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AMOR PLATÓNICO

Hubo un tiempo en que la distancia,

corta y casi invisible,

nos acercaba al abrir los labios.

En aquella época,

la distancia merodeaba

casi aislada entre los brazos;

en aquella época,

era más sencillo decir «hola»

al tocarnos con los dedos.

La infancia pasó:

los exploradores crecieron,

los brazos ya no aislaban la distancia

(estaban más lejos);

las zonas exploradas,

con tacto y a escondidas,

se convirtieron en zonas restringidas

(el recuerdo las quería para él).

Así, pasaron los años.

La distancia impedía el choque,

intencional y despreocupado,

de aquellos labios;

decir «hola» ya no era posible

con el roce de los dedos…

Así pasó el tiempo:

la distancia nos hizo extraños.

Somos adultos:

el tiempo ha pasado,

los exploradores que corrían

juntos, de la mano, van andando;

los labios que reaccionaban al chocar,

ahora pronuncian el recuerdo

invocando la aparición de aquellos años.

Somos adultos:

la distancia ha vuelto corta,

invisible, acercándonos

abriendo los labios.

Ahora somos adultos

y la distancia vaga, aislada,

encerrada entre los brazos.

Ahora somos adultos

y decir «hola» es más fácil:

ahora puedo rozarte, tocándote,

mientras la mirada de recuerdos,

infantiles, envuelve la suavidad

pasando de labio a labio.

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