Un día, me crucé con el doctor Eugenio Bustos en el recibidor de mi facultad.
—¡La prisión! —me dijo.
—¿Qué prisión? —contesté, descolocado.
—La de Carabanchel… ¿no te digo? ¡La interior!
Yo seguía con mi cara de fuera de juego, lo que captó inmediatamente, añadiendo:
—¿No querías un tema para un soneto?
Solo un hombre
Quiero escaparme y no soy capaz,
quiero engañar al agraz carcelero
para las llaves robarle primero,
luego, escaparme insaciable, voraz;
se acercará, y veré en él mi faz,
comprenderé con atino certero
que el funcionario es también prisionero:
es solo un hombre, distinto disfraz.
Ni muero porque no muero, ni vivo
ya fuera de mí, ni el guardia falló
el tiro, ni ser o no ser cautivo
cierra la puerta del sí ni del no.
Ya solo soy útil por lo que escribo,
por no ser otro más lejos que yo.
Javier Pérez Báez