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Necesidades básicas

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¿Cómo desprenderse de una esposa? ¿Cómo no necesitar tanto a una mujer? ¡Ay si yo supiera poner la lavadora en el punto exacto y además, claro, dar con un detergente “guachi”! ¿Y los botones? ¡Hay tantos! ¿Para qué sirven? Menudo follón: lavado, pre-lavado, aclarado, pre-aclarado, centrifugado, ¿terminado? No te equivoques de ropa: blanca, de color, gruesa, delgada, de lana, de lino, para mí toda es igual. Alguna vez metí una camisa o un suéter de color con la ropa blanca, al sacar las prendas aquello parecía el arco iris y los ojos de Alda el Etna[1]; tuve que desaparecer una tarde entera para calmar ánimos; al anochecer volví cordero, con bocadillos, tortillas pequeñas y cosas de picar para que nos desenfadáramos durante la cena.

¡Ay, qué lastimita no saber de cocina para cuando vengan los regaños! Preparar tu propia comida y no sólo alimentarte de disgustos, platos vacíos o precocinados. Tampoco se trata de llegar al “no va más” de los condimentos, ni a la exagerada buena presentación, estilo personal del “chef Rober”[2]. ¡Si yo supiera limpiar el pescado! ¿Y cómo se hace luego? ¿Se enharina? ¿Se destroza? ¿Se fríe y se tira? He mejorado con las sardinas, ¡pero los otros pescados son tan distintos! Reconozco que la cocina es un territorio inexplorado por mí. Ya domino los embutidos, hago juegos malabares combinando fiambre variado, soy un artista en el pan con tomate y jamón y en mi especialidad: las míticas salchichas de Felipe, las hago de todas clases: perritos calientes con kétchup, solo, con mostaza, con patatas fritas, sin patatas fritas, dorando el pan, etc… También he descubierto una forma original de hacer los sándwiches a la plancha, si además los relleno con finas rodajas de tomate natural alcanza el paroxismo de los efectos especiales en alimentación. ¡De todos modos, me siento tan ignorante en tantas otras cosas!

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He progresado en ciertos quehaceres de la casa. Entre limpiar el polvo muy bien, bien y discretamente, yo lo hago discretamente bien. ¡Hay tanto cacharrillo superfluo que levantar! ¿Barrer?, ¡bien! Ya controlo perfectamente esas pelusas volantes capaces de amargarte la tarde con tu mujer. ¿Hacer la cama? Si me pongo, me pongo y no hay quien me pare. Recoger ropa del tendedero se ha hecho fácil con el truco de apoyarla en el pecho para doblarla bien, aunque todavía confundo las camisetas y calcetines de todos al colocar los montones. No me he iniciado en tender la ropa, la de la cama nunca querré, esas sábanas tan grandes, anchas, con esas humedades, esa banqueta redonda, tan pequeña, para subirse a tender en ella, la oscuridad que te va envolviendo y las telas que te rodean al colgar los cubrecamas sobre las cuerdas. ¡Brrrrr! ¿Pero, y lo bien que se duerme luego en ellas? ¡Tan limpitas!

Muchas noches dando vueltas en la cama, no dejo de pensar en la necesidad básica: ¿Cómo cocinaría yo el amor, para mantener equilibrada la relación de pareja?, ¿y si se me quema?, ¿qué ingredientes, cuánto aceite le pongo a una fritura de cariño? ¿Quién inventó aquella frase de mandar a freír a la mujer?, ¿o eran espárragos? ¡Dios santo!, qué dilema si no aprendo pronto a preparar unas empanadillas de comprensión, croquetas de rechupete ¿Cómo sabría yo separar la necesidad del amor? El hambre de su carne, rehogada con años de caricias. Es dulce rendirse con un buen postre, y, dar todos estos pensamientos por terminados, una vez pasado el primer acceso de duda depresiva. Soy un “neberetilla”[3] en la casa, es inútil decir no necesito a nadie y, además, no quiero sujetar mi pasión de animal tierno, deseo a mi mujer con regularidad enfermiza, quiero ser esclavo de sus guisos, degustar en mi basto paladar sus arroces y oler sus manos diariamente y su ropa limpia.

Una vez que estaba preparando sardinas a la plancha decía para mí: soy resultón, aún tengo un sex-appeal imparable y, sin embargo, sigo con la misma mujer, ¡y me quiere después de tantos años! Estas son las pequeñas o grandes cosas de la vida.

Felipe Iglesias Serrano

[1] Volcán italiano en constante erupción

[2] Mi cuñado, cocinero vocacional

[3] Pájaro pequeño de ojos gordos y patas finas, que cruza las carreteras por tierras de Ciudad Real.

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