Madrid contaba con numerosos cafés, de los cuales solo se conservan unos pocos. Entre los que aún se pueden visitar está el Café Comercial, en la glorieta de Bilbao; o el Café Gijón, en el paseo de Recoletos. En la calle de Alcalá, donde hoy en día encontramos una cafetería de la cadena Starbucks, solía estar el famoso Café Fornos. Éste abrió en 1870, en la esquina que hace la calle Alcalá con Virgen de los Peligros. Allí se reunían los intelectuales de la época para hablar de política, literatura e historia. Azorín, Pío Baroja, Manuel Machado… Sus tertulias se alargaban hasta altas horas de la madrugada.
Entre tanto famoso intelectual, había un cliente del Café Fornos muy especial. Cada día visitaba este café, sin faltar ni uno solo a su cita. Ése era Paco, el protagonista de nuestra historia. Se cuenta que el día de la festividad de San Francisco de Asís de 1879, un perro callejero entró en el café. Era pequeño y de color negro. Se acercó a la mesa ocupada por el Marqués de Bogaraya, que sería posteriormente uno de los alcaldes de Madrid, y se sentó a su lado. Al marqués le hizo gracia, y le pidió un trozo de carne. En honor al santo del día llamó al perro Paco. Muchos intentaron quedárselo, pero Paco prefería vivir a su aire, libre y sin ataduras, nunca tuvo dueño.
El perro Paco no solo visitaba los cafés en busca de comida, sino que también se colaba en el teatro, en la ópera e incluso a las corridas de toros. Se conocía la ciudad mejor que muchos madrileños. Enseguida los periódicos de la época se interesaron por este peculiar personaje. Tanta fue la influencia que tuvo, que cuando se acercaba a un sitio, los porteros de los locales jamás le negaban la entrada. Tenía la puerta abierta en todos los sitios.
La tarde del 21 de junio de 1882, en la Plaza de Toros de Madrid, que estaba en el lugar en que hoy se alza el Palacio de los Deportes, avenida de Felipe II, un novillero lidiaba, pésimamente, a uno de los toros que le había tocado en suerte. Pepe el de los Galápagos estaba recibiendo una soberana pitada del público, Paco bajó al ruedo a protestar por su mala actuación y comenzó a ladrar al torero, y el matador, furioso, le dio una estocada. Paco no pudo sobreponerse de las heridas y murió días después. Se dice que el torero tuvo que ser sacado de la plaza por las fuerzas del orden ante el peligro de ser linchado allí mismo.
El pueblo de Madrid vivió una profunda crisis, las gentes lloraban por la calle. Tras su muerte fue disecado y expuesto en una taberna taurina de Madrid hasta su cierre en 1889. Finalmente, tras unos años allí, se decidió enterrarle en el Parque de El Retiro. Se intentó reunir dinero para crearle una estatua, pero al final no se consiguió.
En 1904, uno de los hijos del propietario, Manuel Fornos, se suicidó en uno de los salones privados del café, cerrando definitivamente cuatro años después de lo sucedido. Hay un dicho madrileño: “¡Sabes más que el perro Paco!”.
NARCISO CASAS
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