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¡Maruja Mallo: para quitarse el cráneo!

En 1983 Umbral nos revelaba la imagen peculiar, la escasa fortuna en el reconocimiento de su arte y el gusto por lo popular de Maruja Mallo, “una pepona de rifa verbenera que todavía no nos ha tocado a nadie, porque nunca toca, como en las verbenas”. Ahora toca a todo quisque que pille entrada para Maruja Mallo. Máscara y compás (a partir de las seis las reparten gratis en el Reina Sofía, como los cartones de reclamo de las tómbolas). Se reúnen de nuevo las verbenas de la exposición de 1928 que organizara Ortega en los salones de la Revista de Occidente, muestras de su ludismo crítico hacia “la España alegre y confiada”. Colorido, simultaneidad, abigarramiento de personajes, nada folclóricos, aunque populares y modernos, con mujeres de faldas cortas y variedad étnica, amén de curas de sotanas tan largas como sus mandamientos y tricornes guardias malcarados fluyen en un realismo mágico, tan alejado de la España negra de Solana como de la primavera que, finalmente, no volverá a reír tras el 36.      

A Maruja Mallo, nombre de batalla de Ana María Gómez González, le gustaba llamarse Marúnica, porque se sabía única, una crack de pensamiento, palabra, obra y omisión, “mitad ángel y mitad marisco”, según Dalí. Por algo José Luis Ferris tituló su biografía Maruja Mallo, la gran transgresora del 27, persuadido de que se convirtió en la “gran tapada del siglo XX por la misoginia de la época”. ¡Ella, quien tanto luchara por destapar a las mujeres de prejuicios! De sus labios encendidos de carmín y provocación conocimos la chuscada que protagonizó junto a Margarita Manso, Dalí y Buñuel, que daría nombre a las Sinsombrero: “Todo el mundo llevaba sombrero. Era algo así como un pronóstico de diferencia social. Pero un buen día, a Federico, a Dalí, a mí y a Margarita Manso se nos ocurrió quitarnos el sombrero (…) Y al atravesar la Puerta del Sol nos apedrearon, insultándonos, como si hubiéramos hecho un descubrimiento como Copérnico o Galileo. Nos llamaban maricones porque comprende que creían que despojarse del sombrero era una manifestación del tercer sexo”. Ganó un concurso de blasfemias, no dudó en exhibirse en bicicleta dentro de una iglesia o en enfundarse una chaqueta de pantalón junto a Margarita Manso para visitar Silos, donde prohibían entrar a mujeres. Travestí a la inversa, se mofaba ya octogenaria, con el descaro y el gracejo de joven libre que nunca perdió: “Yo he jodido tanto y conocido a tanta gente que ya se me amontonan un poco en la cabeza”. 

La relación con Alberti le inspira a éste Sobre los ángeles y La pájara pinta, (“Cara de pájaro” la llamó). La ruptura coincide con sus pinturas surrealistas, de las que no faltan las emblemáticas: Antro de fósiles o El espantapájaros. Ésta la compra Bretón en París, donde también se codea con Magritte, Max Ernst o Miró. Es su etapa  de lo putrefacto, lo telúrico, la descomposición, los esqueletos, los traumas, las pesadillas, la muerte. Alberti escribe La primera ascensión de Maruja Mallo al subsuelo: “Tú, / tú que bajas a las cloacas donde las flores más flores son ya unos tristes salivazos sin sueños / y mueres por las alcantarillas que desembocan a las verbenas desiertas / para resucitar al filo de una piedra mordida por un hongo estancado, /dime por qué las lluvias pudren las horas y las maderas. / Aclárame esta duda que tengo sobre los paisajes. / Despiértame”.

Como demuestra El rayo que no cesa, subyugó a Miguel Hernández, con quien comparte interés por el arte social, particularmente por el campo, donde los sorprende en refocilo cariñoso la Benemérita. En la muestra admiramos Sorpresa del trigo, inspirada por la visión de una manifestante del 1º de mayo de 1936 que portaba unas espigas; o El canto de las espiga, para ella su obra más importante.

Lorca, por quien dejó Emilio Aladrén a Maruja, dijo que su pintura contenía “toda la imaginación, emoción y sensualidad del mundo”, y Gómez de la Serna la caracterizó como “la artista de las catorce almas”. Muchas laten en esta exposición, donde no faltan obras menos conocidas: cabezas de diferentes razas y sexos, naturalezas vivas de uterinas bellezas áureas con formas de conchas, caracolas, flores o alucinaciones porveniristas, cósmicas, de sus células, naves espaciales o sirenas ángeles.   

Como ya no llevamos sombrero, solo nos cabe quitarnos el cráneo.

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