A.V. LA UNIDAD DE VILLAVERDE ESTE.
Organizado por la A.V. La Unidad de Villaverde Este, los premios fueron entregados el pasado 27 de abril en el Centro Cultural Santa Petronila
El pasado sábado 27 de abril, la Asociación Vecinal La Unidad de Villaverde Este organizó un acto para celebrar el Día del Libro, durante el que se entregaron los premios a los ganadores del IV Certamen de Relatos y Microrrelatos “Maribel Redondo”. Durante cerca de una hora y media, los asistentes al evento pudieron escuchar las canciones de Miguel Navarro, disfrutaron de la lectura dramatizada de una obra de Iván Cerdán realizada por algunos miembros del Grupo de Teatro Bambalina ViBa y conocieron a los ganadores del certamen.
Las personas finalistas y la ganadora en cada una de las cuatro categorías fueron las siguientes:
Relato infantil:
- Ganadora: Laura Sánchez Risco, con El cambio del tiempo.
- Finalista: Amira Hammadia Ariz, con Mis vacaciones de Semana Santa.
Relato juvenil:
- Ganadora: Claudia Sánchez Sánchez, con Las tribus del techo del mundo.
- Finalista: Lucía Cárdenas Soldán, con No digas nada.
- Finalista: Patryk Nietupski Capala, con Las extrañas desapariciones.
Relato adulto:
- Ganador: Juan Ramón Martín Cerro, con Acoso y derribo.
- Finalista: Ana María Abad García, con Déjame leer en paz.
- Finalista: Rocío Bermejo Prieto, con La basura sacada y la bolsa cambiada.
- Finalista: Aarón Hernández de las Heras, con La criatura.
- Finalista: Elena Navarro Asensio, con La última función del último pícaro buscón.
- Finalista: Almudena Serrano Moreno, con Oculto entre líneas.
Microrrelato:
- Ganadora: Eva García López de Rodas, con La llegada de papá.
- Finalista: Juan Ignacio Ferrándiz Avellano, con Caducidad retroactiva.
- Finalista: Salvador Guerra Galbeño, con El niño que nunca terminaba nada.
- Finalista: Antonio Pérez Castellanos, con Día 72.
- Finalista: María Porras Alcón, con Cuento moderno.
- Finalista: Joaquín José Santos López, con La escombrera.
Los textos de las personas ganadoras en cada categoría se pueden ver a continuación:
RELATO INFANTIL
El cambio del tiempo
Tres jóvenes, Marta, Lucas y Juan, vivirán una aventura genial.
Un día, en la casa de Marta, Lucas y Juan estaban leyendo con ella, justo cuando la madre de Marta abrió la puerta y les regaló unos relojes, que resulta que eran mágicos.
Marta exclamó: “¡Qué chulos son, madre!”.
Juan dijo: “Me gustan mucho”.
Y Lucas dijo: “Son preciosos, señora”.
La madre de Marta les dijo: “Espero que os gusten mucho, los he comprado en una joyería a la vuelta de la esquina y he pensado que os gustarían. Además, ponía en el anuncio que son ideales para los niños de nueve años”.
De repente, los relojes se les dispararon creando un portal en la pared, y entonces se abrió un portal que los llevó… ¿al pasado?
Lucas dijo: “¡Qué recuerdos!”.
Pasaron por toda su vida: cero, uno, dos años, etc. Después volvieron al presente.
Entonces se abrió otro portal, donde veían escenas… ¿del futuro?
Juan exclamó: “¡Qué raro es el futuro!”.
Tras horas y horas en el futuro (regresaron a las nueve y cincuenta y nueve), todos se fueron a su casa por la noche.
Al día siguiente, después del colegio, los protagonistas les contaron a sus amigos la aventura que estaban viviendo.
Miraron en sus relojes al llegar a casa y vieron… ¿un cuarto portal?
Se veían de mayores, de pequeños y ahora de adultos. Juan era jefe de unas empresas de comida, Marta una madre de dos hijos y Lucas era presidente de la comunidad de “ASNAR”.
En el pasado se vieron cómo eran de bebés, incluso vieron cómo nacieron.
Los protagonistas tuvieron nietos. Marta se casó con un joven llamado Marcos. Marta murió a los noventa y nueve años, Juan murió a los ochenta y nueve y a Lucas los bisnietos le nacieron en el año dos mil tres.
Sus padres estarían muy orgullosos. Creo que esta es la familia más rara del mundo. Esta historia se pasó por diez generaciones de esta familia tan rara. Esta historia seguro que te gusta mucho. ¿Verdad?
