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CUENTO DE LA LUZ OSCURA

Cocían tortas en el gran horno que era el cielo aquella tarde de principios de junio y retumbaban dentro de él. Las llamaradas de calor se alimentaban de un aire tan denso que parecían fuego. Tronaba. Nubes hinchadas, llenas de azúcar húmedo, daban sabor al ambiente. Todo el lugar estaba cargado de una sofocante claridad difusa y bañado de un gris inmóvil sentado en el tiempo. Amenazaba lluvia y respirar se hacía insoportable.

La pequeña Claudia caminaba junto a su padre con aire lánguido y despreocupado.

  • Papá, ¿puedo bajar a la «pistina» esta tarde?
  • Se dice piscina, pis–ci–na, ¿entendido?
  • Pero, ¿puedo bajar o no?
  • No, esta tarde no, que estás tomando sobres para la garganta y, además, va a haber tormenta.

Claudia, desde su enana estatura infantil de cinco años, elevó su vista y despachó al cielo en dos segundos. Acto seguido pareció meditar y, de pronto, echó a correr hacia donde estaba su madre, que caminaba unos metros por delante con Samuelito, ese larguirucho hermano mayor suyo. Alda pegó un respingo ante la acometida de su hija, quien apenas había podido frenar su loca carrera y quedó enganchada en los pliegues de la falda blanca de su madre.

  •  Una sonrisa se dibujó en el semblante tranquilo de Alda.
    Mamá –dijo Claudia mascullando más que hablando– ha dicho papá que va a haber tormenta, es un mentiroso, ¿cómo va a haber tormenta si las nubes no están negras?
  • No, no lo están aún, pero con el señor bochorno que hace ya verás cómo se cubre el cielo de nubes negras.
  • ¡Ah!, ya… el señor bochorno, el señor bochorno –repetía Claudia, no muy conforme.

Un relampagueo lejano dejó su brillo atrapado fugazmente en el rostro de la niña. Claudia, inquieta y temblona, apretujó su mano contra la de su madre, cálida y húmeda, y se interpuso entre ésta y Samuelito, estorbando el paso de ambos. Filipo los alcanzó enseguida y los cuatro juntos se acercaron ya al final de la gran avenida que dividía la colonia periférica. Era una calle interminable con un desnivel que acababa en una pronunciada cuesta. Ambos lados de la misma se hallaban sembrados de algunos árboles pequeños y tiernos que acompañaban la memoria de los niños en sus pasos cotidianos al colegio y eran zarandeados después por jóvenes ociosos, bebedores de litronas crucificadas contra el suelo. Bloques de pisos se encontraban apiñados unos contra otros en la gran avenida. Sus terrazas enfrentadas parecían dispuestas a la pelea, con sus toldos de colores a modo de casco protector. Detrás, calles pequeñas y deslucidas que mimaban y escondían con celosa desidia arbustos salvajes y famélicas azaleas de color fucsia y salmón, iban a morir al borde de la carretera nacional en cuyo otro extremo había otra colonia «casualmente» igual, pero con nombre distinto y más allá posiblemente otra más. En una de estas callecitas cortas y desnudas vivían Filipo, Alda y los niños, que reavivaron el paso ante la proximidad de la tormenta.

Repentinamente, de entre el millar de coches aparcados y sombríamente visibles en la espesura de hormigón que rodeaba el lugar, emergió un hombrecillo menudo de cara austera y derretido en sudor, que luchaba frenético contra la carrocería hermética de su coche, frotando ésta enérgicamente con una esponja, ardientemente húmeda, gracias a un cubo posado en el suelo con agua negra que salpicaba brevemente una rueda delantera. Hablaba consigo mismo.

Soberanas mierdas, inapetentes a cualquier visión humana, escombreaban los últimos tramos de acera y escoltaban a la familia en su regreso al hogar. Eran las huellas de los perros domésticos de la colonia. Talismanes de luz opaca descendían vertiginosamente desde las ventanas de los edificios más altos recreando sobre ellas un tímido fulgor.

Claudia se paró un momento, sujetó con sus manos la diadema azul que recogía sus bucles de color castaño y, separándose del grupo, se dirigió resueltamente hacia el borde interior de la ancha acera donde algo había llamado poderosamente su atención. Una resplandeciente y minúscula luz oscura refulgía entre briznas de hierba, cuyas puntas vencidas resaltaban su inusitado color. Tenues restos de ceniza blanquecina se alojaban en una parte de la superficie extremadamente lisa del objeto que la niña había descubierto. Claudia se sintió fascinada ante la proximidad del misterioso objeto. Dio varias vueltas a su alrededor. Instintivamente se agachó y lo acogió en su mano que casi lo cubrió por completo. La luz no desapareció, ella lo apretó fuertemente con el egoísmo infantil de poseer algo nuevo y se lo llevó a la espalda en un acto voluntario para esconderlo.

Salpicones de agua refrescaron ligeramente las piernas de la niña. Samuelito, el más rápido de su clase, se aproximó velozmente a su hermana y, levantándola en vilo, la apartó de allí llevando consigo dos molinillos de viento miméticamente pegados en su blusa amarilla. Inmediatamente, un chorro de agua encharcó las pequeñas huellas que Claudia había dejado. El funcionario de jardines públicos encendió un cigarrillo mientras su devota manguera colgaba inerte del antebrazo. No había visto nada que no fueran las implacables gotas de sudor que, resbalando por su frente, caían limpiamente en su mono verde, perfumándolo de soledad transparente. Hilos de agua escapaban en líneas irregulares hacia las calvas de tierra y arena en su eterna batalla, reducida aquí a su más mínima expresión: pálidos ocres agrietados y desérticos contra verdes naturales.

  • ¿Qué llevas ahí, nena?, ¿qué te has encontrado? – gritó Samuelito con la voz apagada por el vocerío ensordecedor de un grupo de niños vestidos con camisetas blancas que jugaban al balón camuflados entre sí por el polvo que levantaban sus pisadas en la tierra, que estornudaba sin cesar.
  • Si no tengo nada –dijo Claudia acariciando nerviosamente el objeto con su pulgar en la jaula de dedos que había formado en torno a él.

Dio un salto defensivo hacia atrás y volvió a repetir:

  • No tengo nada, mira, ¿lo ves? –dijo sacando una mano limpiamente extendida y parpadeando sin parar.
  • Bueno, si no me lo enseñas se lo diré a papá.
  • ¡No! –gritó Claudia batiendo el récord de velocidad en parpadeo– es un secreto –dijo modulando astutamente el tono infantil transformado de su vocecilla– en casa te lo enseño, ¿vale?
  • Vale, pero no me engañes, que te conozco, eres pequeña pero traicionera, malandrina.

