Viví mis primeros 12 años en el casco histórico de Madrid, muy cerca de la Plaza Mayor, en la calle Concepción Jerónima. Dicha calle del barrio de los Austrias debe su nombre al convento, de monjas Concepcionistas Jerónimas, que existió allí desde el siglo XVI hasta 1890. Este convento fue fundado en 1504 por Beatriz Galindo, llamada “la Latina”, humanista que fue profesora de latín de Isabel la Católica. Hoy día el barrio de la Latina ocupa gran parte del Madrid de los Austrias.
De los 12 a los 17 años mi nuevo hogar estuvo ubicado en la parte alta de Lavapiés, en la plaza de Tirso de Molina, llamada “plaza del Progreso” en tiempos de la República. En ella tuvo su primer estudio de pintura Joaquín Sorolla y vivieron los hermanos Bécquer (Gustavo Adolfo y Valeriano) y Ramón María del Valle-Inclán. No he vuelto a vivir en aquella barriada, pero mis recuerdos de infancia, adolescencia y primera juventud están ligados a ese barrio: sus calles, sus plazas, sus iglesias, sus edificios históricos… pues acudí siempre que pude a visitar a mis familiares y seguí alternando con mis amigos de siempre. En esas calles nacieron y vivieron mis abuelos y mis padres, y fue en ese Madrid entrañable, pintoresco y castizo donde me forjé como persona y como escritor.
En la plaza del Humilladero tuvo mi abuelo Magín una taberna cuando aún funcionaban los tranvías. Fue en ella donde se conocieron mis padres, se enamoraron y terminaron casándose. Muy cerca de esa plaza está la de la Cebada (lugar donde durante el siglo XV se quemaba y torturaba a brujas y herejes, siendo desde 1790, por decreto, lugar de ejecuciones públicas), el Teatro de la Latina y las calles de los Irlandeses, de Toledo, de la Paloma y de Calatrava.
Volviendo al barrio madrileño de los Austrias, siempre llamó mi atención, paseando con mi abuelo José (abogado, periodista y maestro nacional) en la plaza de la Villa, además de la casa y torre de los Lujanes (siglo XV), considerado el edificio civil más antiguo de Madrid, el monumento hecho por Mariano Benlliure en 1891 a Álvaro de Bazán y Guzmán, I marqués de Santa Cruz, grande de España, caballero de la Orden de Santiago, capitán del Mar Océano, almirante de la Marina española.
Nació en Granada en 1526 y murió en Lisboa en 1588. Es el almirante, el marino, más laureado en la historia de España. Héroe de Lepanto. Conquistó islas, ciudades y apresó infinidad de barcos enemigos. Miguel de Cervantes y Lope de Vega, entre otros, le consideraban el padre de la soldadesca por el buen trato que brindaba a sus soldados. Con él, en tiempos de Felipe II, la Armada española era la más temida y respetada. Nunca fue derrotado. No perdió ni una sola batalla. Convenció a Felipe II de la invasión de Inglaterra armando una fabulosa flota, la Armada Invencible, en Lisboa, compuesta por más de 700 naves y 100.000 hombres. Trabajando en este ambicioso proyecto murió de tifus el 9 de febrero de 1588. Muchos historiadores aseguran que el fracaso, el desastre de la Armada Invencible, no hubiera tenido lugar de haber estado vivo y al frente de la invasión, algo que nunca sabremos a ciencia cierta y que tal vez hubiera evitado la muerte de miles de marinos y barcos naufragados en las costas británicas e irlandesas. Los que no murieron en el fragor de la batalla o ahogados, los que consiguieron llegar nadando a tierra firme, fueron degollados por los ingleses, militares y civiles. No hubo piedad para los sobrevivientes.
El marqués de Santa Cruz construyó dos palacios, uno en Valdepeñas, hoy día desaparecido, y otro en el Viso del Marqués (Ciudad Real), utilizado actualmente como Archivo General de la Marina. Una auténtica joya del Renacimiento español. “El marqués de Santa Cruz hizo un palacio en el Viso, porque pudo y porque quiso”.
Álvaro de Bazán ha sido, junto con Blas de Lezo Olavarrieta (Guipúzcoa 1689- Cartagena de Indias 1741), tuerto de un ojo, falto de una pierna e inmovilizado de un brazo por sus múltiples heridas de guerra, los únicos almirantes españoles que nunca fueron derrotados.
No olvidéis, queridos lectores, cuando paséis por la plaza de la Villa, leer los excelentes versos dedicados por Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios, a este insigne marino español a los pies de su estatua: “El fiero turco en Lepanto, / en la Tercera el francés, / y en todo el mar el inglés, / tuvieron de verme espanto. / Rey servido y patria honrada / dirán mejor quién he sido / por la cruz de mi apellido / y con la cruz de mi espada”.
Fernando José Baró