Recordando glorias del deporte de barrio con Felipe Rodríguez Lucas, entrenador y apasionado del balompié
Sabido es que el deporte, además de una sana actividad, ha sido históricamente un dinamizador social de primer orden. Y cualquiera que conozca un poco Villaverde podrá acreditar el papel que ha jugado históricamente el deporte base en sus barrios, especialmente el fútbol por haber sido el más extendido con diferencia de los mayoritarios. Pues bien, la historia que hoy les traigo aquí tiene todo eso: deporte base, fútbol, barrios y asociacionismo. Puro Villaverde.
Nuestro protagonista es Felipe Rodríguez Lucas, natural de Yunclillos (Toledo) y desde muy pronta edad amante apasionado del balompié, en el que pronto destacó: “De muy pequeño ya me iba a jugar con los mayores a otros pueblos. Me llamaban ‘El Lenteja’, porque me metía por todas partes y les aburría”, confiesa. Felipe viene a Madrid en 1960, con 20 años, para hacer el servicio militar, y decide quedarse. El fútbol sigue siendo su pasión: no ha terminado todavía la mili y ya ha fichado por el Orcasitas, aunque lo deja pronto. Se asienta en Leganés, donde se echa novia, Rosario Camiño del Castillo, y se casan el 12 de septiembre de 1964. Charlando con la pareja en unos bancos del Parque Plata y Castañar, Rosario me cuenta riendo que tanta era la afición de Felipe por el deporte rey que pasaron la luna de miel en un campo de fútbol: “el día después de casarnos jugaban el Español y el Atlético de Madrid en el Metropolitano viejo, y allí fuimos a verlo. Ésa es la luna de miel que tuve”. A ella también le gusta el fútbol, claro.
El matrimonio vivió ocho años en Leganés, y luego vinieron a Villaverde. Tuvieron cuatro hijos: Felipe, David, Rosario y María Luisa. Los niños, obvio, empezaron pronto a jugar al fútbol; y las niñas, que también se aficionaron, no se perdían un partido de sus hermanos (el fútbol femenino, al menos en España, aún era una “rareza”). Felipe trabaja en Ruedarsa, empresa de piezas y accesorios para vehículos automóviles, y en la fábrica organizan algún partidillo que otro.
Mientras, nuestro protagonista ha entrado en contacto con el deporte del barrio, y es jefe de campo en el Villaverde San Andrés, “encargado de cuidarlo, marcarlo, rellenar de tierra los charcos que se pudieran hacer…”, todo lo necesario para que el terreno de juego se mantenga en condiciones óptimas para los partidos. Su hijo mayor está en la escuela del club, y Felipe, como el resto de padres, va a verle jugar todos los partidos. “A esto que el entrenador que los llevaba —recuerda—, que entrenaba también a los juveniles, trabajaba en Telefónica y se lo llevaron para Extremadura, así que me propusieron hacerme cargo de los chavales, y lo hice. Termina el campeonato, quedamos los segundos, hicieron una selección para dar un homenaje al ganador, que era el Montijo, de Carabanchel, y me nombraron seleccionador”. Entonces disputan el partido, al que sigue una fiesta con entrega de medallas, pero ocurren algunas cosas durante la misma que no gustan a los padres, “detalles feos” por parte de la directiva. “Nos vamos al bar a tomar unas cañas y empezamos a comentarlo, y el del bar nos dice: ‘¿Y por qué no hacéis un equipo de fútbol aquí?’”, recuerda Felipe. Les parece buena idea, y él y otro compañero, Paco, se encargan de la parte técnica. Hablan con el resto de padres y buena parte de ellos están conformes: “los mejorcitos que había se vinieron con nosotros”, sonríe.
Fundación
Así se funda el Racing Talco, en junio de 1981, aunque no queda totalmente constituido hasta el 26 de septiembre. Leemos en la prensa de la época: “Como su nombre indica, se fundó en la calle Talco 8. Está formado por una plantilla de 19 jugadores, cuyas edades oscilan entre 10 y 12 años. Los destinos del club están regidos por un presidente, un secretario, un tesorero y dos entrenadores [Felipe y su compañero], que cuentan con la absoluta confianza de sus socios y simpatizantes. […] Su ilusión y su meta es formar y enseñar a estos niños el noble arte de competir y que en un futuro no muy lejano sean auténticos caballeros del deporte, por encima de resultados. Las dificultades del club son muchas, pero su entusiasmo es todavía mayor para vencer las mismas”.