El segundo piso de un bloque de viviendas con fachada de ladrillo rojo eterno, esperaba de forma callada y paciente para dar el abrazo familiar y diario de sus paredes íntimas. Atrás quedaba la carretera nacional, cuya llanura asfaltada pintada con líneas separadas, duras y blancas, se perdía al sur del horizonte derretida en un punto negro emparedado por una inmensa y tibia luz. Una mole de ruidos artificiales atronaba el lugar y quedaba confundida con el ritual de la tormenta que seguía amenazando. Era inútil hablar o intentar entenderse. La penumbra del oído permanecía insaciablemente alterada. Era un castigo urbano. En un paseo familiarmente tranquilo era utópico alimentarse de silencio. Sólo el sudor adquiría en estas fechas verdadera naturaleza de ser.

Un autobús inflamado de viajeros se convulsionaba en la parada cercana con un último estertor mitigado por los terribles alaridos que provocaban sus frenos. Una estela de humos y gases difuminaba en el ambiente las blusas, faldas y pantalones de los pacientes viajeros que, imperturbables, esperaban para subir, mezclándolos con un gris espeso y sucio. Toses variadas saludaban al autobús en su lenta despedida. El rostro de Filipo permanecía impasible. Sus ojos negros destilaban pensamientos profundamente arraigados en él.

«Estamos atrapados sin darnos cuenta por la depresión ambiental, como dicen los suecos», pensaba, abstraído de los demás. «Y esa agresividad pacífica que estalla como un latido animal… Estamos siendo devorados por el tiempo. Más alto, más rápido, más fuerte, mejor nivel, más consumo…».

  • ¿Qué demonios hacemos? –reflexionó en voz alta.

Alda y los niños se volvieron asustados hacia él. Claudia replicó:

  • ¡Yo no he hecho nada!

Filipo, sorprendido, cayó en la cuenta y se encogió de hombros con un gesto de resignación silbando absorto el tercer movimiento de la Tercera de Brahms, ahogando sus pensamientos y presionado por el brazo que su mujer había dejado planear alrededor de él.

La calle donde se ubicaba el portal estaba custodiada por varios cubos de basura rebosantes de desperdicios y bolsas negras atadas con el olor de cada casa.

Claudia gesticulaba observando las distintas opacidades grises fundidas con el espejo de la entrada.

  • Mira papá el arcoíris –dijo la niña haciendo ostensibles gestos con la cabeza y señalando con su dedo los reflejos.

Las paredes de azulejos blancos sumergían a la familia en una ducha imaginaria, tibia y oscura, a través del largo pasillo que había hasta el ascensor. Claudia tiró del brazo a Samuelito y los dos se retrasaron unos metros. Y allí, en la penumbra del pasillo, con el tono irradiado de los azulejos blancos, le mostró con verdadera reverencia la pequeña piedra negra en la que ahora apenas si se distinguía un punto de luz.

  • Nena, ¿qué es? –preguntó Samuelito con cierta desilusión en el rostro al ver que la piedra era, efectivamente, piedra.
  • Una piedra de tiza negra. María trajo una al cole, pero no tenía luz como ésta, ¿y sabes lo que hacía?, pintaba en el patio sin que la viera la seño. Ésta es mejor porque tiene poderes, mira cómo pinta.

Un trazo negro dejó su marca difusa en un azulejo.

  • ¡Hala! –exclamó Samuelito– te la vas a ganar –y los dos corrieron hacia el ascensor donde Alda y Filipo ya estaban esperando.

El interior del ascensor era pequeño y austero. Una luz débil y mortecina iluminaba a la familia como si fueran fantasmas de ilusión corporal.

  • Samuelito –susurró Claudia metiendo de lleno sus veinte kilos en la habitación de su hermano, que releía con intensidad su cómic favorito– ¿tú crees que esto “vola”?
  • “Vola” no, ¡vuela!. Pero ¿cómo va a volar?, ¡tú estás tonta!
  • No estoy tonta y “vola” y tiene poderes y escribe, porque también es tiza, lo que pasa es que a mí no me gusta que sea negra.

Samuelito, que se había desinteresado completamente, siguió leyendo distraídamente su cómic y apenas escuchaba la vocecilla de Claudia.

  • Yo también tengo poderes –seguía diciendo la niña– mira hago así con mis ojos –continuó mientras hacía varios guiños y fruncía el entrecejo– y domino la luz de la lámpara. ¡Mira!, mira cómo se estira la luz, ¿lo ves?, parece regaliz y la puedo convertir. Ahora todavía no porque soy pequeña… ¡Pero mira! –gritaba a su hermano tirándole del brazo.

Un millón de interrogantes encendidas con chispitas amarillas surgieron de la cabeza de Samuelito, revoloteando alrededor de él.

  • Veng!, idos cambiando que ya es hora de acostarse –anunció Filipo desde la puerta con voz blanda.
  • ¡Jobar!, todos los días lo mismo –murmuró Samuelito.
  • Todos los días no podemos ni jugar –corroboró Claudia disimulando la piedra negra debajo del vestidito de la muñeca que llevaba en brazos.

Los interruptores disolvieron la luz en la hora del primer sueño. La noche rezumaba oscuridad pegajosa, transmitida por el sofoco de la tormenta que seguía invariablemente encima de ellos. Claudia y Samuelito dormían ya. Sus energías habían quedado invisiblemente diseminadas por toda la habitación y las aventuras de los superhéroes sucedían ahora en lo más profundo de la mente.

Primero fueron unos pasos cortos y silenciosos, lo que despertó a Samuelito. Los oía venir, casi imperceptibles, desde la habitación de sus padres, atravesaban el salón, seguían por el pasillo, pasaban por su cuarto y cesaban súbitamente en el de su hermana. Ya cerraba los ojos y se volvía de lado para dormir, cuando le interrumpieron de nuevo. Esta vez, en cuanto notó que llegaban a su altura, abrió bien los ojos y esperó. Una silueta ínfima y conocida gimoteaba calladamente. Era Claudia.

  • Nena –siseó Samuelito– ¿qué haces levantada?, ¿qué pasa?

Claudia no le escuchaba, la oyó ir de nuevo sobre sus pasos hasta la habitación de sus padres y allí, de pronto, sólo silencio. Aguzó más el oído levantando la cabeza de la almohada y escuchó unos gemidos entrecortados y constantes que venían del mismo lugar donde los pasos se interrumpieron. Tras unos breves segundos se reanudaron precipitadamente. Samuelito ya se había sacudido el sueño completamente y esperaba en la puerta de su habitación.

  • Nena, ¿qué pasa?

