La tarde se mece entre la noche y las últimas hebras de luz agonizante. Se encienden falsamente las farolas sin bombillas y la luz de los comercios nace derrotada por querer alumbrar más que un candil antiguo.
James me espera, como siempre, en la esquina de la ortopedia. Se mueve como una sombra inquieta, deseoso de comenzar la tertulia para hablar de cine o del último examen que ha suspendido toda la clase. Nos saludamos efusivamente y, antes de marchar, toco con los nudillos el cristal de la ortopedia, Marta me saluda desde dentro después de reconocerme, parecemos dos sombras irreales que viven en mundos paralelos.
No queda ni una miga de luz cuando atravesamos el parque, murmuramos en voz baja palabras sueltas sobre Gravity, 2013, que es cine, cine, y lo que significa soltar, también algo sobre la vida privada de los renos en Laponia. Andamos despacio, preservando nuestro tiempo. Nos paramos cerca del templete a escuchar el cántico del viento inexistente y seguimos andando. Cuando vamos llegando al otro lado del parque, un puñado de luces miserables iluminan hoscamente la palidez de nuestras caras conformes.
El café colombiano es un sitio chiquito, calentito, muy agradable y bien iluminado, con unas poquitas mesas en un rincón. Elegimos una y nos sentamos. “Sí, por favor, dos empanadas, un pan de bono, un buñuelo y dos milos especiales gigantes” (especie de cacao colombiano servido en una taza grande de asa infinita). La señora rubia (aún no sé cómo se llama), de cabeza cuadrangular y rostro afable, nos sirve todo en un periquete. Se respira familiaridad, y charlar con James sobre si Merlín era mago o alquimista resulta muy gustoso.
La vida es tan apresurada… Disfrutamos el don de detener el tiempo durante dos horas…
RELATOS DE CINE
por Felipe Iglesias Serranocine,