestos desmontables en el rastro de domingos y festivos.

Las personas que acuden a este mercado no son solo los madrileños, sus fieles clientes, sino también los viajeros de toda España, los inmigrantes y los turistas del mundo entero. La concentración de público puede llegar a más de 100.000 personas cada domingo por la mañana, porque este mercado tiene fama internacional. El Rastro es Patrimonio Cultural del Pueblo de Madrid.

Se accede al Rastro en metro, autobuses y cercanías de Renfe. Está cerca de la Plaza Mayor, y se puede llegar a pie en unos minutos desde la Puerta del Sol.

Narciso Casas

‘Siempre tenemos que buscar proyectos con los que ilusionarnos’ 

Raquel González Bazaga, pintora de Villaverde Bajo, da clases de pintura a través de TikTok. Ya tiene 4.681 seguidores y recibe 104.303 visitas a la semana

Raquel González Bazaga, vecina de Villaverde Bajo y pintora de gran talento, ya había aparecido en varias ocasiones en estas páginas con motivo de alguna de sus exposiciones en el barrio. De un tiempo a esta parte, problemas de salud han limitado un tanto su movimiento, pero al ser persona muy inquieta, tal situación ha tenido como fruto un nuevo y atractivo proyecto, con el que se muestra muy ilusionada y que está cosechando bastante éxito: impartir clases de pintura a través de la red social TikTok. Ella misma nos lo cuenta en la entrevista que sigue. 

¿Cómo surgió la idea de enseñar a pintar a la gente en TikTok? 

No tenía intención de enseñar a pintar: comencé a mostrar trabajos terminados. En realidad, surge de la necesidad de “hablar” de pintura con alguien (dado que ya no podía ir al Círculo de Bellas Artes). Entonces comienzo a explicar mi proceso en 60 segundos [duración máxima de los vídeos en dicha red social], veo que la respuesta es positiva; que hay un montón de niños, adolescentes y también adultos a los que interesa. Me gusta tratar con niños, dan alegría, y es cuando empiezo a disfrazarme y a hablarles. Y parece ser que gusta… 

Y tanto… ¿Cómo ha ido creciendo esa respuesta positiva? 

En principio, la gente te manda mensajes de apoyo, les gusta el arte. Incluso puedo decir que los niños lo valoran más que algunos adultos. Pero la respuesta más emocionante fue cuando empecé a hacer directos. Cuando llegas a los 1.000 seguidores, la plataforma te deja hacer directos; empecé a hacer demos, respondía dudas y generaba debates entre las personas que estaban conectadas, que podían tener entre 5 y 40 años. Son situaciones que creo que solo se pueden dar en este tipo de plataformas. Otra cosa que surgió fue la de empezar a hacer retratos en directo de los seguidores: ahí se genera una emoción especial, se conecta la familia del retratado, amigos… y creo que es una forma de dar a conocer el arte sin forzar nada. También hubo personas que decidieron retratarme, y otras que decidieron empezar a pintar. 

Imagino que, según has ido haciendo los vídeos, habrás ido comprobando qué funciona mejor y qué funciona peor y habrás ido perfeccionando el formato. ¿Cómo ha sido ese proceso? 

Los propios seguidores te van guiando, y de lo que me he dado cuenta es de que prefieren el contacto visual, verte y conocerte. Por supuesto que también quieren aprender. Es algo extraño, porque cuando estás con adolescentes, te ignoran porque están conectados. Y sin embargo lo que buscan, que al final es lo que buscamos todos, es el contacto humano, pero a través de una pantalla. 

¿Cómo es un vídeo-tipo de los que subes a la red? ¿Tienes que prepararlo mucho o sale fluido? 

El proceso es muy sencillo: me siento con un bloc y comienzo a dibujar; cuando me enfrento yo misma a una complicación del dibujo, pienso que también le puede pasar a otras personas y entonces lo explico. Es una sensación rara, como si mandas un mensaje en una botella. No sabes si a alguien le importa, y resulta que sí. Cuando me disfrazo, es algo espontáneo: siento que debo dar una información, y adopto el personaje que daría esa información. 

