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Hola, me llamo Ana y soy alcohólica

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En primer lugar, quiero agradecer la oportunidad que me da el periódico Distrito Villaverde de compartir mi enfermedad y la solución que he encontrado en Alcohólicos Anónimos.

Hola, me llamo Ana y soy alcohólica. Entré en contacto con el alcohol por primera vez con 14 años de una forma absolutamente casual: una mañana iba al instituto y estaba supernerviosa, había empezado a fallar en los estudios, llevaba algo más de un año prácticamente sin comer (me había propuesto adelgazar) y estaba empezando a afectarme mucho; no me podía concentrar, no entendía nada y estaba muy triste y asustada: ¿qué iba a ser de mí si no estudiaba? Nunca pensé que tendría cualidades para otra cosa y tenía miedo de mi futuro. Me encontré en la puerta del centro con unos compañeros que iban a hacer “novillos” y me fui con ellos: cualquier cosa me pareció mejor que volver a enfrentar un día de miedo a no entender nada, a que los profesores me preguntaran la lección, a decir que no había hecho los deberes, etcétera.

Distrtio17

Fuimos a una bodega y compramos cerveza. Fue mi primer litro de cerveza, y aunque apenas recuerdo lo que hice ese día, sé que sentía que había encontrado un arma contra mis miedos, porque con la cerveza se me olvidaron los complejos y los miedos al futuro, a los profesores, a defraudar a mis padres. La vida ya no era tan terrible, yo volvía a tener el control.

Durante un tiempo no bebí a diario, pero cada vez esperaba con más ansiedad a que llegara el viernes y me dieran la paga para volver a comprar cerveza. Poco a poco ése se convirtió en mi pensamiento más frecuente hasta que llegó a ser casi en lo único que pensaba. Cada vez me importaba menos lo que ocurría a mi alrededor, y solo me hacía ilusión la idea de que llegara el viernes y beber. Casi sin darme cuenta, en pocos años se convirtió en mi único pensamiento alegre y ya no esperé al viernes: robaba en casa, hacía trabajillos y hasta pedía dinero en la calle con la excusa de que lo necesitaba para coger el autobús o llamar por teléfono.

Entré en un mundo de locura: cuando empezaba a beber ya no podía parar, me emborrachaba, me perdía, aparecía en sitios que no conocía, empecé a consumir otras sustancias intentando volver a conseguir el control y volver a esos momentos en los que el alcohol me producía alegría. Pero todo fue a peor: empecé a entrar en centros de desintoxicación; me mantenía un tiempo limpia, pero cuando sentía tristeza o miedo la obsesión se volvía a apoderar de mí y todo comenzaba de nuevo.

Formé un espejismo de familia con otro adicto, tuvimos dos hijos. No dejé de beber, y la  tortura de la culpa y el miedo a que a mis hijos les ocurriera algo, junto a la huella que habían dejado en mí todos los intentos de dejar el consumo que habían acabado en fracaso, me terminaron de convencer de que no podía vivir sin beber.

Pero un día mi cuerpo falló: no podía ponerme de pie, tenía el cuerpo paralizado. A pesar de que sentí alivio porque pensé que llegaba el fin, mis hijos no se podían quedar solos y pedí ayuda. Me llevaron al hospital y, aunque en mi mente iba preparando otra de las miles de mentiras para justificar mi estado (que estaba en paro y no podía pagar el alquiler, que estaba deprimida…), la desesperación por no volver al mismo infierno me hizo decirle al médico que mi problema era que bebía y no podía parar.

Y ese gesto de pedir ayuda diciendo la verdad fue lo que me impulsó a buscar una solución. Mirando en un listín de teléfonos buscando “salud mental”, porque sabía que aunque lo hubiera reconocido yo sola no iba a poder parar la obsesión por beber, encontré el número de Alcohólicos Anónimos y llamé, y ese mismo día fui a mi primera reunión. Todavía hoy siento la emoción de ese primer día. Las personas que estaban allí reunidas me recibieron con agrado, me ofrecieron una silla, me dieron una taza de café y me hicieron el mejor regalo que nadie me había hecho nunca: me contaron, sin conocerme de nada y con el único fin de ayudarme, su experiencia con el alcohol, cómo habían llegado un día derrotados y abatidos, cómo habían dejado de beber y cómo estaban aprendiendo a vivir ayudándose unos a otros y utilizando las herramientas de un programa de vida sugerido que les orientaba y guiaba hacia una vida plena en la que no necesitaban sustancias para escapar, que era lo que yo hacía. Y me sentí identificada con algo de lo que decía cada uno de ellos, y por primera vez en muchos años sentí esperanza. Esperanza de que yo también podría dejar de beber y comenzar una nueva vida, ser una madre para mis hijos, una hija para mis padres y un ser libre y feliz.

Dejé de beber ese mismo día y me embarqué, siempre de la mano de aquellos hombres y mujeres, en la nueva aventura de la vida sin huidas. Como me dijeron que era anónimo, que todo lo que allí se decía allí se quedaba, me resultó más fácil empezar a compartir mi propia experiencia. Como no había que pagar cuotas podía acudir a todas las reuniones que quería, porque llegué sin trabajo y sin dinero.

24 a 24 horas he recorrido el camino más importante de mi vida. La derrota con el alcohol me puso en disposición de aceptar toda la ayuda que me ofrecían, y gracias a eso he llegado a conocerme, a entender que no es suficiente con tapar la botella, que necesito cambiar para mantenerme sobria y ser feliz con mi sobriedad.

Hoy tengo una buena relación conmigo, ya no quiero destruirme, vivo cada día con agradecimiento sean cuales sean las circunstancias que me toque vivir, porque ahora no son ellas las que hacen que mi vida sea buena o mala: lo importante es cómo las gestione yo. Soy una mujer libre, cuido mucho mi serenidad y me siento útil en una sociedad que antes no entendía.

Si tienes problemas con el alcohol o conoces a alguien que los tenga, quizá podamos ayudarte/le: Grupo Alcohólicos Anónimos de Villaverde, parroquia Santa Bibiana, calle Romeral 2. Estamos los martes y los jueves de siete a nueve de la tarde, y los sábados por la mañana de once y media a una y media. Los sábados es una reunión abierta, puede asistir cualquier persona que quiera conocernos.

Muchas gracias, felices 24 horas.

Ana

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