Telmo, promotor de la iniciativa España Rumbo al Sur, está preparando su próxima expedición con jóvenes. En el periplo siempre complejo de buscar fondos, hace una visita por Tetuán. Corporalmente es grande, de piel curtida y sonrisa franca. En su tono y sus palabras adivinamos pasión por la vida en movimiento. [Aquí puedes escuchar el audio de la entrevista]
¿Cómo te presentamos?
Pues soy Telmo: marino, aventurero, viajero… He tenido la gran suerte de vivir experiencias increíbles en el mar, en la selva, en los sitios más raros que os podáis imaginar, pero también he tenido la suerte de soñar desde pequeño. Quiero mandar un mensaje a la gente joven de Tetuán, y a la no tan joven, que es un sitio con mucho sabor, con mucha esencia –soy navarro y cuando vienes por los “madriles” te gustan los sitios así–. Quiero decirles que viajar no es sólo irte a un sitio, sino salir a tu ventana, ver las nubes que van viajando, la luz del sol que va cambiando, empaparse en libros, investigar y tener curiosidad…
¿Sacar tu verdadero yo?
Sí. Yo creo que así nos conocemos, el viaje es un potenciador mágico para el conocimiento, se potencia todo, sales mucho más reforzado. Y aunque viajar no te alarga la vida, sí la ensancha. Ése es un poco el espíritu del proyecto España Rumbo al Sur.
Tu trabajo nos hace pensar en una experiencia vital…
Ésta es una idea de formación pura y dura, esperanzadora. Nace en 2006 a iniciativa de la Comunidad de Madrid, como programa que ilusionase a los jóvenes. Eso es un poco lo que pretende la iniciativa Rumbo al Sur, con chicos de 16 y 17 años. Vas a sitios con dificultades por el clima, a veces por enfermedades como la malaria, y físicamente tienes que estar desarrollado para aguantar esas cosas. Pero también es una época fantástica, donde pasas de la niñez a saber qué papel puedes jugar en el mundo y aplicarlo en tu vida. Con energía positiva, que es una expresión un poco cursi, pero cierta, si lo haces todo obligado no funciona.
Hablando de la educación: ocho horas en un pupitre en el mismo colegio con los mismos compañeros, desde los tres hasta los 20 años. De repente sales de esa burbuja y te das cuenta de que hay otros mundos… Estamos en una sociedad en la que todos miramos el móvil, pero no miramos a la gente a los ojos. Y al final, mandamos un wasap sin conocer realmente a quién se lo envías. Cuando sales de esa inercia es una maravilla, es una gozada.
Yo tuve la suerte de trabajar y aprender de mi tío, Miguel de la Quadra-Salcedo, y de mi madre, que era profesora. Ella vio aspectos que no le gustaban del sistema educativo y nos acogimos a la educación en casa, y nos criamos en pueblos pequeños, con una infancia fantástica… tengo la sensación de haber vivido mil vidas. Y de ser ahora muy viejo, no físicamente, que también, sino de haber vivido mentalmente muchos años. El sistema occidental es un sistema educativo excesivamente rígido y antinatural, los niños no están hechos para estar en un pupitre ocho horas al día, como si fuesen oficinistas.
Pero una experiencia práctica, salir de ese pupitre y pasar por un desierto, atravesar un río, estar encima de una peña, con personas de otras culturas, que te enseñan cómo se han adaptado a climas que son muy bestias… Ya son 12 años pasando por Marruecos, Sáhara, Senegal, Mauritania, Camerún, Mali, Mozambique, Suazilandia, la Macaronesia…
¿Qué nos puedes contar acerca de tu tío?
No me canso de contar que cuando veíamos a mi tío de pequeños en casa, lo veíamos como un héroe mitológico, con sus barbas, te traía unas lanzas, hablaba de animales increíbles, de cuando fue corresponsal de guerra… Era una persona que tenía como una suerte de adivinación mágica, quería transmitir todas las sensaciones que había tenido en la selva, que había tenido con otras culturas… una especie de obsesión. Tras 12 años de experiencia, yo también me doy cuenta de que la transmisión es lo que queda. Como no eduques en cosas positivas y buenas a las generaciones que vienen, al final todos perdemos. La fórmula es: tú coges a alguien que ya está interesado de por sí, lo pones en contacto con gente excepcional, sin ningún otro interés que la transmisión de conocimientos, añades el viaje y… ¡ahí lo tienes!
¿Tiene algo que ver con la cooperación internacional?
Sí, además vivimos un momento histórico, desde el punto de vista de la cooperación. Occidente, en teoría, tenía dinero, pero en dos años se acabó la pasta, de repente cero. Muchos proyectos se vinieron abajo. El discurso de “yo te voy a enseñar cómo se hacen las cosas” cambió totalmente. Eso sí, vimos cómo organizaciones y personas, pese a no tener un euro, siguen hoy en día con sus proyectos, casi sin financiación. Hemos vivido un cambio muy bestia en la cooperación. Y África en los últimos años se ha desarrollado mucho.
Cuando nace Rumbo al Sur, teníamos que relacionar la aventura y la cooperación. Sinceramente, para mí la cooperación era un deporte de pijos, tenía prejuicios, pero ahora soy uno de sus defensores. En todos estos años hemos podido visitar proyectos por todo el mundo y vemos cómo evolucionan y funcionan. La gran riqueza de nuestra iniciativa es el contacto de los jóvenes que viajan y comparten. En ese sentido, nuestro proyecto es también cooperación.
Ramón Ferrer y Damián Arguch