FERNANDO JOSÉ BARÓ
En estas líneas quiero daros a conocer la figura de uno de los personajes de la historia que más me voltearon, no por su vida ejemplar —que no lo fue—, pero sí por la pasión con la que la vivió. La de un excelente poeta satírico, provocador, rebelde, amoral, soñador, apasionado, mujeriego, osado, libertino, temible con la espada, hiriente con la pluma, que pasó la mayor parte de su vida en Madrid.
Siendo niño, veía a mi abuelo José esporádicamente, ya que entre sus viajes a Brasil, Uruguay, Guinea, Libia, sus estancias en Argentina y las intermitentes relaciones con la familia, eran pocas las veces en las que estando en Madrid venía a buscarnos a mi hermana Almudena y a mí —al número veintiocho de la calle Concepción Jerónima, donde vivíamos— para pasear y contarnos historias del viejo Madrid, sucesos que como madrileño, abogado, maestro nacional y periodista de ABC sabía y nos daba a conocer.
Eran muchas las historias que nos contaba, los versos que nos recitaba y la pasión que nos trasmitía en aquellos paseos por el Madrid de los Austrias, haciéndonos sentir importantes como madrileños y como españoles. De entre todas las historias, siempre me cautivó, y lo sigue haciendo, la vida y obra de Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana, nacido en Lisboa en 1582 cuando Portugal era española, y muerto —asesinado— en Madrid en 1622.
Correo Mayor del Reino, llevó una vida galante y llena de aventuras. Poeta culterano —escribió más de doscientos sonetos—, amigo de Luis de Góngora y de Lope de Vega. Buen espadachín, hombre de temperamento temerario, mujeriego, amante del lujo, de las joyas, el juego y los caballos, que coleccionaba en gran número y morían de viejos en sus cuadras antes de ser sacrificados y vendidos como carne.
Supuesto amante de la reina Isabel de Borbón, de la bella dama portuguesa Francisca de Távora —amante del rey Felipe IV— o de las dos. Provocador, injurioso tanto en prosa como en verso y demás lindezas que provocaron su muerte, siendo asesinado en las gradas de la iglesia de San Felipe de Madrid, en la calle Mayor. Al parecer fue orden del monarca, alentado por su valido el conde-duque de Olivares. Su asesinato fue la ejecución de una sentencia dictada en palacio, como deja constancia Góngora en su décima Mentidero de Madrid, en la que nos termina diciendo que el impulso de aquel asesinato fue soberano. Los motivos fueron políticos, sabedor Villamediana de información privilegiada y de secretos de la Corte, y no amorosos como cuenta su leyenda, aunque todo influyó: deudas, maridos engañados, amantes despechadas, literatos a los que injurió…
Al caer la tarde de aquel domingo 21 de agosto de 1622, volviendo del Palacio Real con su amigo el conde don Luis de Haro, cuando su carroza bajaba por la calle Mayor rumbo a San Ginés —donde tenía su palacio—, se acercó un desconocido a su carruaje que por la ventanilla le asestó una mortal puñalada “con arma terrible de cuchilla” que le atravesó del costado izquierdo al brazo derecho, provocándole un abundante caño de sangre que le dejó moribundo a pesar de su intento por desenvainar la espada. Fue llevado por su amigo don Luis al zaguán de su casa-palacio, donde expiró a la edad de cuarenta años, dejando al no tener descendencia una considerable fortuna y el título de conde de Villamediana a su primo y heredero natural don Iñigo Vélez de Guevara y Tassis, conde de Oñate y tercer conde de Villamediana. Recordemos que de su mujer Ana de Mendoza había tenido un hijo varón que se malogró y que ella falleció sin darle hijos. Su asesinato convulsionó todo Madrid, y nunca se descubrió al asesino.
Juan de Tassis y Peralta fue enterrado en Valladolid, en la capilla mayor del convento de San Agustín, junto a su padre, primer conde de Villamediana. Así terminó sus días este excelente e ingenioso poeta barroco que vivió la vida intensamente y que fue en su tiempo uno de los hombres más admirados y envidiados de la Corte.