Esta vez sí le oyó y hasta pareció reconocer su voz. Un pequeño escalofrío recorrió a la niña que se abalanzó temblandito hacia su hermano.

  • ¡La luz oscura!, ¡la luz oscura! –gritaba la niña abrazándose donde podía.
  • Pero ¿qué luz?, ¿cómo la luz oscura?
  • Sí, que me da mucho miedo –susurraba Claudia que no se separaba un hilito de él– ven y lo ves.
  • Y ¿por qué corrías por el pasillo?
  • Es que se lo iba a decir a papá, pero me va a regañar y además me estaba haciendo pis y la piedra negra tiene poderes, porque tiene luz y…
  • Bueno, vale, que me vas a marear.

Atravesaron pronto el pasillo y el gran salón impulsados por el miedo que sentían los dos. Flemas de aire caliente y bonachón que entraban por la terraza meciendo las cortinas, acompañaban su tránsito. Una vez llegados a la puerta de la habitación, se quedaron pasmaditos.

La luz brillaba con una extraña intensidad oscura. Sus bordes eran abrazados sigilosamente por un oso de peluche blanco que palmoteaba con los brazos extendidos en la sombra. Dos tenues manchas amarillas en sus ojos parecían cobrar vida inútil.

  • ¡Ostras! –se le escapó a Samuelito que miraba con ojos muy abiertos– no me extraña que tuvieras miedo. ¡Ostras! –volvió a repetir.

Una claridad repentina penetró en la habitación y una boca de lobo enorme se abrió mostrando como fauces carnosas el empapelado de la habitación. La pureza blanca del peluche quedó espectralmente iluminada por un relámpago.

  • Tate, tengo miedo –murmuró Claudia una vez más.
  • Calla y no te muevas tanto –replicó Samuelito agazapado en el quicio de la puerta.
  • Es que… Me estoy haciendo pis.
  • ¡Otra vez!, pero no me has dicho que… Bue… Vamos, venga.
  • Pero ven tú conmigo, que me da mucho miedo.

Afuera la tormenta gravitaba con todo su poder sobre la colonia. El viento de la noche silbaba y susurraba cosas al oído de los árboles que batían sus ramas en señal de asentimiento.

Dos siluetas apenas visibles se recortaban en la oscuridad del pasillo. Una de ellas, más alargada, se doblaba caprichosamente en el ángulo que formaba el techo, fusionándose amorosamente sobre la otra, diluidas las dos en cada rincón, apareciendo de nuevo como un jorobado eternamente fundido en la pared. Los muebles gruñían al paso de los niños, desvelando los sueños de madera que llevaban dentro.

  • Enciende –musitó Claudia dulcemente a la entrada del cuarto de baño.
  • No –siseó Samuelito– que se van a despertar papá y mamá.
  • Es que me da miedo –gimoteó falsamente Claudia un tanto contrariada–, enciende.
  • Bueno, venga, pero termina enseguida.
  • Sí, pero no te vayas.

Dos luces pequeñas sobresalían de las caperuzas plateadas que colgaban del armario de baño, expulsando pelitos de luz amarilla inflamados como globos expandidos que reflejaban con asombro en el espejo la imagen de la niña inclinada haciendo pis, sostenida con firmeza por la mano de Samuelito, que trababa de distraer su miedo.

  • Nena, ¿sabes cuánto pesa la cornamenta del alce? –y contestaba él mismo con voz presurosa–: 42 kilos.

Claudia le miró confiada a la vez que introducía su puñito cerrado en la mano grande de su hermano, y allí lo dejó anidando seguridad.

  • ¿Y sabes cómo ataca el pez arquero?, dispara un proyectil de agua, sobre todo a las mariposas y cuando caen, se las come.
  • María dice que las mariposas no se comen.
  • ¿Quién es María?
  • ¡Pues quién va a ser! –exclamó Claudia cargada de razón– María Bernal, la de mi cole. ¿Sabes lo que ha dicho?, una palabrota, ha dicho: «hostil».
  • ¿?
  • ¡Y lo ha dicho dos veces!
  • ¿?… ¿Hostil?, hostil no es una palabrota.
  • ¡No?, entonces, ¿hostil pincha?
  • ¡Qué va a pinchar!, pero bueno ¿acabas ya o qué?

El grifo de la bañera goteaba sin cesar palmoteando lentamente, plas, plas, plas, a través de las cortinas del baño. Una cucaracha que los niños no habían podido ver, pugnaba por salir por el bote sifónico. Transparencias de luz brillaban en su cuerpo reluciente y negro. Por fin desapareció con su carga de ilusión óptica. Desgarrando el papel higiénico, Samuelito ayudó a su hermana, que se limpió cuidadosamente, remetiéndole la camiseta de dormir en cuyo exterior ya no cabían más dibujos, mientras ella seguía hablando, ya sin temor.

  • Tate, ¿por qué no ha salido la luna hoy?
  • Porque hay tormenta.
  • ¡Ah!, y por eso se esconde.

De pronto la luz se desvaneció y sólo dos palitos rojos fueron consumiéndose poco a poco bajo la atenta mirada de los niños. Después nada. Claudia y Samuelito tenían miedo, no se movían y apenas respiraban para no estorbarse. Samuelito se acuclilló tanteando a ciegas el borde del rodapié con sus dedos huesudos y largos. Claudia se debatía entre el miedo a lo desconocido y la certeza de sentirse protegida, subida como estaba en la espalda de su hermano, al que iba babeando la oreja entre palabra y palabra.

  • No quiero dormir en mi cuarto –susurró Claudia impositivamente– tengo miedo de la luz.
  • Sí, ¡qué lista! –exclamó jadeante Samuelito–, no querrás dormir en mi espalda, ¿qué te piensas, que es un colchón? Y cállate ya, déjame pensar.
  • Es que voy a soñar y no quiero soñar, dile a papá que no quiero soñar con la luz.
  • Papá está dormido, déjale.
  • ¿Me dejas acostarme en tu cama? –suplicó la niña–. Así seguro que no sueño.
  • Bueno, pero no des vueltas y no te muevas.

Gritaban las plantas de la terraza ayudadas por el viento, o así se lo parecía a los niños, cuando la enredadera grande golpeaba con fuerza geranios, alelíes, begonias y pensamientos, liberada de su abrazo con la eterna barandilla. Un estampido enorme atronó el lugar dejando la atmósfera cargada de presagios.

Samuelito presionaba sus dedos con fuerza en el rodapié hasta hacerse daño. Desgranaban con sus manos la oscuridad de la noche y así fueron avanzando, pasito a pasito, hacia la cama.

