Son las claves de Kevin Castillo, inquieto vecino de San Cristóbal que acaba de iniciar su carrera como boxeador profesional. Además es peluquero, miembro del colectivo SK Bars y un ejemplo de que todo es posible con esfuerzo y las ideas claras
ROBERTO BLANCO TOMÁS
Kevin Castillo es un vecino de San Cristóbal de los Ángeles que a sus 23 años de edad se está abriendo camino divinamente. Joven inquieto y activo en el barrio con su colectivo SK Bars, se gana la vida como peluquero y acaba de iniciar su carrera como boxeador profesional, además con un patrocinador tan importante en este deporte como Charlie. Le sobran motivos para estar satisfecho, pero al mismo tiempo es un chaval sencillo, juicioso y con los pies en el suelo, como demuestra en esta entrevista.
Acabas a dar el salto al boxeo profesional… ¿Cómo te sientes?
Pues con más responsabilidad… Ahora toca hacer las cosas cada vez más en serio: cuidarme en todo, en el descanso, en la comida, entrenar más… El boxeo profesional no es como el amateur, cambia mucho y también corres un poco más de riesgo: los guantes son más pequeños, el impacto duele más…
¿Cómo empezaste?
Siempre he hecho deporte… Empecé con el fútbol, pero ya con 17 o 18 años no me veía para futbolista, porque a esa edad la gente que promete ya está en equipos top. Quería probar cosas nuevas, así que empecé con el gimnasio, levantando pesas y tal, pero no me gustaba, porque soy bastante enérgico y necesito descargar más. Luego conocí la calistenia, el street workout, estuve dos años y quería más y más… Y en fin, a mí siempre me había atraído el boxeo, aunque a mi madre no le gustaba demasiado la idea. Al final fui a la escuela de boxeo y ya llevo casi tres años y medio.
¿Cómo ha sido tu desarrollo en amateur?
He tenido 13 peleas, y he ganado 11. Uno de los motivos por los que paso a profesional tan rápido es porque en este año he peleado siete veces, he perdido solo una vez, y he vencido a adversarios que han sido seleccionados para la selección madrileña, a un subcampeón de Madrid… así que ya los últimos combates se me cayeron porque la gente no quería enfrentarse conmigo. Por eso también hemos urgido a la federación insistiendo en que quiero pelear y que para hacerlo debía pasar ya a profesional.
¿Qué tienes de aquí a los próximos meses?
Debuto el 8 de febrero en Rivas, y luego tengo que echar por lo menos cinco o seis combates profesionales hasta junio. Ahora toca enfrentarme a todo lo que venga, porque necesito hacerme un nombre. También tengo que entrenar superduro: estoy entrenando seis o siete horas diarias de lunes a sábado… El domingo me levanto y lo único que hago es ir al baño y volverme a acostar [risas].
Háblanos de SK Bars…
Es una de las experiencias que en verdad me hizo cambiar… Yo antes no hacía absolutamente nada, solo andaba por el barrio de aquí para allá. Entonces me dije: “Ahora o nunca: cambias o te vas para abajo”. Y me marqué seis meses como objetivo para entrenar… y mira, entre las barras y el boxeo ya son casi cinco años los que llevo entrenando, y en ellos ha cambiado mi vida. Hace cinco años no sabía qué hacer y ahora soy profesional en el boxeo y he conocido a muchísima gente. Y esto ha sido solo por hacer un cambio en mi vida e introducir el deporte. Por eso se lo recomiendo a todo el mundo: aunque no sea para competir, es importante hacer deporte. Todo lo malo se te va con el sudor, te quedas como nuevo, y así puedes luego continuar al mismo nivel, con fuerza.
Nuestro colectivo fomenta el deporte, y también aprovechamos el tirón para sacar los problemas que tenemos y desmentir lo que se dice en los medios de comunicación, que en el barrio no se puede vivir y demás. En nuestro grupo ha habido chavales de todas las nacionalidades, y todos siempre hemos conectado y nos hemos movido como una familia… Y he podido comprobar que nuestro proyecto tenía tirón, porque decías “bajamos a entrenar” y aparecían 15 o 16 personas. Así que viendo este tirón nos decidimos a reivindicar un espacio donde entrenar, porque empezamos haciéndolo en una barra colocada en una pared por el padre de un colega, y claro, nos preguntábamos “¿por qué Embajadores o Atocha tienen su parque y San Cristóbal no?”. En esto también la asociación de vecinos fue un intermediario bastante fuerte, y nos juntamos con ellos y otras entidades, nos empezaron a escuchar y tras mucho insistir durante tres años nos pusieron el parque.
Dices que antes no hacías nada, pero ahora haces un montón de cosas. Sin ir más lejos, estamos en tu peluquería…
Sí [risas], esto es con lo que me gano la vida… Como decidí no estudiar, mi madre me decía que tenía que hacer algo y que no me iba a dar ni un euro, que no mantenía a vagos. Y mi madre se enfada muy pocas veces, pero cuando lo hace hay que tener cuidado, porque lo que dice lo cumple [risas]. Mi hermano mayor había empezado a cortar el pelo antes, veía que él ya se sacaba algo con eso, y yo también quería. Él había aprendido conmigo: un verano estábamos viendo la tele, le dije que me cortase el pelo y lo hizo. Luego empezó a mirar vídeos por internet, a aprender cosas nuevas y probarlas conmigo. Cuando yo quise aprender, él me enseñó. Más adelante le cogieron en una peluquería recién abierta, y por casualidades de la vida el que estaba se fue y nos quedamos nosotros a cargo. Estuvimos ahí cinco años, y luego hará un año que cambiamos de local: éste ya es nuestro (Barbershop Cast, en C/ Rocafort 78).
¿Qué dirías a los chavales que se encuentren hoy como tú cuando tenías 18 años, sin saber bien qué hacer con su vida?
Yo creo que es cosa del sistema: desde que nos forman en el instituto ya salimos con unas ideas configuradas… A mí me gusta aprender, pero a mi manera, lo que a mí me gusta y por lo que siento curiosidad. En cambio, nos educan de algún modo para que no seamos independientes, para que siempre necesitemos a alguien que nos diga lo que tenemos que hacer. Yo creo que todas las personas tenemos un don: mi hermano dibuja, yo tengo la habilidad de relacionarme con la gente, otra persona a lo mejor es buena con los ordenadores… Todos tenemos que encontrar nuestro don, y no hay que tener miedo, porque a veces el miedo nos impide hacer muchas cosas. Les diría que prueben, que somos jóvenes, nos queda muchísima vida, y en dos o cinco años se pueden hacer muchísimas cosas… Que aprovechen el tiempo, que confíen en ellos mismos y que tiren p’alante.