Cada vez se habla más de la toxicidad en las redes sociales, entendiendo por toxicidad tanto la adicción o la positividad tóxica como el clima de violencia generada normalmente por noticias falsas (fake news) o comentarios de odio.
Desde los inicios de las redes con MySpace y su millón de usuarios en 2004 a los 2.700 millones en la actualidad de Facebook, la privacidad ha ido disminuyendo y la adicción y la toxicidad aumentando. Mucha gente se cuestiona su uso, y las filtraciones de información de esos grandes gigantes corporativos no hacen más que desconfiar en ellos, como el último anuncio de Facebook de crear un Instagram para niños, que ha provocado un gran revuelo.
La utilidad de las redes sociales como lugares de encuentro y de socialización entronca con el desmesurado afán de sus propietarios en convertirnos en meros consumidores de productos con los que nos bombardean. La sofisticación del marketing digital puede llegar a extremos poco éticos incluso.
¿Pero a qué nos referimos cuando hablamos de toxicidad en las redes? Por un lado, a la gran dependencia que causan, especialmente entre los jóvenes, lo cual afecta a su comportamiento, llegando a provocar diferentes patologías. Y por otro, por la gran cantidad de discursos de odio, que generan enfrentamientos a todos los niveles. Unas de las redes más tóxicas son Twitter y WhatsApp, debido principalmente a su inmediatez y facilidad de responder, lo que se suele hacer de forma visceral y sin razonar demasiado. En casi todas las redes han crecido enormemente las noticias falsas, origen la mayoría de las veces de esa generación de odio y enfrentamiento. Como menos tóxicas en temas de odio, tenemos a TikTok o Instagram, que por sus características de uso requieren de un mayor tiempo de reflexión. Aunque por otro lado, especialmente Instagram, practican lo que se llama “positividad tóxica”, es decir, que queriendo difundir la positividad de la vida se muestra información idílica alejada de nuestra realidad, lo que puede provocar problemas emocionales y psicológicos, especialmente a los jóvenes.
Evidentemente los responsables de dichas redes intentan atajar todos esos comportamientos, pero es muy difícil de controlar, y a veces puede no interesar hacerlo. Al final somos nosotros quienes tenemos que protegernos de esa toxicidad, ya sea dedicando menos tiempo a dichas redes, configurándolas lo mejor posible para proteger nuestra privacidad, informarnos y formarnos mejor, etc. Pero sería interesante, al menos, reflexionar sobre todo ello.