DAVID MATEO CANO.
Aunque posiblemente conozcamos más cosas de las que desconocemos, estas últimas siempre acaban por sorprendernos más que las primeras, y en lo que concierne a la ciencia todavía más. En esta disciplina al público por norma general solo le suele llegar el resultado final, y rara vez los fracasos cobran relevancia. Sin embargo hay uno de ellos que no deja de ser sorprendente, e incluso me atrevería a decir que mágico.
Hace unos años, una importante multinacional al servicio de un tecnólogo futurista, a la vez que enormemente rico, se propuso crear el medio de transporte terrestre más rápido que jamás haya existido. Dicho acontecimiento generó un gran revuelo, así como una enorme inversión. Por supuesto la predicción no era a corto plazo, sino digamos a plazo medio, concretamente tendría que estar en funcionamiento el año que viene, pero la cosa se fue diluyendo hasta disiparse por completo. Unos alegan que fue debido a los elevados costes, otros lo achacaron a que la tecnología había llegado a su límite, y la mayoría lo tildó como un proyecto visionario válido para un relato de ciencia ficción, pero jamás para llevarlo a la práctica.
La técnica en la que se basaba el ingenio era relativamente sencilla de explicar a grandes rasgos, pero parece ser que muy difícil de llevar a efecto. Todo consistía en crear una plataforma de vacío por la que circularía un vehículo a muy baja presión, concretamente a 10¯¹¹ milibares, de esa manera apenas habría fricción con el aire ni rozamiento alguno que frenase al vehículo en cuestión. Se pretendía alcanzar los 1.000 kilómetros por hora. La cosa sonaba espectacularmente bien, parece ser que en los años previos se habían hecho los cálculos pertinentes para sortear los problemas tecnológicos que pudieran surgir, por eso se contrató a un gran número de científicos e ingenieros dedicados en cuerpo y alma al proyecto, pero según fue pasando el tiempo el tema se estancó. La alta temperatura que se generaba hacía que apenas existieran materiales que la pudieran soportar, por otra parte se encontraban muy cerca del vacío extremo, el cual empieza a partir de una presión de 10¯¹² milibares, y eso hasta la fecha solo se ha conseguido en el CERN. En vista de que no se culminaba el proyecto, el mecenas fue despidiendo a la gente ante la imposibilidad de llevar a cabo semejante empresa, y todo quedó en un bonito sueño frustrado.
Hubo sin embargo personas que habían dedicado tanto tiempo al asunto que se lo tomaron como un reto personal y decidieron seguir adelante. Aglutinaron el trabajo que llevaban realizado durante años y buscaron nuevos mecenas para culminar el desafío: primero recurrieron a diferentes organismos estatales, donde fueron rechazados de inmediato, hasta que por fin una corporación privada les dio el apoyo suficiente para intentarlo de nuevo. Estimaron que el sitio indicado para llevar a cabo su empresa sería una ciudad del norte de Hungría. En dicha ciudad se ha filtrado que han conseguido crear una plataforma de vacío de diez kilómetros, así como un vehículo con capacidad para 12 personas que ha alcanzado como velocidad punta 1.200 kilómetros por hora. Hecho esto únicamente les queda mantenerla, ya que por lo visto una vez que se consigue hay que realizar un nuevo vacío en la plataforma por la que circula el vehículo a la vez que asegurar un sistema de presurización efectivo (en el evento uno de los científicos sufrió un fuerte síncope, y el resto de los ingenieros que viajaban con él grandes dolores de cabeza que les han durado durante días). Si logran pulir todos los detalles se conseguiría viajar de Madrid a Moscú en tres horas y cuarenta minutos. Marea solo de pensarlo; seguiremos atentos a los acontecimientos para ver si finalmente cristaliza el proyecto.