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PÁGINAS DE LA HISTORIA. Los tercios de Italia y Flandes

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Allende nuestros mares,
allende nuestras olas:
¡El mundo fue una selva
de lanzas españolas!
Cuarteta anónima

España mi natura, Italia mi ventura, ¡Flandes mi sepultura!”. Esta estrofa anónima, de tres versos, se hizo muy popular entre los soldados españoles en la segunda mitad del siglo XVI. Lema muy común entre las tropas, entre la soldadesca de los famosos y temidos tercios de Italia y Flandes.

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Nacidos en España, consiguieron multitud de triunfos. En Italia ganaron dinero y reputación. Y Flandes fue su perdición, el final, la muerte de muchos de ellos, pero seguían yendo porque así se lo pedía su honor. Los tercios (unidades militares organizadas por la Casa de Austria) estuvieron funcionando durante los siglos XVI y XVII. Fueron no solo temibles y temidos, sino también respetados y admirados. Los tercios combinaban sus armas blancas (pica y espada) con las de fuego (arcabuz y mosquete). Era una forma de combatir innovadora para su época. Cada tercio tenía su propio nombre, ya fuera por su procedencia o por el del maestre que lo mandaba. Tercios de Nápoles, Sicilia, Milán… Eran conocidos también por sus apodos: “Colmeneros”, “Sacristanes”, “Asadores de cocina de su alteza”, “Almidonados”.

Tenían en sus filas alemanes, valones, españoles, italianos, borgoñeses y británicos. Dominaron los campos de batalla de toda Europa durante casi dos siglos. Al ser de distintas y numerosas nacionalidades, la variedad de lenguas llegó a ser un problema. Lo formaban unidades de piqueros, arcabuceros y mosqueteros bajo el mando de un maestre de campo nombrado por el rey. Debías ser católico para poder pertenecer a los tercios, disciplinados y defensores del rey de España. Fue Felipe V quien acabó con los tercios transformándolos en regimientos. Los españoles eran solo un 17% de las tropas, pero destacaban en mando y valentía sobre el resto de la soldadesca. Pocos, pero muy valiosos. Bien pagados, sumaban además las armas, joyas, dinero y demás pertenencias de los abatidos enemigos. De condición humilde la mayor parte de ellos, estaban obsesionados por conseguir la hidalguía.

Muchos fueron ladrones, violadores y genocidas, aunque también otros tantos fueron nobles y trataron de evitar o evitaron dichas atrocidades. El mal está en la condición humana, en el sentir de cada persona. En todas las guerras a lo largo de la historia se ve lo mejor y lo peor del ser humano. Se dieron casos de ahorcados por cometer abusos y atrocidades a la población civil. En Holanda los tercios de Flandes fueron tildados de salvajes, asesinos, saqueadores y violadores, y ha permanecido su fama hasta nuestros días.

Cada compañía —compuesta por veteranos, primogénitos de grandes de España, segundones de casas nobles, caballeros, bachilleres, labradores, hidalgos, campesinos, gañanes y rufianes de distinta catadura— la formaban 250 soldados. Todos ellos dependiendo de su condición debían defender la religión cristiana, el honor de su rey y la salvación de su patria. No podían alistarse menores de 20 años, ancianos, frailes, clérigos, mancos ni cojos, ni enfermos contagiosos.

Los inviernos en Flandes eran terribles: hambre, frío y enfermedades bajo un cielo encapotado, campos de barro, lluvias incesantes, canales traicioneros y gentes hostiles. Los soldados españoles se caracterizaban por ser disciplinados y mantener valores como el honor, la camaradería y el compañerismo.

El 19 de mayo de 1643 llegó la dura derrota de Rocroi, donde los españoles se dejaron la piel y las entrañas. Entre las tierras de Francia y Bélgica tuvo lugar la sangrienta batalla que significó casi el declive de los temidos tercios de Flandes. Posteriormente tuvieron alguna esporádica victoria. Ese día en Rocroi perdieron la batalla, pero no la dignidad. Se llenaron de honor y gallardía, incluso el enemigo ejército francés reconoció su valentía en campo de batalla. 

Ya con el combate perdido, siendo mínimo el número de “españoles” supervivientes que aún le hacían frente, el capitán general francés Enghien les ofreció una rendición honrosa: respetar sus vidas, dejarles ondear sus banderas, portar sus armas y facilitarles el regreso a España. Algunos aceptaron, otros no. 5.000 españoles dejaron su vida en Rocroi. Aquellas tierras siguen sembradas de sangre española.

La frase de un gallardo superviviente español ha quedado para la posteridad. Al ser preguntado por un oficial francés por el número de soldados combatientes en nuestras filas, simplemente contestó: “Contad los muertos”.

Los tercios españoles, gente de honra y chusma propensa al motín, buscaron fortuna y gloria. Intrépidos, valerosos y terribles, fueron los mejores soldados de Europa y la maquina militar más eficaz sobre un campo de batalla vista hasta el momento y durante dos siglos.

FERNANDO JOSÉ BARÓ

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