Claudia sentía la espesa caricia nocturna recorrer sus párpados lentamente. Su hermano le hablaba y le hablaba y le contaba aventuras del cuerpo humano y de animales veloces y ella gruñía y gemía aún, pero ya no se movía. Su respiración acompasada aserraba el aire muerto de la habitación. El olor a lluvia y a tierra mojada se filtraba por la ventana y quedaba esparcido entre las sábanas blancas que guardaban sus pequeños cuerpos.

Samuelito no dormía aún. Tumbado boca arriba, su rostro mostraba una expresión vaga que subía hasta el techo, donde algún pensamiento quedaba débilmente iluminado por los relámpagos.

«Dice Jose –pensaba Samuelito tensando su cuerpo– que soy un lento porque tardo mucho en hacer las cosas y en contestar en clase. Y ya estoy harto, porque nadie corre más que yo. Nadie me gana.»

Ese par de ojos claros y profundos, que se salían de dentro y rozaban con el movimiento de sus pestañas las pecas amables de su cara, desarmaban la malicia de cualquiera. De carácter franco y solitario, no entendía las bromas de los demás. Sentía verdadera pasión por el cuerpo humano y le hechizaban sus defensas que para él eran armas naturales transplantadas de cualquier cómic. También amaba la Naturaleza y los animales con la pasión de sus diez años. Solía pasear con toda la familia casi a diario y, de acuerdo con todos, buscaba siempre los lugares donde aún crecía la hierba. Muchas veces su hermana en mitad del paseo (era imprevisible), con esa elasticidad tan infantil que tienen los cuerpos de los niños, se agachaba y cortaba con sus manos una florecilla común. Entonces Samuelito se encendía primero, gesticulaba con las manos, amenazaba con palabras y, finalmente, muy airado, se alejaba derramando bondad. Era inútil llamarle, ya no volvía hasta que entraban en el portal. Allí todavía seguía furioso, pero Claudia sabía muy sutilmente cómo hacerle olvidar. Se arrimaba a él toscamente y le decía con la voz encandilada:

  • Tate, ¿quieres que juguemos a los mutantes?, ¿a los robots?, ¿o al hombre nave?

Y entonces él accedía de buena gana muy deseoso de emular a sus héroes favoritos de los cómics. Pero después de un ratito, cuando el ya estaba en lo mejor de la aventura, ella se cansaba y decía que no, que ahora tocaba jugar al padre y a la hija y él, claro, que no. Discutían, chillaban, se pegaban, y Alda y Filipo venían desde la otra punta de la casa recogiendo nervios por el camino. Les calmaban, explicaban y regañaban y ellos empezaban de nuevo el juego muy hermanados.

A veces a Samuelito le entraban unas ganas locas de acariciar el medio ambiente, pero no sabía cómo. Entonces llevaba a su hermana Claudia hasta la ventana que da al jardín y miraba a través de ella todo lo que su vista alcanzaba como él lo imaginaba, con esos ojos suyos que se le salían de nobles. Pasaba su mano por el pelo de Claudia y le acariciaba los rizos lentamente metiendo los dedos entre sus bucles y allí se estaba pensando, hasta que ella le llamaba pesado y no sé qué, pero en cuanto él le ofrecía algo a cambio enseguida se hacía la interesada y le dejaba hacer otra vez.

Ahora tenía a su hermana allí acurrucada, con los pequeños pies de ella apoyados en su vientre, y él se sentía así más mayor.

La noche iba quedando envejecida por las horas, alterada en su más íntimo silencio. El viento bramaba con fuerza y la tormenta aullaba herida de lejanía. Tenebrosas gotas oscuras eran iluminadas en su rápido descenso a través de los cristales, convirtiéndose en su caída en líneas delgadas que desaparecían esfumándose en la tierra. Las peripecias nocturnas, aliadas con la tormenta, habían provocado que el sueño más profundo se desvaneciera y en su lugar se aposentara otro más ligero y visionario. Esporádicamente se dejaba oír algún trueno acompañado de relámpagos fugaces.

La lluvia cesó y un alba nítida y limpia asomaba su largo y extendido cuerpo preguntando a la noche si podía pasar. Un par de ojos, grandes como melones dormidos, se abrieron calando la tibia claridad de la habitación.

  • Tengo miedo de la luz oscura –susurró Claudia soñolienta.
  • Nena, no tengas miedo –contestó Samuelito, que despertaba en ese momento, con una voz resuelta, firme y profundamente ronca por la carraspera– ahora mismo voy a coger la piedra y lanzarla lejos para que no la vuelvas a ver más.
  • ¿Y no te va a pasar nada?
  • No, ya verás.
  • Es que tiene poderes.
  • ¿? ¿? ¿?

Un felino humano con cara de niño alto se plantó de un salto al lado del objeto negro asiéndolo firmemente con sus manos. De pronto se sintió arrastrado por una desconocida y misteriosa fuerza para él. Desconcertado, devolvió la piedra a la mesa, lleno de inquietud.

La piedra negra de luz oscura se transparentaba con la luz del amanecer traspasando las ventanas de la habitación. Samuelito, asustado, reculó sobre sus pasos sin dejar de mirarla, pero se rehizo rápidamente al chocar con su hermana que había venido siguiéndole y se quedó clavado donde estaba. Una mirada larga y recta fructificó en su rostro grave y decidido tras la primera impresión. Adelantó de nuevo su mano posándola con ternura sobre la piedra solitaria. Suavizó su respiración sin moverse. Una sensación agridulce de calor y bienestar recorrió su cuerpo y le dejó confuso, entonces, cuando vio a Claudia que le observaba todo el tiempo con la boca entreabierta y el asombro recogido en sus ojos desmesuradamente agrandados, supo lo que tenía que hacer y se dirigió decididamente a la terraza con el objeto en la mano.

La tormenta aún rebañaba con su escudilla negra algún pedazo de claridad. Una brisa ligera llamaba ahora la atención de geranios, begonias, alelíes, hortensias y pensamientos, cuyos pétalos derramaban las gotas de lluvia que humedecieron su sueño.

Había un sosiego extraño. Una paz cargada de malos augurios. Un gris gratificante bañaba la ciudad y latía invisible sobre la dormida colonia.

Samuelito se sentía solo y confundido, no sabía cómo actuar. El objeto se había hecho invencible en su cerebro. Un embudo de nervios se había formado en su interior aspirando vahos de miedo.

Claudia, que iba siguiendo el rastro de Samuelito con su peluche en la mano, observaba con temor las dudas de su hermano trasmitidas a ella misma.