Y sí que las hay, dificultades, digo. Lo primero, un campo en el que jugar. En el parque me explica Felipe cómo lo consiguieron: “Estaban haciendo la pista esa; por aquí pasaba una vía y estaban quitando todo el terraplén. Tenían una niveladora, y fuimos a hablar con el encargado para preguntarle si nos podían allanar aquí un poco el terreno para jugar al fútbol. Un sábado por la mañana, el hombre vino con la niveladora y nos lo allanó. Hicimos unas porterías portátiles, que las poníamos y luego las quitábamos y las guardábamos”. También la cuestión económica, pues a los chavales no se les cobraba nada, así que había que tirar de ingenio: “Jugábamos los partidos y, para sacar dinero, este chaval, que sabía cosas de ferralla, hizo una parrilla grande. Entonces nosotros hacíamos ahí bocadillos de panceta, de chorizo… y los vendíamos. Y rifábamos que si dos docenas de pasteles, o tartas, o whisky…”. Rosario asiente, y añade: “Yo hacía hasta caldo de cocido cuando hacía frío para venderlo”. “Ese dinero lo gastábamos en ellos —continúa Felipe—, porque terminaba el partido y nos los llevábamos al bar a tomarse sus refrescos, si salíamos fuera les pagábamos el viaje, al final del año hacíamos una cena… Y los chavales tan contentos”.
La implicación de Rosario no era menor: “Habré lavado tierra y fregado botas de fútbol lo que no está escrito. He lavado equipaciones enteras en mi casa… Y ahora hay césped artificial en los campos, pero antes era barro puro; y cómo venían… Ese barro lo he quitado yo”. Y es que la gran familia del equipo era una piña, como evoca Felipe: “Los padres estaban encantados, y colaboraban todos a una. Había un ambiente excelente: jugaban los partidos y luego pasábamos la tarde juntos los matrimonios con los críos”. Y los resultados acompañan: “Esta remesa de chavales la tuvimos hasta juveniles, y lo ganábamos todo… Decían: ‘Esta jornada viene el Racing Talco… Pues lo tenemos claro’. ¿Recuerdas lo de los 12 goles de España-Malta? Pues nosotros necesitábamos 14 para los 100, y se los metimos un equipo. El 9, que era cojonudo, metió esa temporada no sé si 50 o 60 goles”.
Felipe era un entrenador exigente, y como suele ocurrir, muy querido por ello por “sus chicos”. “Cuando estábamos en el campo y me ponía a correr con ellos, los cansaba. Decían que no podían más y yo les contestaba: ‘¿Cómo no vas a poder? Tengo yo 40 años y puedo’. Yo les chillaba mucho”. Interviene su mujer riendo: “Pero les gustaba: el día que no les chillaba no funcionaban”. “Sí, de hecho hubo quien me lo dijo y yo le animé a que les preguntase a los chavales. Lo hizo y le respondieron que les gustaba que les chillase porque les animaba, así que cuando vino y me dijo que tenía razón, yo le contesté: ‘si es que los conozco como si los hubiese parido’”, evoca él satisfecho.
Un campo mejor
Mientras, habían conseguido un campo mejor: “Cuando ya hicieron todo el parque hablamos con el Ayuntamiento y empezaron a hacernos el campo, que estaba donde ahora juegan al chito. Me pidieron las medidas, y les dije que 105 de largo y 63 de ancho. Empezaron a traer tierras de por ahí, pero les dije que esa tierra no servía, porque con lluvia se iba a convertir en un barrizal. Les indiqué que las cogieran de ahí —señala—, que es arenosa, así que la echaron y luego no se hacía ni un charco. Nos hicimos nosotros cargo del campo y de todo”.
En el Racing Talco estuvo ocho años, hasta que lo dejó por diferencias con su compañero. “Luego estuve en la Asociación de Vecinos Pueblo Unido —explica—. Un señor que se llamaba Gildo me propuso hacer un equipo para la asociación, así que se lo dije a los chavales, que ya eran cadetes, y se vinieron conmigo. Jugábamos en el mismo campo, y también ganaban siempre. Estuve cuatro años, me cansé también y lo dejé”. Interviene su mujer, riendo: “Sí, yo me lo pasaba muy bien, pero si no deja el fútbol lo dejo yo a él. Es que era fútbol todo el rato, no había otra cosa”. Tiempo después también fue por una temporada segundo entrenador de juveniles del Villaverde San Andrés, hasta que dejó definitivamente la parte activa del deporte para pasar a disfrutarlo como un aficionado más, afición que por supuesto mantiene hasta la fecha.
Y es que una pasión tan grande te suele acompañar toda la vida, como pude comprobar al ver el brillo en los ojos de Felipe, y también en los de su mujer, evocando unos recuerdos tan bonitos, de deporte base, camaradería y barrio, que tan generosamente compartieron conmigo aquella tarde agradabilísima que pasamos charlando en el Parque Plata y Castañar ellos dos, su sobrino y amigo mío Fernando Camacho y un servidor de ustedes. Un abrazo muy fuerte para los tres, y viva el Racing Talco.