Como tantos días, se encontraba mal. Ese compás con sobresalto se había acomodado e instalado en su vida, en su día a día, y persistía. Había tenido un largo descanso… Le dejaba agotada, y aun así aprendió que no ha de darle poder y entonces salió a caminar, con esa dificultad.
El miedo también estaba presente. Quería dejarlo a un lado y decidió que iría detrás de ella. Hacía todo lo posible por superar ese palpitar que no paraba. La música en su teléfono móvil le acompañaba; música de su juventud temprana. Se sentó en un banco porque en el motor de su cuerpo persistía ese ritmo incómodo. Allí sentada veía tantas cosas. Cómo cambió el lugar: la casa de recreo ya no está, el quiosco desapareció; pero todavía queda esencia. Por sorpresa apareció su madre. Siempre a su lado, y continuaron el paseo juntas… Grato momento.
… Siguió su día con más agotamiento y ese palpitar.
¡No les debes dar poder!
¡No les debes dar poder! —se decía, y seguía.
Intentaba tener una sonrisa en la boca, pero de vez en cuando necesitaba posar su mano en el pecho; le daba consuelo y un suspiro también. Y regresó a su casa.
Se habían mudado hace muy poco tiempo a este nuevo hogar. Hoy una visita venía, en medio de la mudanza. Esperaban a uno y llegaron tres. La más pequeña fue la más grande. En ese momento dormía en su carrito, pero la miraba con ternura; era preciosa.
… y abrió los ojos. Se despertó. Ojos azules como el mar y el cielo de día, sonrisa de inocencia, carita de Ángela, de vida, feliz… Sonreía y sonreía ante un lugar desconocido. Sonrisa de descubrimiento, de amor, seguro de felicidad, de las pequeñas cosas.
—¿Y esas bolitas verdes? —sus ojos parecían preguntar.
Dificultad de destreza de una gran pequeña, al intentar cogerlas.
—Muerde un poquito —Le dijo su madre.
Parecía no gustarle, pero seguía sonriendo con entusiasmo. Quería conocer, experimentar. Abre la boca otra vez, el mismo gesto de sus ojitos azules, medio abiertos, ceño fruncido, boca abierta para deshacerse con su lengua de esas bolitas verdes. Esos gestos les daban a entender que no le gustaba, pero no desistía, volvía a intentarlo una y otra vez…
Eso es, persistir; ésa es la clave… Tan pequeñita y ya lo sabe, y seguirá intentándolo, seguro.
La cogió en brazos, no pesaba mucho. Sorprendida, se dio cuenta. Se pasó el sonido insistente de su corazón, el sobresalto, el ritmo incómodo. Ese molesto compás, se pasó… y sonrió, como esa gran pequeña.
Y su día siguió con más alegría, ánimo y fuerza.
Porque a ella le gusta sentir, porque ella necesita seguir.