El brillo omnipresente de la piedra envolvía el aire con reflejos que se desvanecían sobre la tierra mojada, de donde subía un murmullo de voces menudas teñidas con el aroma húmedo y tibiamente refrescante de la mañana. De repente todo quedó sumido en el más absoluto silencio. Durante unos segundos el tiempo no existió. Venas de esperanza verde se entrecruzaron con las líneas de la mano atravesando la piedra por su base y cosquilleándola con vida humana.

Brotó un suspiro de un alma infantil, se elevó en el aire y explotó.

Un resorte de afectividad impulsó a Claudia hasta Samuelito derribando a su hermano impetuosamente al suelo. Una descarga amarilla vestida de grana culebreó en el aire chocando violentamente con la piedra que, desprendida de la mano del niño, se disolvió antes de tocar el suelo.

Un extraño e indescriptible olor a muerte quebró el tiempo inmóvil. Claudia se desplomó hecha un ovillo sobre Samuelito que había quedado inconsciente.

Pasados lo que parecieron breves segundos, Samuelito se recuperó del primer aturdimiento, incorporó a su hermana a duras penas y la sentó sobre el suelo de terrazo enmascarado de negro. El aire aún estaba caliente. El rayo había dejado su aliento en el rostro ennegrecido de los niños.

  • Nena, ¿estás bien?
  • No encuentro mi peluche –gimoteó Claudia sin saber muy bien qué había pasado–. Esa culebra amarilla se lo ha llevado.

Pero el oso aparecería más tarde abrazado a la pata de una silla, con los ojos arrugados y la nariz despegada.

Samuelito levantó a Claudia del suelo de la terraza y la sostuvo en brazos. Y los dos, muy juntos y aturdidos, pasearon su mirada inmaculada por el paisaje urbano.

Las frágiles figurillas eran peligrosamente observadas por las grandes construcciones, cuyos miles de ojos en forma de ventanas espiaban vigilantes e inmóviles. Un esperpéntico y envenenado cómic natural, plagado de colores, planeaba encima de la colonia.

Sus páginas encubiertas restallaban como látigos imaginarios de humo dañando al pasarlas los ojos de los niños. Un cementerio de antenas niqueladas quedaban dispersas por los tejados como delgadas armaduras grises y brillantes de héroes invisibles. Bloques y edificios se contorsionaban blasfemando entre ellos. Los televisores, el enemigo común, acechaban ocultos dentro de los muebles el reposo familiar con sus cuerpos aún calientes de la noche pasada. El espectro de las parabólicas y las antenas de los radioaficionados trepando austeras por el cielo liviano, producían una angustia fantasmagórica.

Sauces, álamos y acacias con pan y quesillo, proferían un lamento único y profundo de la raíz a la copa, sesgando imágenes de fuego en su memoria vegetal. La hondonada artificial excavada recientemente para construir los cimientos de nuevos bloques, vertía el hedor de las entrañas removidas de la tierra. El blanco infinito del color impune de las estrellas se comía crudas la noche y el alba rescatando segundos eternos a la débil luz del amanecer. Era el momento olvidado de la delicada transmutación de la noche en día.

Los niños volvieron la espalda a la colonia, que empezaba a despertar, para enfilar cansadamente el camino del desayuno.

Alda y Filipo, que se habían levantado al oír el estruendo, parecían dos estatuas mudas por el asombro y el terror.

Hicieron lo imposible por tomar el desayuno dentro de la normalidad habitual, aunque había un silencio vivo, cómplice, en los dos niños que no pasaba desapercibido para los padres. Filipo leía el periódico y apuraba su café, pero algo no andaba bien en su cabeza. Un elemento extraño se había sumado cautelarmente a la mesa. Los niños no discutían, no se peleaban por las tostadas…

  • ¿Qué pasa aquí? –se preguntaba Filipo.

Buscó a Alda con la mirada, pero ella levantó los brazos en señal inequívoca de no comprender nada. Los dos miraban asombrados cómo Claudia y Samuelito tomaban su desayuno sin protestar, era un silencio roto por los sorbos de la leche con cacao y el pasar impreciso de las páginas del periódico.

  • ¿Qué pasa? –murmuró Claudia a su padre que la estaba mirando como un bobo adulto.
  • No, yo… es que… –contestó Filipo rebotado en su mirada–. ¿Qué hiciste ayer en el cole?, no me has dicho nada.

Claudia parpadeó muy despacio, abrió y cerró los ojos cargada de satisfacción y, con voz dulcemente baja, ralentizó sus palabras.

  • He aprendido a pintar un caballo cuadrado y también un gato de ocho patas.
  • ¿Y tú, Samuelito? –preguntó Alda.
  • .. No me acuerdo.

Una oleada de guiños descubrió Filipo entre los dos niños.

  • Vosotros tenéis un secreto ¿eh?, ¿a que sí?
  • Papá –susurró Claudia–, la luz oscura tiene poderes.
  • ¡Calla! –exclamó Samuelito dándole con el codo.
  • La luz, ¿qué luz oscura? Ya estáis con vuestros cuentos. Samuelito, te he dicho muchas veces que no le cuentes fantasías a tu hermana, que luego sueña.
  • Pues es la verdad –respondió él picado en su amor propio.

Filipo miró a su hijo y éste recibió su mirada sin apartar la suya.

«¡Dios mío!, ¡qué mayor está ya!», pensó.

  • Bueno hijo, te creo, de veras. Quiero que cuando vuelva del trabajo y estemos todos juntos me lo contéis.

Samuelito recogió la mesa del desayuno y retiró el periódico pasando las hojas distraídamente en busca de las tiras cómicas. De pronto se detuvo sobre algo que había llamado su atención. Una pequeña y escueta noticia que aparecía a pie de página:

«Desaparecida importante piedra del Museo de Ciencias Naturales.

La obsidiana, conocida también con el nombre de “Espejo de los Incas” por su espectacular brillo, es una piedra de origen volcánico de color negro, que posee un incalculable valor.

Se gratificará a quien sepa dar algún tipo de información que pueda conducir a su paradero».

Samuelito cerró el periódico con cuidado y se quedó pensativo durante un momento tan sólo, después murmuró muy bajito, como si temiera ser oído:

  • .. Si esta piedra… está en el cielo.

El sol terminó de engullir la luminosidad del amanecer y sus rayos amarillos acariciaron la tierra perfumándola de calor.

  • Mamá –susurró Samuelito llevando a la cocina la bandeja de los desayunos–, te voy a contar un cuento.
  • ¿Ah, sí?, ¿cuál?
  • El cuento de la luz oscura.

Por Felipe Iglesias Serrano

El Museo Lázaro Galdiano

El edificio palaciego fue construido en 1903 como la residencia de Lázaro Galdiano y su esposa. Hoy es un museo ubicado en la calle Serrano 122, que alberga la colección de arte de José Lázaro Galdiano.Este edificio fue declarado Bien de Interés Cultural en 1962.

