Hace tres años, una compañera de profesión me envió un audio desde un campamento de refugiados improvisado en la isla de Chios, en Grecia. El encargo consistía en traducir del árabe al español el testimonio largo de Mohammed, un refugiado sirio al que acababan de entrevistar. Sus palabras formarían parte de un amplio documental que abarcaría las experiencias de otros refugiados en Turquía y Atenas con el objetivo de denunciar la política de asilo europea.
Pero el mundo se quedó sin saber lo que Mohammed tenía que decirnos. Ya con pocos minutos por terminar la traducción, la compañera me comunicó que por cuestiones técnicas tenían que descartar su participación en el proyecto. Sin embargo, la historia de Mohammed se quedó conmigo como un diamante en bruto, a salvo de la precariedad del periodismo que me ahogaba y de este viejo continente al que seguimos viendo naufragar.
No pude conocer a Mohammed en persona, pero lo imagino sentado en su tienda, con un cigarro en la mano, viendo cómo sus sobrinos revolotean entre sus piernas. Su voz quemada por el tabaco y sus ojos de color agujero negro, por los que la luz ya no entra, pero que parecen chispear cuando le preguntan por sus sueños.
“Voy a publicar la segunda parte de El caparazón. ¿No lo conoces? Es un libro prohibido en mi país. Lo leí clandestinamente”, revelaba Mohammed. “Habla de las torturas que sufren los prisioneros en las cárceles de Siria, en los tiempos que gobernaba Asad padre. Por eso yo quiero escribir la segunda parte, de los sirios que, para no enfrentarse a ese horrible destino con Asad hijo, se embarcan en un viaje suicida con destino a una Europa que no los acoge. Esta vida es una miseria y merece ser recogida en otro libro tan atroz como el primero. Lo llamaré El caparazón 2.”
Yo no conocía ese libro, y le pregunté a un compañero sirio. “Es el libro que más se lee a escondidas en Siria desde hace años, y trata sobre la situación de los presos políticos en la prisión de Palmira durante la terrible década de los 80. Es imprescindible leerlo para entender a lo que hemos llegado hoy”. Poco después, el libro de Mustafa Khalifa se publicó en español de la mano de Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Me atreví a leerlo, pero no se lo recomiendo a nadie que quiera dormir plácidamente por las noches.
Yo me pregunto: ¿cuántos Mohammed nos estamos perdiendo mientras somos testigos del sufrimiento de miles de refugiados en Lesbos, que ni un incendio puede librarlos de la prisión a la que les condenamos? Hace tan solo unas décadas Europa y Estados Unidos acogían. Y tenemos escritores árabes maravillosos que nos han regalado auténticas joyas de la literatura porque encontraron refugio en nosotros.
Gibran Khalil Gibran, Edward Said, Amin Maalouf, Rafik Schami, por nombrar a unos pocos, representan el talento rescatado de una parte del mundo que se desmoronaba. Un talento del que hoy estamos más necesitados que nunca, ya que esta vez el mundo que se desmorona es el nuestro. Episodios como el del campamento de Moria son los síntomas.
Me da miedo esta Europa que actúa contra sus valores. “¡Qué naufragio!”, como dice Amin Maalouf. Y no tardará mucho hasta que Mohammed se libere de sus circunstancias y recoja en su libro cómo le trató el peor sátrapa de Oriente Medio, sí, pero también de cómo le trató esta Europa cruel e insolidaria. Y serán nuestros hijos los que no duerman por las noches.
LAILA MUHARRAM
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