Hará cuestión de unos seis años salieron de las reservas de oro de Venezuela cinco toneladas del preciado metal con destino a Rusia y a Turquía, para pagar una serie de deudas de difícil catalogación; tanto, que no fue computada dicha merma.
El oro fue trasladado en un jet privado hasta un aeródromo del sur de Francia, donde se hizo el reparto correspondiente, excepción hecha de dos toneladas que fueron sustraídas horas antes por los mensajeros, quienes las cargaron en un camión comercial que atravesó la frontera francesa adentrándose en España, y allí se le perdió la pista.
Al ser oro clandestino, nadie reclamó la pérdida, y el resto de la historia la contó un ciudadano turco en su lecho de muerte, que no fue otro que un lujoso hotel de Dubái. Parece ser que el golpe lo tenían planeado desde el momento en el que el susodicho personaje tuvo constancia de que pilotaría el avión encargado de traer el oro.
Junto a él actuaba otro viajero del avión, más un compinche que les estaba esperando en tierra con un camión. Sabían que disponían de un tiempo limitado, y ese tiempo les dio para llenar dos toneladas y huir el camionero en el camión y los otros dos en un coche particular con placas de matrícula falsas.
Eran conocedores de que debían moverse con rapidez, porque aunque los destinatarios del botín no denunciarían el robo, sí movilizarían a gente armada para recuperarlo. Contaban con la ventaja de que en España sus perseguidores no tenían una gran logística para buscarles, y además ellos iban varios pasos por delante, puesto que ya sabían dónde guardarían el oro robado. El camionero era de origen vasco, de modo que su presencia no despertaría sospechas por la zona, porque era habitual verle por allí con su camión.
Se alojaron en Lequeitio, y con la excusa de que el camión estaba averiado, tuvieron tres noches de frío invierno para trasladar el oro en dos lanchas neumáticas hasta la isla de Garraitz, donde cavaron con frenesí una profunda fosa en la que sepultaron cerca de dos mil kilos de oro, ya que antes ellos se repartieron una generosa cantidad de lingotes a partes iguales, con los cuales poder mantenerse hasta regresar a por el resto del suculento botín, cosa que nunca aconteció, debido a que a los pocos días el camionero apareció tiroteado en una cuneta y otro miembro de la improvisada banda fue apuñalado poco antes de abandonar España, quedando como único superviviente un turco que emigró hasta Emiratos Árabes, quien decidió dejar que la cosa se enfriara antes de regresar a por el resto del botín.
Pero desgraciadamente el destino se puso en su contra al morir precipitadamente de muerte natural y dejando como único legado una bella historia, y quién sabe si un suculento tesoro.
DAVID MATEO CANO