Por una asociación de ideas, yendo por las calles zarzueleras del barrio Ciudad de los Ángeles, camino del Colegio Público de La Alegría de la Huerta, al cruzar la calle La Rosa del Azafrán, recordé la romanza Canción del sembrador de la zarzuela La rosa del azafrán, cuando dice: “Sembrador que has puesto en la besana tu amor, la espiga de mañana será tu recompensa mejor”. El poeta y dramaturgo oriolano Miguel Hernández (1910-1942) habla también de la besana en el poema Muerte nupcial del libro Cancionero y romancero de ausencias: “El lecho, aquella hierba de ayer y de mañana:/este lienzo de ahora sobre madera aún verde,/flota como la tierra, se sume en la besana/donde el deseo encuentra los ojos y los pierde”.
La besana es el surco abierto en la tierra, al comenzar a arar el campo. Una vez abiertos los surcos, se inicia la siembra, cuando el campesino lanza “el grano volandero y caprichoso,/propósito final de la labranza”, en palabras del poeta. También en la vida es necesario abrir surcos de convivencia, de solidaridad, de amistad, de amor, de formación y conocimiento, donde se vaya depositando el grano volandero del esfuerzo, de la comprensión, de la integridad, del estudio, de la constancia… Para que un día recojamos el fruto del trabajo y lo compartamos.
Miguel Hernández, poeta de prestigio mundial, pese a su corta vida, representa un ejemplo de vocación literaria y tenacidad. Excelente estudiante. Obligado por su padre, dejó el colegio sin terminar el primer curso de bachillerato. La familia necesitaba su trabajo como pastor de cabras. Sin embargo, continuó su formación como autodidacta, leyendo cuanto podía y en la biblioteca pública de su natal Orihuela. También escribía, cuando el quehacer de pastor se lo permitía. En el poema Sentado sobre los muertos del libro Viento del pueblo, escribe: “Si yo salí de la tierra,/si yo he nacido de un vientre/desdichado y con pobreza,/no fue sino para hacerme/ruiseñor de las desdichas,/eco de la mala suerte,/ y cantar y repetir/a quien escucharme debe/cuanto a penas, cuanto a pobres,/cuanto a tierra se refiere”.
El poeta fue víctima tan temprano de una de las dos Españas, a las que se refiere en el poema Madre España del libro El hombre acecha: “España, piedra estoica que se abrió en dos pedazos”. Procuró perpetuarse en sus hijos. Uno murió a los 10 meses de nacer y otro, padre de dos hijos (María José y Miguel), le sobrevivió hasta 1984. Pero es la obra escrita del poeta, su voz en la palabra, lo que le inmortaliza.
En el Colegio Público de la calle Alegría de la Huerta (CEIP Ciudad de los Ángeles) puede abrirse un surco con el ejemplo de Miguel Hernández, dando al Colegio su nombre. Lo mismo podría decirse de cualquier otro centro público de enseñanza primaria y secundaria (CEIP) o de un instituto de enseñanza secundaria (IES) en Villaverde.
Carlos Rodríguez Eguía