Mª ANTONIA PÉREZ GARCÍA.
Ha cambiado el contexto, ahora en vez de niños tengo adultos, pero el fondo no cambia mucho. Las personas, sean de cualquier edad, nos sentimos vulnerables, inseguras, recelosas, cuando no sabemos. En el CEPA (Centro de Educación Para Adultos) en el que estoy, imparto clases de alfabetización y de español para extranjeros. El proceso educativo es similar al de un CEIP (Centro Educativo de Infantil y Primaria), y hay alumnos motivados hacia el aprendizaje y otros que no. Las motivaciones intrínsecas son diferentes, o quizás no tanto; en ambos casos están intentando valerse en un futuro. Los adultos de alfabetización quieren dejar de ser analfabetos y poder interpretar cartas, carteles informativos, y superar unas circunstancias pasadas de falta de formación, de un derecho que les fue arrebatado por el momento histórico vivido, porque tenían que trabajar, porque eran mujeres (son la mayoría)… Los alumnos inmigrantes necesitan el idioma para manejarse en otro país, en otra lengua, para acceder a puestos laborales en los que las condiciones y el sueldo sean mejores… En el caso de los niños, la curiosidad innata, la presión familiar o el deseo de llegar a trabajar en una profesión elegida, ser independientes y tener un futuro. Lo cierto es que la falta de formación y de cultura, en un mundo como el nuestro, relega a los individuos, la evolución y el desarrollo para una eficaz educación.
Aunque hay motivos que frenan esa formación correcta y son de diversa índole, en el caso de las señoras que vienen a alfabetización, en algunas se da un deterioro mental cognitivo que les impide retener aprendizajes y en consecuencia explicarlos, a pesar de su motivación. En el caso de los inmigrantes, muchos llegan a clase muy cansados después de largas jornadas de trabajo, con sueño y con poca energía. En cuanto a los niños, su aprendizaje se ve afectado si hay problemas familiares, si no hay un sueño adecuado reparador, si no comen adecuadamente, si tienen problemas de atención (lo cual es muy frecuente hoy), si no se les controla y dosifica el acceso a los videojuegos, a los móviles, si las hormonas hacen de las suyas…
El mundo de la educación es complejo. Como docente añosa que ha sufrido muchas leyes educativas, que ha impartido distintos niveles y asignaturas, que ha buscado constantemente material y aplicado recursos, que ha intentado empatizar con sus alumnos y trabajar responsablemente, echando muchas horas (las que no se ven y no se pagan), tengo una percepción bastante clara de aquello de lo que adolece la educación en este momento. Hay un punto en el que el proceso se frena si el alumno, por voluntad o condicionantes físicos o psicológicos, no aporta ese esfuerzo, dedicación, constancia, memorización, estudio en suma. Aprender no es fácil ni cómodo, pero sí muy gratificante.
Una docente que antes ha sido estudiante, que ha seguido su reciclaje durante 35 años y que antes de las clases se prepara contenidos y recursos, cree que no se puede echar balones fuera: el fracaso escolar, el abandono de las aulas, no es solo responsabilidad de los docentes, aunque tenga una que seguir escuchando lindezas como: “mi hijo va mal porque los profesores pasan de todo”.
Antes, por la fogosidad de la juventud, me lo tomaba peor; ahora la madurez te da cierta serenidad y relativizas.