Eso me ha llamado la atención: he visto que tienes distintos personajes Preséntanoslos 

Bueno, está el viejo detective, que da información de investigación, curiosidades de pintores y cuadros. Está la vieja, que es un poco cotilla, y nos da consejos de cómo limpiar los pinceles con jabón Lagarto, por ejemplo. Y también la punki, que no ha salido mucho, pero es chica rebelde, que quiere hacer cosas y se da cuenta de que para la revolución también hay que estudiar y formarse. 

¿Cuántas personas te siguen a día de hoy? 

No tengo muchos seguidores, en estos momentos son 4.681, pero lo que me sorprende es que una media de 104.303 personas a la semana me visitan. ¡Visitan arte! 

¿Cómo te sientes al ver gente que ha decidido aprender a pintar al verte? 

Es muy emocionante y peligroso a la vez. Veo que hay niños y adolescentes a los que influyes mucho. Y hay que ser responsable y mirar bien lo que dices y haces. 

¿Te ha pasado alguna cosa especialmente curiosa con este proyecto? 

Lo curioso fue que, sin tener ninguna intención en concreto, TikTok me ha situado entre las primeras profesoras de la plataforma. Y encima tengo lista de espera para hacer retratos. 

Para terminar, ¿quieres hacer llegar algún mensaje especial a los lectores? 

Mi mensaje es que, aunque vengan tiempos de confinamiento o cualquier circunstancia desfavorable, siempre tenemos que buscar proyectos con los que ilusionarnos, ya sea aprendiendo o enseñando lo que sabemos a los demás, y no perder la esperanza. 

Puedes encontrar los vídeos de Raquel González Bazaga en (TikTok): @raquelgonzalezbazaga7  

ROBERTO BLANCO TOMÁS 

El Hospital 12 de Octubre demuestra que las lesiones cutáneas pueden ser las primeras manifestaciones clínicas de la infección por COVID-19

La investigación, publicada en The American Journal of Surgical Pathology, identifica partículas virales de SARS-CoV-2 en la piel de 25 pacientes analizados

Un estudio dirigido por el Servicio de Anatomía Patológica del Hospital Universitario 12 de Octubre ha descrito por primera vez la presencia de partículas virales de la infección por SARS-CoV-2 en la piel mediante microscopía electrónica y ha identificado cinco tipos de lesiones cutáneas susceptibles de ser las primeras manifestaciones asociadas al COVID-19. Además, ha demostrado que la existencia del virus en las células endoteliales favorece la activación de los mecanismos que desencadenan la inflamación que da origen a las lesiones dermatológicas.

La investigación Spectrum of clinicopathologic findings in COVID-19-induced Skin Lesions. Demonstration of Direct Viral Infection of the Endothelial Cells, publicada recientemente en The American Journal of Surgical Pathology, ha contado con la participación de profesionales del Servicio de Dermatología del Hospital 12 de Octubre y del Hospital Clínico de Salamanca, quienes han aportado un total de 25 muestras recogidas entre el 20 de marzo y el 25 de abril, en el contexto de la primera ola de la pandemia, en pacientes de entre 7 a 13 años y 28 a 83.

En esta cohorte de pacientes se han registrado cinco tipos de manifestaciones cutáneas diferentes, de las que 11 han sido lesiones acroisquémicas o sabañones, nueve exantemas o sarpullidos, dos procesos de púrpura palpable, una erupción tipo urticaria y dos inespecíficas. Todos ellos han presentado sintomatología clínica compatible con la COVID-19 en el momento de la toma de muestra, aunque en solo nueve de los 25 casos analizados se ha confirmado infección mediante técnica de PCR nasofaríngea.

Del estudio se desprende que no existe una correlación directa entre las lesiones cutáneas y la gravedad del cuadro respiratorio derivado de la infección por COVID-19. De los nueve pacientes confirmados siete correspondieron al grupo de los exantemas con síntomas respiratorios clásicos que incluían fiebre, tos y disnea. Y uno al de la erupción urticarial que desarrolló neumonía bilateral, al igual que uno de los procesos inespecíficos.

La mayoría de las lesiones se han localizado en pies, extremidades inferiores y tronco con alguna lesión aislada en manos, y se han resuelto sin tratamiento entre cuatro y diez semanas después de su aparición. La investigación sugiere que la detección precoz de estas manifestaciones cutáneas puede alertar en algunos casos de la enfermedad por SARS-CoV-2 y evitar así la propagación del virus.

COMUNICACIÓN HOSPITAL 12 DE OCTUBRE