“…el destino tendrá que responder”. Así decía la portada del periódico que me entregaron en el avión Madrid-Damasco el 15 de enero del 2011. Un titular tan transgresor sólo podía explicarse tras el acontecimiento más trascendental en el mundo árabe de las últimas décadas: el pueblo tunecino lograba el derrocamiento del dictador Zine El Abidine Ben Ali.
Este inesperado evento reverberó en millones de jóvenes que pagaban en silencio el precio de la pobreza, el desempleo y la injusticia en Egipto, en Yemen, en Libia, en Siria. Arranqué la portada y la pegué en la pared de mi escritorio. Mi yo de los 23 quería creer que el destino estaba respondiendo.
Pensaba que las palabras del poeta tunecino Abu l-Qasim al-Shabbi eran la profecía de la primavera árabe. Muy pronto sus versos se susurraban en boca de todos los que aspiraban al cambio, que se asomaba a los ojos de quienes queríamos ver. De la larga y silenciosa oscuridad surgía una tenue luz atronadora. “Será necesario que se disipe la noche. Será necesario que se rompan las cadenas”, proseguía el verso del poeta. Y las cadenas parecían romperse al fin.
A las pocas semanas, el mismísimo régimen de Mubarak se tambaleaba. Nos decíamos que ese régimen no podía caer. Que era imposible. Pero entonces ocurría, lo imposible volvía a ser posible. Y si otros lo conseguían, ¿por qué en Siria no? Los límites de la mente se expandían y una algarabía de posibles se abrían paso.
Surgieron canciones, gritos de protesta, símbolos y banderas, valores, alianzas hasta ese momento inimaginables, amistades, decisiones cuyo riesgo era la propia vida, acciones de rebeldía y desobediencia, avances que ofrecían los mejores presagios… En 2011 pensamos que todos los imposibles serían derrocados.
Pero aquel verso no era una profecía. Tres meses después embarcaba en otro avión dejando atrás familia, amigas y aquel recorte de periódico. De esa pared quedó colgando mi destino mudo.
Pero el sonido de esa algarabía no ha cesado. Podemos seguir escuchándola en el imaginario colectivo de una generación que probó el sabor agridulce de los posibles. Y seguirá inspirando a las futuras generaciones que, diez años después, se acercan para aprenderlo todo de aquel año aciago. Como dice el poeta tunecino: “Quien no acepte el anhelo de vivir se evaporará en el aire de la vida”.
Si queréis saber más de la memoria creativa siria, os invito a que visitéis esta web (en inglés, árabe y francés), donde encontraréis poemas, vídeos, canciones, fotos y todo lo que se ha podido rescatar de los últimos diez años: https://creativememory.org/ . Y aquí (en español), el grupo de estudio en el que participo para dar a conocer su legado: https://grupokarame.com/.
LAILA MUHARRAM
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