Mª ANTONIA PÉREZ GARCÍA.
Vi en sus ojos de niño toda la vejez del mundo, la tristeza y el desaliento. Era la foto de un niño ucraniano. De fondo, edificios destrozados, gris y ruina por todas partes. Tan desalentador entorno, pero sobre todo la figura del pequeño, con un rostro surcado de arrugas y un gesto que expresaba dolor, desconfianza y amargura, como si hubiera vivido mil malas vidas, me impactó hasta las lágrimas.
Esa mirada desgarradora, impactante, de víctima inocente, de daño colateral en el infierno de la guerra. Y me impactó porque a pesar de haber estado en la escuela con tantos alumnos, jamás vi una mirada tan anciana en un chaval.
Los niños reflejan lo que hay en su entorno, lo que viven. Sus expresiones son un cristal a través del cual nos podemos informar si son felices, si están alegres o si son maltratados o sufren algún abuso. Siempre miro a los ojos cuando hablo con otras personas, la información es inmensa. He visto ojos chispeantes o apagados, la tristeza es un velo que cubre la mirada, mientras que las pupilas refulgen con la alegría.
Los ojos alegres de un niño que juega, explora, aprende, son un bálsamo para el alma. La ilusión hace que brillen con intensidad; los ojos se ríen, como la boca.
Solo por ese niño y su mirada, y su gesto, estaría prohibida la guerra y cualquier conflicto armado que aniquile la vida presente y el futuro de las personas; la mirada de ese niño llevaba toda la ruina de la ciudad arruinada.
Nos miran sus ojos tristes / que han perdido la ilusión, / esos ojos que no encuentran / de tanta desdicha, razón. / Desde su infancia marchita, / nos mira desesperado, / porque las bombas dejaron / su presente sin futuro. / Ha perdido a su familia, / sus juguetes, su inocencia, / ¿dentro de qué ausente conciencia / puede caber tanto horror? / El niño sufre la guerra, / los hombres la… sinrazón.