El museo contiene importantes colecciones de valiosas obras desde el período prehistórico hasta el siglo XIX. Abrió sus puertas al público el 27 de enero de 1951, y su inauguración supuso para el público y los profesionales relacionados con la cultura un gran tesoro, tanto por la riqueza como por la variedad de las colecciones.

Lázaro nació en 1862 en Beire, Navarra, en el seno de una rica familia. Cursó el Bachillerato en Sos del Rey Católico para después seguir estudios de Derecho en Valladolid, Barcelona y Santiago de Compostela, obteniendo la licenciatura en esta última universidad. Se estableció en Barcelona en 1882, desempeñó la secretaría del Banco de España y fue cronista de arte en La Vanguardia. Se hizo amigo de la novelista y periodista Emilia Pardo Bazán, quien lo presentó a los principales intelectuales españoles de la época.

En 1903 se casó en Roma con Paula Florido y Toledo, rica dama argentina, tres veces viuda. Enviudó en 1932, año en que comienza a viajar solo y a residir durante años fuera de España, principalmente en París y Nueva York, en las que formó nuevas colecciones luego incorporadas a la que había dejado en Madrid. Murió en su residencia de Parque Florido el 1 de diciembre de 1947, dejando como único heredero de todos sus bienes al Estado español. Un año después se creó la Fundación Lázaro Galdiano. El legado estaba formado por 13.000 obras de arte y una biblioteca con 20.000 volúmenes.

El museo muestra un total de 4.820 piezas, distribuidas en todas las plantas del edificio. José Lázaro sentía una gran admiración por Francisco de Goya, y prueba de ello es el importante número de obras del genial pintor aragonés: la excelencia de obras como El Aquelarre o su pareja Las Brujas, La Era o El verano…

La planta primera, la zona noble del palacio, conserva íntegra la decoración y distribución original con los techos pintados por Eugenio Lucas Villamil. Las pinturas de El Greco, Velázquez, Zurbarán, Ribera, Pereda, Murillo, Carreño, Claudio Coello, Meléndez, Vicente López, Federico Madrazo, Antonio Esquivel, Eugenio Lucas, así como la ya citada y magnífica colección de lienzos de Francisco de Goya.

La segunda planta, antigua zona privada de la casa muy transformada en la reforma de mediados del siglo XX, ofrece una cuidada selección de obras de las escuelas europeas más importantes, como la italiana, flamenca, alemana, holandesa, francesa e inglesa.

En la tercera planta, el denominado “Gabinete del coleccionista” exhibe de forma novedosa, en vitrinas y cajones, armas, textiles, monedas, hierros, medallas, etc. Recomiendo su visita por la riqueza que hay en este museo. Cerrado todos los lunes del año.

NARCISO CASAS

La FRAVM reclama: Más y mejor transporte público, más espacio para el peatón y menos para el coche

Imagínese que todos los coches que hoy tienen prohibido acceder al área de bajas emisiones Madrid Central se transforman, por arte de magia (y subvenciones) en vehículos con etiqueta ECO o Cero Emisiones, es decir, en eléctricos o híbridos.

Sin duda, sería un avance extraordinario en la batalla contra el dióxido de nitrógeno, el peligroso contaminante que procede, en su mayor porcentaje, de los vehículos a motor.

Pero, ¿qué sucedería con la movilidad de la población? Si esa transformación del parque móvil, que puede llegar mucho antes de lo que pensamos, no va a acompañada de medidas que disuadan del uso del coche, este seguirá siendo el protagonista indiscutible de nuestras calles, en detrimento de las y los viandantes y residentes.

Por ello, en la Semana Europea de la Movilidad, la FRAVM vuelve a defender una receta añeja: más y mejor transporte colectivo público (y de calidad), más espacio para el peatón y menos para el coche.

Ya es hora de corregir el modelo de movilidad enormemente congestivo que impera en la comunidad autónoma, un modelo que, al poner en el centro al vehículo privado, necesita vastísimas extensiones de terreno para las infraestructuras de transporte.

No en vano, ha de soportar un volumen insostenible de viajes particulares obligados diarios, muchos de ellos de media y larga distancia, lo que provoca las grandes aglomeraciones y atascos tan característicos de nuestra región.

Ya es hora de cambiar este modelo y de poner al vecino en el centro de las políticas urbanísticas y de movilidad, dando prioridad a las intervenciones que faciliten los desplazamientos seguros a pie o en bicicleta y sirvan para desarrollar una red de transporte público eficiente, sostenible y asequible, que llegue a todos los barrios y municipios de la comunidad.

El documento Propuestas de la FRAVM sobre movilidad y transportes en la Comunidad de Madrid recoge la postura de la organización sobre esta cuestión, así como un análisis de la situación de la movilidad en la CAM.

Demandas vecinales y conflictos activos

La federación vecinal ha querido aprovechar esta semana especial para recordar otros conflictos y demandas vecinales en materia de movilidad activos en nuestros días [por cuestiones de espacio, reproducimos solo los de nuestro distrito o los generales que pueden afectarle]:

– Zonas de Aparcamiento Vecinal. Son una solución defendida por las asociaciones vecinales de algunos barrios fronterizos de la almendra central que a diario soportan una enorme presión de vehículos privados de no residentes (“efecto borde”).

– Habilitación de carriles Bus-Vao en todas las entradas a la capital. Una vieja demanda vecinal que requiere del impulso decidido de las tres Administraciones.

– Plataforma logística de Villaverde. En estos momentos, la constructora Pavasal construye en Villaverde la planta logística más grande de la capital, PALM-40. El vecindario teme que su actividad genere graves problemas de contaminación atmosférica y acústica y de movilidad en el entorno.

– Avenida de los Rosales (Butarque). Construcción de una rotonda en la confluencia de esta avenida con la calle de Hulla, una reivindicación mil veces repetida que serviría para evitar buena parte de los accidentes que cada año se producen en esa vía por exceso de velocidad.

– Infraestructura ciclista segura. Es necesario ampliar la red de carriles bici y aparcabicis en toda la capital y los grandes municipios de la región, y extender el servicio de Bicimad a todos los distritos de Madrid.

Madrid celebra » Madrid Student Welcome Day 2019″

MADRID DARÁ LA BIENVENIDA A TODOS LOS ESTUDIANTES DE FUERA

En un solo día conocerán todo lo que Madrid les ofrece.

La Galería de Cristal del Ayuntamiento de Madrid acoge la quinta edición de esta jornada festiva que da la bienvenida de manera oficial a los miles de estudiantes extranjeros que han escogido Madrid para desarrollar su formación.