Laura Sánchez Risco
RELATO JUVENIL
Las tribus del techo del mundo
Este verano mis padres me tenían una sorpresa como viaje de vacaciones de verano, y pensé que sería un viaje a la playa, la montaña o a un país cercano como mucho, pero lo que no sabía era que íbamos a ir a la ciudad con la que cualquier montañero soñaba: Katmandú, la capital de Nepal en el techo del mundo, y ahí empezó mi aventura en el Himalaya.
¡Hoy era el día! Nos despertamos pronto para coger el avión a Katmandú, ya que eran catorce horas de avión hasta llegar allí.
Cuando llegamos, salimos del avión y… ¡estábamos rodeados de montañas! Era como un sueño. Mientras estábamos viendo la ciudad, alguien me tocó la espalda. ¡Era un niño! Me dijo que se llamaba Rajiv, y que podíamos ir con su grupo, ya que eran nómadas; mis padres dijeron que sí, porque sería una aventura inolvidable y además no parecían malas personas. Estuvimos todos hablando y dijeron que querían llegar hasta Pokhara, para vender leche de yak. Ellos se acostumbraron a nuestro ritmo, ya que no estábamos acostumbrados a tanta altitud. Estuvimos andando toda la tarde, ya era casi por la noche y creo que más o menos habíamos hecho unos diez kilómetros; así que decidimos parar para pasar la noche. Por la mañana me despertaron los yaks mugiendo, era el despertador de Nepal, así los llamaban. Luego para desayunar nos hicieron un desayuno muy típico de allí, “los Momos”, que son unas empanadillas rellenas de carne y un poco de leche de yak, que estaba para chuparse los dedos. Más tarde nos pusimos en marcha hacia Pokhara. El nombre del grupo más utilizado era “Parvati”. Yo tenía mucha curiosidad de qué significaba, así que le pregunté a la madre de Rajiv y ella dijo que significaba “Hija de la montaña”, ya que sus dioses eran la naturaleza y la montaña.
A lo lejos había un río, el Koshi (el río dorado), el más grande de Nepal, con setecientos veintinueve kilómetros de longitud, pero llevaba demasiada agua y sobresalía del valle, y además iba demasiado rápida. Los nepalíes con los que nos cruzamos creyeron que sería buena idea ir por arriba de la montaña, ya que no se podía cruzar el valle porque eso iba a suponer correr varios riesgos. Todos nos montamos en los yaks para subir. Era impresionante. Al rato de subir había un problema: estaba empezando a haber ventisca y cada vez se veía menos el camino.
Los nepalíes intentaron divisar una cueva, ya que como fuéramos para atrás nos caeríamos al río, pero no encontraron ninguna y, como cada vez la ventisca era más fuerte, decidieron excavar un agujero en la nieve; así que todos ayudamos para hacerlo lo más rápido posible y después nos metimos en nuestro refugio a esperar que acabara la ventisca. Al día siguiente había un manto de nieve encima de nosotros. Los yaks estaban bien, ya que ellos estaban preparados para sobrevivir a esas condiciones. Lo malo es que, con tanto lío, se perdieron unas pocas botellas de leche. Nos pusimos en marcha a Pokhara, ya que quedaba muy poco.
Cuando llegamos les ayudamos a vender la leche que les quedaba y nos regalaron un poco para volver a España. Luego nos despedimos y les dimos las gracias por todo, ya que habían sido muy buenos con nosotros y nos lo habíamos pasado genial.
En este viaje aprendí que los nepalíes protegen mucho la naturaleza, porque allí los dioses son ríos y montañas. También aprendí de esta tribu nómada la humildad, el respeto mutuo, la capacidad de supervivencia y una frase genial:
“Las ramas de los árboles abrazan el cielo y se conectan con la tierra creando el ciclo de la vida”.
Claudia Sánchez Sánchez
RELATO ADULTO
Acoso y derribo
Me dejo caer hacia atrás sin apenas resuello, extasiada, sudorosa, satisfecha, muy satisfecha, y feliz, sobre todo feliz. Apoyo la cabeza sobre sus abdominales perfectos mientras recobra la cadencia normal en la respiración y se recuesta sobre la almohada medio adormilado. Y entonces decido que es el momento de sincerarme.
—¿Sabes? Hace unas horas tenía muchas dudas sobre cómo acabaría la noche, he estado a punto de no seguir adelante con esto. Pero ahora ya te lo puedo contar sin problema. No me malinterpretes, en realidad estaba deseando que sucediera, el cuerpo me lo pedía a gritos, pero mis complejos casi acaban por estropearlo todo. No he disfrutado como hubiera querido hacerlo, ya has visto, todo el tiempo con la luz apagada: por el color carne, tan poco femenino, de mi ropa interior; por esta faja que recoge todas mis partes blandas; porque no tocaras sobre zonas de las que me avergüenzo, en fin… Seguro que habrás pensado: “¿De qué va esta tía?”. Pero ahora ya da igual todo, estoy encantada de haberme entregado a ti y, en especial, de que hayas podido disfrutar de mi cuerpo tal como es.
