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El don de la invisibilidad

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Mª ANTONIA PÉREZ GARCÍA.

No he conocido a nadie con ese don, pero sí me he sentido invisible en algunas ocasiones, supongo que como casi todo el mundo. Estar en un lugar lleno de personas conocidas y que nadie te preste atención, o estar en un grupo de móvil, o en una red, e ídem de lienzo.

La indiferencia es un desprecio, como reza el refrán: “No hay mayor desprecio que no hacer aprecio”. En el caso de los niños, esto no es solo una afrenta: les va la autoestima en ello. Tratarán por todos los medios de hacerse notar. Incluso en un medio de transporte, por la calle, los niños sonreirán, gritarán, darán golpes, con tal de reclamar atención; porque sin atención personalizada nos sentimos invisibles, involuntariamente.

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¡Cuántos genios, pintores, escritores, pensadores, artistas en general han sufrido de invisibilidad social! Después de muertos, se han puesto en valor sus creaciones. ¡Qué pena que la sensibilidad social esté atrofiada! En realidad, los pecados de omisión suelen ser muy graves.

En lo que concierne a los niños, la relación paternofilial no debería pasar por estos episodios, y ahora por desgracia vemos padres absortos en sus móviles, cuando sería más fructífero que estuviesen hablando con sus hijos o jugando al “veo, veo” en esos trayectos a pie. O en los transportes públicos, restaurantes, etc., también para que los infantes no estén dando por saco a los demás de su entorno.

Prestar atención es un deber y una obligación moral, máxime cuando se trata de personas más necesitadas de atención. A todos nos gusta que nos tengan en cuenta, que no digo ser el ombligo del mundo. La sensibilidad social es una gran virtud, que como un boomerang vuelve a nosotros en determinados momentos vitales. Hacer visible y dejar de ignorar es un primer paso para ser más personas, más humanos.

No se puede uno poner en lugar de otros si ni siquiera los tiene en cuenta. La actitud de ignorar a los otros no deja de ser indicio de inseguridad personal. Sí, a veces es puro despiste, pero son las menos.

Por poner ejemplos les cuento unas situaciones en la que me sentí muy sola e ignorada. Una de ellas, a pesar de ir en un autobús lleno, imaginen, cargada de bolsas, con el paraguas, en el pasillo, se me cae el paraguas al intentar agarrarme a la barra tras una sacudida. Con las bolsas era incapaz de cogerlo, porque me tenía que soltar del pasamanos. Todos los presentes me miraron y nadie movió un dedo. Cogí el paraguas prácticamente con la boca.

Y otra, peor: pisé un trozo de cáscara de melón que algún desaprensivo tiró en la acera, me escurrí y caí de rodillas. Me fracturé la rótula, allí permanecí arrodillada en la acera, muerta de dolor y nadie me auxilió. Como pude me sujeté a unas barras de contención y me incorporé; la gente pasaba, yo era invisible. En esos momentos incluso (a pesar de la frustración) un chiste macabro que vi en un periódico me vino a la cabeza: “se ha suicidado, pero no es porque el mundo fuese injusto, es que era inestable”. Porque supongo que ver a una mujer a las nueve menos cuarto de la mañana, de rodillas, en la acera, con gesto de dolor, el bolso en el suelo, ¿es indicio de que la pobre está como una cabra o que se ha caído y se ha hecho daño? Hacemos mejor que sea invisible, así no hay que pararse ni preocuparse lo más mínimo.

Para terminar, si lo anterior les parece poco llamativo en la sociedad actual, una tremenda indiferencia de un excelentísimo Ayuntamiento a una urbanización, a la que por imperativo legal tuvo que recepcionar. Los vecinos de esta urbanización, mayoría curiosamente con respecto a los vecinos del pueblo, que pagan unos altos impuestos municipales (alcantarillado, agua, basura…), a cambio tienen sus calles mal asfaltadas, con parches y socavones, “beben” agua turbia y tienen que limpiarse, además de sus parcelas (lo que es lógico), las lindes entre parcelas, que son zonas comunes, es decir, del Ayuntamiento. Así que ahí tienen, por ejemplo, a dos vecinos de la urbanización, mayores, ambos con discapacidad, sin las herramientas adecuadas que no poseen (desbrozadoras), durante al menos seis horas, sudando como pollos, quitando hierbajos para prevenir accidentes ante los calores del estío, porque además de ignorados pueden llegar a ser imputados. Y ustedes dirán que esta pareja pague a alguien para que se lo haga. ¿En serio, por algo que no les corresponde legalmente? ¡Ah, sí!… que estamos en una sociedad que ignora.

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