Asimismo el Madrid Student Welcome Day, que se desarrollará a lo largo de todo el día, desde las 11:00 hasta las 19:00 h, concentrará en un único espacio todo tipo de información académica, cultural, gastronómica, lúdica, de ocio y servicios que será de interés para los estudiantes foráneos, mediante conferencias, sorteos, actuaciones musicales y culturales y muchas más sorpresas.

Seguro que va a ser una experiencia llena de sorpresas con la presencia de DJ’s, flamenco, fado, la tuna, sorteos de entradas para partidos de fútbol, carnavales y scape room.

Pagar el autobús mediante reconocimiento facial

El proyecto piloto, que se desarrollará durante seis meses en una línea de EMT, fue presentado el pasado 19 de septiembre en La Nave

La Empresa Municipal de Transportes (EMT), junto a Banco Santander y la startup Saffe, está colaborando activamente en un proyecto piloto de Mastercard para implantar el pago biométrico en los autobuses de la capital, una iniciativa pionera en toda Europa. Este proyecto se presentaba el pasado 19 de septiembre en La Nave, en el marco de Madrid in Motion, la iniciativa del Ayuntamiento de Madrid y Barrabés para promocionar la innovación abierta enfocada a movilidad.
A partir del mes de octubre y durante seis meses, de forma gradual, un grupo de madrileños podrá probar esta experiencia en una línea de EMT. Si el proyecto es exitoso, se valorará el despliegue a otras líneas de la red.
Pagar en el autobús ‘por la cara’
Los usuarios de los autobuses de Madrid simplemente tendrán que descargarse una aplicación móvil de EMT en la que introducirán sus datos de pago y se harán una fotografía de su cara (selfie) para empezar a utilizar el pago biométrico. A partir de ese momento, una vez dentro del autobús, mostrarán su rostro a una cámara de reconocimiento que les permitirá validar, a la vez, la identificación y la autenticación, es decir, la compra de billete y el pago del mismo en un solo gesto.
Las primeras pruebas del proyecto han sido positivas, tanto en laboratorio como en autobús real, lo que permite ahora ponerlo al alcance de un centenar de usuarios. Tras este piloto se evaluará la experiencia de usuario, la escalabilidad e integración con operadores y soluciones MaaS (Mobility as a Service), así como la seguridad y fiabilidad en los pagos para valorar su posible posterior despliegue.

 

El Proyecto Bulevar Huerto celebró su encuentro comunitario

PROYECTO BULEVAR HUERTO

El viernes 20 de septiembre tuvo lugar el encuentro comunitario del Proyecto Bulevar Huerto en la calle Ampuero, zona del cruce de Villaverde, en el barrio de Los Ángeles, aunque esta actividad no era más que el resultado del trabajo de todo un año.

Haciendo un poco de historia, a lo largo del año las entidades participantes y la vecindad implicada hemos centrado el trabajo en hacer partícipe al resto de vecinos, realizando encuestas para que propusieran iniciativas de cara a mejorar el barrio.

Las respuestas obtenidas se presentaron mediante un teatro-foro en el Huerto del Cruce a toda la vecindad que quiso participar. A partir de ahí comenzó a gestarse la idea de organizar este encuentro técnico-vecinal en el bulevar, con el objetivo de trabajar y sensibilizar sobre las necesidades más sentidas (limpieza, ruido y convivencia), fomentar la mejora de las relaciones vecinales, así como favorecer la continuidad del trabajo ya iniciado.

A pesar de la preocupante amenaza de lluvia, el sol acompañó durante toda la tarde a quienes se acercaron al bulevar, donde tuvieron la oportunidad de participar en diversas actividades para concienciar sobre la importancia de trabajar por el barrio y reflexionar sobre la mejor forma de hacerlo, entre el vecindario y el personal técnico.

En forma de juego, se realizaron actividades para dar a conocer el proyecto y sensibilizar sobre algunos aspectos.

Para ello se empezó con una introducción sobre el origen de dicho proyecto, que conducía a un océano donde “pescar” y clasificar la basura con la ayuda de una ballena azul para poder nadar de nuevo, de forma simbólica; un juego de concienciación sobre reciclaje para sacar la basura de los mares y, por qué no, también de nuestras calles.

Los vecinos más atrevidos intentaron jugar a las películas o al teléfono escacharrado mientras unos auriculares bombardeaban canciones a todo volumen, demostrando que no es fácil entenderse cuando el ruido no nos deja escuchar a las demás personas.

Y para quien quisiera sacar su lado más artístico, se daba la opción de diseñar pulpos de lo más variado o de colaborar en el montaje de un colorido espantapájaros. Todo esto, por supuesto, con materiales reciclados.

Además, unas huellas en el suelo con el mensaje “sígueme” guiaban hacia lugares donde reunirse y hablar, no perturbando el sueño del vecindario. La aventura nos dirigía hacia el descubrimiento del parque y el huerto, donde desde ahora se ubicará el mencionado espantapájaros.

Finalizaba esta jornada de diversión, convivencia y sensibilización con una merienda abierta a quienes nos acompañaron hasta el final y con el solemne traslado del espantapájaros hasta su nuevo hogar, el Huerto del Cruce.

¿No lo has visto aún? No te preocupes, tendrás oportunidad de conocerlo si te pasas por allí. Sin duda, seguiremos trabajando por la convivencia en el barrio.

Ya está aquí la segunda edición del programa de aceleración de La Nave

El 10 de octubre se celebrará un Information Day, charla informativa, donde startups participantes en la primera edición contarán su experiencia a los emprendedores interesados en formar parte del programa.

COMUNICACIÓN LA NAVE

“Durante el programa de aceleración dejamos de ser un sueño para convertirnos en una realidad, tanto a nivel fiscal como a nivel empresarial, que cambiamos durante el proceso de identidad, segmentación y oferta de servicios”.

Juan Izquierdo, responsable del área de sanidad de HumannaCare, formó parte de la primera edición del programa de aceleración de La Nave, y recomienda fervientemente a otros proyectos unirse a la comunidad y participar en el II Programa de aceleración de La Nave, cuyo plazo de inscripción abrió el 16 de septiembre y cerrará el 11 de noviembre.

La Nave pone a disposición este programa para ideas, proyectos y startups ya desarrolladas, ya que aplica metodologías adaptadas a las fases y necesidades de cada una. Para el caso de Up Devices, ya con piloto y producto desarrollado, la primera edición del programa de aceleración “ha servido para analizar los pros y contras de las tecnologías que estamos desarrollando y, sobre todo, validar los pasos que hemos tomado para la licencia de nuestra tecnología”, explica Alfredo Azabal Agudo, cofundador e ingeniero de producto. “La formación es de alta calidad y acompañada por una mentora, en nuestro caso, que nos ha resuelto dudas y acompañado en un momento importante para Up Devices”.

