DAVID MATEO CANO.
En ocasiones se oye hablar del Club Bilderberg como un grupo de gente poderosa dentro del ámbito económico, político y social que toma determinadas decisiones de carácter geopolítico. Se rumorea que de 130 a 150 personas influyentes de todo el mundo se reúnen en lujosos hoteles o complejos de difícil acceso no solo para la prensa sino también para el público en general debido tanto al enclave como a las estrictas medidas de seguridad. A partir de ahí surgen todo tipo de especulaciones sobre qué es lo que se trata en esas reuniones y sus consecuencias.
En ocasiones se menciona que tal presidente, o tal banquero, o tal financiero, o determinado dirigente de alguna organización importante ha acudido a su reunión anual. Los implicados suelen negarlo, y después de unas cuantas especulaciones ya no se habla más del asunto, quedando todo en una especie de limbo. Si alguien se documenta por los medios habituales puede ver que este club fue financiado en sus inicios por David Rockefeller, el hombre más rico del mundo en aquella época, y que luego le han ido sucediendo en su regencia familiares e importantes personalidades que han influido de manera marcada no solo en la política estadounidense, sino también en la de otros muchos Gobiernos.
Pues bien, ésta es la fachada que tiene el Club Bilderberg, del cual nos olvidaremos por completo porque no es más que un señuelo que se utilizó en su momento y que han querido que mantenga viva su llama para despistar al personal. Es tan solo una mascarada, y sí, existe un verdadero grupo de poder sin nombre definido y que por supuesto sus reuniones no son anuales como si se tratase de las de una comunidad de vecinos; este grupo es un holding con un tremendo poder que lleva años influyendo en las políticas mundiales y que cada vez atesora más y más, de tal forma que su objetivo final está muy cerca de conseguirse: regir el mundo entero bajo una única gobernanza.
Llevan muchos años eligiendo al presidente de los EE UU para controlar al país más poderoso del mundo, consiguiendo de este modo marcar una clara influencia sobre las políticas internacionales. A veces visten al Gobierno de demócrata, y en otras ocasiones de republicano para despistar a la gente. No solo controlan la presidencia de los EE UU, sino grandes organizaciones como la OTAN, la ONU, El Consejo de Relaciones Exteriores, La Comisión Trilateral, La OMS, la CEE, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, así como los medios de comunicación más influyentes, quienes se mueven bajo sus directrices. Por eso cada vez estamos más globalizados, y con ello lo que se consigue es una gobernanza más fácil en la que no haya divergencias; y si las hay, desaparecen por aplastamiento u olvido intencionado.
El objetivo final es el llamado Nuevo Orden Mundial, Nueva Normalidad o Agenda 2030, ya que se utilizan diferentes nombres para definir lo mismo, que no es otra cosa que un único Gobierno mundial que domine el mundo bajo unos únicos criterios. Por eso la globalización impuesta persigue la desaparición de los rasgos de identidad de los países. De tal manera que se regulen todos los aspectos de nuestra vida: costumbres, hábitos alimenticios, tendencias sexuales o desapego hacia las personas entre otras muchas cosas, puesto que lo importante es el planeta y no las personas. Por eso se nos recuerda constantemente que hay que salvarlo; a base de impuestos, eso sí.
Algo que va a dar el empujón definitivo será la desaparición del dinero, que se sustituirá por transacciones electrónicas, consiguiendo un control absoluto sobre la población. También se está llevando a cabo una gran desindustrialización, porque no interesa que el ser humano se desarrolle más: consideran que ya ha llegado a su tope y que no ha de tener más incertidumbres que las que le marque el Nuevo Orden. Por eso han dictado que los suministros pasen a ser un artículo de lujo y que sea un privilegio el poder encender la luz, conducir un coche o calentarse en invierno. Se busca la solución final: bajo el eslogan de “No tendrás nada pero serás feliz” anhelan convertir la vida en mera subsistencia siempre al servicio de las nuevas normas.