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El sentido de la vida

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Mª ANTONIA PÉREZ GARCÍA.

Cuando estoy dando clase, los alumnos me escuchan con atención (son adultos) y parece que todo es perfecto: se están enterando, ponen interés, contestan… A veces hay un detalle que estropea el embrujo del momento. A alguien le suena el móvil, que dicho sea de paso está prohibido tenerlo operativo durante las clases. Volvemos a la cruda realidad, me veo en la tesitura de dejarlo pasar (con el consiguiente riesgo de que vuelva a sonar, o que sean varios los que suenen) o de aplicar el reglamento: retirar el móvil.

Y yo me pregunto: si todos somos adultos, si conocemos las reglas, ¿por qué hemos de llegar a esto? Trasladándolo al tráfico, imaginémonos las consecuencias bastante más trágicas que la interrupción de una clase y la dispersión en la atención que mantenían el resto de los alumnos. Una alteración en las normas de tráfico puede llevar a la silla de ruedas o a la muerte.

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Los niños tienden a explorar la realidad, llevar la contraria y transgredir los mandatos, lo que les ayuda a la autoafirmación. Pero los que nos llamamos adultos porque tenemos bastantes más años y experiencia vivida, al no seguir las normas, ¿qué hacemos? ¿Quizá buscar la libertad de “lo que me da la gana”? ¿O más bien es que no hemos superado la edad infantil y nos quedamos en los 11 años? Cada uno debe buscar su respuesta.

Quizás hay normas absurdas y arbitrarias, pero las que se imponen para coordinar a la colectividad y ayudar a que funcionen las cosas de manera organizada y sin perjudicar a nadie (o lo menos posible) deben ser asumidas y respetadas, porque lo contrario altera la realidad, ¡y a veces de qué modo!

No estamos solos. No podemos vivir con libre albedrío; lo que hacemos u omitimos repercute en los otros y por ende en nosotros mismos. Si intentamos transmitir esto a los niños, siempre desde el ejemplo, estaremos ayudándoles a crecer y madurar como personas que podrán convivir en paz y aportar cosas positivas al resto, que es para lo que en última instancia estamos en este mundo.

Mi último apunte, que recojo de un diario titulado La responsabilidad de los padres, según la Universidad de Cambridge (y todas las personas con algo de sentido común), dice: “hay padres demasiados permisivos que no saben decir ‘no’ a sus hijos, mostrándose a su vez beligerantes frente a los docentes. Son incapaces de manejar el comportamiento de sus niños, que pueden llegar a ser altamente conflictivos. Reconocen que consienten todo a sus hijos para evitar conflictos”. Y luego nos extrañamos de la violencia en las aulas y los ataques entre bandas juveniles. Cuando unos padres confiesan que no pueden con sus propios hijos o echan balones fuera responsabilizando a otros, hay un serio problema social.

Los límites nos permiten vivir en armonía; hay que asumirlos e imponerlos con respeto, pero con firmeza, desde el principio.

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