Cuentan que un hombre, incapaz de avanzar tras todas las penurias que a él y a su familia les habían pasado, decidió salir de casa para conocer el lugar donde vivía el sol, anhelando encontrar allí alguna esperanza y consuelo.
La comida que llevaba le duró muy poco, tuvo que caminar durante días, atravesar peligrosos ríos, enfrentarse a cocodrilos, cruzar zonas en llamas, pero tras muchas vicisitudes, cuando pensaba que estaba todo perdido, una anciana del lugar le indicó dónde estaba el sol: estaba en lo alto de la colina. Al llegar allí vio un palacio luminoso donde todo era de oro. La esposa del sol le recibió amablemente y le ofreció comida y agua. Al poco tiempo vio algo rojo que se iba acercando: era el sol en persona, que volvía de su trabajo diario.
El sol saludó al hombre con cortesía y le invitó a quedarse a cenar y pasar la noche. Luego le enseñó el palacio, un magnífico edificio con arcos hechos de perlas preciosas. Al día siguiente, el hombre se levantó con las primeras luces del día para ver cómo se alzaba el sol y, tras desayunar, la mujer del sol le entregó algo de pan para su familia. Luego el sol le dijo: “Cierra los ojos”. Y cuentan que cuando los abrió se encontró en su cabaña, junto a su familia, con la que se comió el pan y nunca, nunca más volvieron a penar.
Eso te deseo a ti: que tras todo éste tiempo pasado tan duro que llevamos sobre nuestras espaldas este verano te dé la fuerza y energía que proporcionó el sol al protagonista de esta historia, ya que si hay un verano que, con su ilusión, calor y esperanza, nos hace falta, es éste.
Paz, salud, amor y suerte. ¡Feliz verano!
Directora de Remodelatuvida
Socióloga coach personal y profesional
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