—…
—No te puedes imaginar lo feliz que me haces, ni en mis mejores sueños pensé que pudiéramos acabar siendo pareja, aunque no te voy a engañar, en el fondo tenía esperanzas de que así fuera. Me has gustado desde siempre, aunque todo este tiempo solo tenías ojos para otras. Y mientras tanto, yo me moría por ocupar algún día ese lugar, y ahora… aquí estamos. Juntos, tú y yo.
—Pero es que yo no…
—Estoy deseando que conozcas a mis padres, te van a encantar. Papá es un apasionado del futbol como tú. Ya os puedo imaginar juntos, viendo el partido desde el sillón de casa mientras tomáis una cerveza. A mamá le he hablado mucho de ti, incluso le he dejado caer lo que, con bastante probabilidad, acabaría sucediendo entre nosotros. A pesar de ser mi madre puedo contarle este tipo de cosas con toda confianza. Además, cuando pruebes su famosa tarta de frambuesa, darás gracias al cielo por haber puesto una suegra así en tu camino, ya me contarás, ya.
—Igual te estás precipitando un poco, ¿no te parece?
—Bueno, no quiero agobiarte con esto, pero es que ya verás qué bien que vamos a estar juntos.
—Mira, hemos pasado un buen rato, pero eso no significa que…
—Sí, sí, ya te he oído, pero por favor no sigas por ahí, tengo muchos planes para nosotros. ¿Acaso no te gustaría tener hijos en un futuro? De hecho, se me está ocurriendo algo —le digo con cara traviesa, mientras lo intento volver a poner a tono con caricias—. ¿Y si fuéramos ya a por uno? Bueno, si te apetece algo más sucio… No hace falta que te diga que estoy dispuesta a complacerte en todo lo que me pidas. En todo.
—¡Quita tus manos de encima ya, joder! —dice apartándome a un lado e incorporándose de la cama al tiempo que comienza a vestirse—. Que te quede bien claro, lo nuestro no existe, jamás me plantearía una relación contigo, es mejor que no volvamos a vernos, de hecho apenas me atraes, no sé cómo he podido… Solo ha sido un polvo, un jodido polvo, ¿es que no lo entiendes, zorra?
Me deja sin réplica, totalmente asolada con sus frases. Es lo último que hubiera querido escuchar de su boca, y a pesar de ello es esa palabra, justo esa última palabra la que me hace despertar de mis fabulaciones: zorra. Porque es innecesaria, porque pese a haberla pronunciado sigo sintiendo que lo quiero, porque mi único pecado ha sido abrirme en cuerpo y alma con él, porque a fin de cuentas no merezco este trato, y porque acabo comprendiendo que él nunca sentirá nada por mí. Y entonces tomo una decisión, las circunstancias me obligan a tomar una decisión, sin vuelta atrás, dolorosa, porque se ha sobrepasado, me ha jodido y en este momento solo deseo que obtenga un castigo por ello, un castigo con el que aprenda bien la lección.
Ahora sí voy a ser una verdadera zorra.
—¡Puto niñato de mierda! —grito a la vez que hago jirones mi ropa interior, golpeo la cabeza con todas mis fuerzas contra la pared e incluso, con lo primero que encuentro, el mando a distancia de la televisión, comienzo a provocarme desgarros en la vagina de forma indiscriminada—. Vas a arrepentirte de esto el resto de tu vida.
Está petrificado con mi reacción, perplejo, aterrado diría yo. Incluso siento pena por él durante un instante, sin embargo no vacilo, mi determinación es absoluta. Así que camino marcha atrás, hacia el balcón del dormitorio, despacio, asegurándome de que entiende bien lo que voy a hacer, recreándome con el pánico de sus ojos…
…Y me lanzo al vacío.
Juan Ramón Martín Cerro
MICRORRELATO
La llegada de papá
Al día siguiente hacíamos como si nada hubiera pasado. Volvía a casa con los ojos ensangrentados y desafiantes. Buscaba una buena excusa para confrontarnos y creerse dominante. Las unas, empequeñecidas, huíamos corriendo a la habitación; las otras, encolerizadas, se enfrentaban a él desgastándose, sin darse cuenta de que no era el mejor momento para hacerle entrar en razón. Tras una concatenación de palabras incoherentes y absurdas, la escena terminaba, por su parte, roncando en el sofá; por la nuestra, a puerta cerrada, cada una en su habitación, sintiendo que no entendía nada.
Eva García López de Rodas