Como en la primera edición, lo que es imprescindible es dar respuesta a uno o varios de los cuatro retos planteados:

Smart City. Soluciones innovadoras que resuelvan los grandes desafíos con los que se encuentran hoy en día las ciudades y sus ciudadanos.

Salud y biotech. Proyectos del área de la salud, que tengan en cuenta tanto a los pacientes como a las Administraciones sanitarias. Soluciones que apliquen técnicas con potencial biotecnológico o presenten nuevas metodologías o investigaciones científicas.

Sostenibilidad, bioeconomía y economía circular. Soluciones que reduzcan el impacto negativo al medio ambiente y apuesten por una utilización equilibrada de los recursos, bien haciendo uso del ahorro energético o de materiales capaces de transformar residuos en materias primas valiosas.

edTech. Proyectos y startups que impulsen la educación por medio de la tecnología, tanto en la rama académica como en la práctica, presentando soluciones para toda su cadena de valor: alumnado, escuelas, metodologías, experiencias, inclusión…

Todos aquellos interesados pueden apuntarse al Information Day que tendrá lugar el 10 de octubre en el International Lab. Estarán presentes las responsables del programa de aceleración y startups que han participado en la primera edición, para conversar y dar respuesta a todas las cuestiones de los participantes.

De los proyectos presentados, se seleccionarán 35 finalistas, diez de ellos con un alto componente social.

Durante seis meses, se beneficiarán de este programa. A cada startup se le asignará un mentor que le ayudará, con reuniones one-to-one, centradas en el negocio y la estrategia a seguir, así como seis sesiones grupales de formación teórica y práctica.

También contarán con beneficios como un espacio físico de trabajo en La Nave; asesoría especializada de la mano de expertos de diversos sectores del ecosistema; networking activo y acceso a todas las actividades que se desarrollan a diario en el espacio; acceso a eventos, ferias y premios; formar parte de un Living Lab, con posibilidades de hacer testeos y prototipos en un entorno real; y ser parte del Programa Alumni.

Centro de Salud de Butarque (Villaverde): “doce años de engaños y mentiras”

Centro de Salud de Butarque (Villaverde): “doce años de engaños y mentiras”

Tras conocer que el Gobierno regional no iniciará la construcción del muy esperado Centro de Salud de Butarque antes de que finalice el año, la vecindad de este barrio de Villaverde decidió el pasado 4 de octubre en asamblea sacar a la calle su enfado por este nuevo retraso.

Así, acordó organizar una manifestación para el próximo jueves, 10 de octubre que, con el apoyo de todas las asociaciones vecinales del distrito, saldrá a las 18:30 del cruce que se encuentra entre la calle Berrocal y la calle Canchal.

A continuación, la marcha transcurrirá por la calle Zarifo, la avenida de Los Rosales y las calles Concepción de la Oliva, Campos Ibáñez, Pilar Lorengar y Diamante, para finalizar ante el Centro de Salud de Los Rosales.

Además de reclamar la construcción sin demoras del siempre aplazado equipamiento sanitario de Butarque, los colectivos vecinales aprovecharán la ocasión para mostrar, una vez más, su rechazo a la propuesta de recorte horario en Atención Primaria de la Consejería de Sanidad, un plan que sigue en vigor y que podría afectar al Centro de Salud de Los Rosales.

Tras el desarrollo de un proyecto piloto en 14 centros de salud cuyos resultados aún no ha hecho públicos, el Gobierno regional ha invitado a implantarlo en aquellos centros de la comunidad que así lo deseen.

Frente a ello, la FRAVM y diversas plataformas locales en defensa de la sanidad pública registraron el pasado 9 de mayo en la Consejería de Sanidad 56.129 firmas de ciudadanos y ciudadanos contra una medida que, de extenderse, sin duda deteriorará la calidad asistencial en medicina de familia y pediatría y saturará las Urgencias.

Recordemos que la propuesta de la Comunidad de Madrid, que supone la eliminación de las citas médicas y de enfermería en Atención Primaria desde las 18:30, originó una importante ola de protestas ciudadanas y el rechazo de buena parte de las centrales sindicales. Aún así, el Gobierno regional decidió continuar adelante con su plan y el ejecutivo resultante de las elecciones autonómicas no parece dispuesto a modificar esta posición.

Por ello, la FRAVM vuelve a solicitar que se guarde para siempre en un cajón y que cualquier medida que suponga una modificación notable del servicio asistencial, sea consensuada con las y los trabajadores, pacientes y usuarios.“

Está fuera de toda lógica que la Consejería de Sanidad se plantee reducir el horario de citas cuando no está siendo capaz de atender la demanda asistencial de barrios en pleno desarrollo como Butarque”, indica Silvia González, de la Asociación Vecinal La Unidad de Villaverde Este, uno de los colectivos promotores de la manifestación.

La marcha del jueves se enmarca en un conjunto de movilizaciones contra los recortes en Atención Primaria que tendrán lugar en Carabanchel, Villaverde, Usera y el barrio getafense de Perales del Río y que concluirán el domingo 20 de octubre con una manifestación ante el Hospital 12 de Octubre.

Doce años de espera en Butarque

La población de Butarque, que alcanza los 17.000 habitantes, lleva doce años esperando la apertura de su centro de salud, una mejora mil veces prometida por las administraciones que serviría para descongestionar el saturado centro de salud de Los Rosales.

Tal y como recuerda la Asociación Vecinal Independiente de Butarque (AVIB), que en este tiempo ha impulsado todo tipo de acciones para reclamar la dotación, su construcción ya aparecía en el programa electoral con el que el Partido Popular de Esperanza Aguirre concurrió a las elecciones autonómicas del año 2007.

Formaba parte de un lote de 55 nuevos centros de salud que, en teoría, iban a levantarse durante la legislatura. La realidad es que de los 55 equipamientos prometidos sólo se inauguraron 12. El resto, entre los que se encontraba el Butarque, se fueron aplazando desde entonces.

“Nuestro centro no se levantó entonces, pero desde la Consejería de Sanidad siguieron prometiendo su construcción. En la siguiente legislatura, concretamente en diciembre de 2011 se nos aseguró por escrito que aparecía en el último listado de centros de salud priorizados” para ese año, sostiene AVIB.

Pero nada cambió en 2011, ni en los años siguientes de una legislatura que estuvo muy marcada por los recortes y la crisis económica.

Tras las elecciones de 2015 el gobierno de la Comunidad de Madrid estrenó consejero de Sanidad, Jesús Sánchez Martos, que en su primera comunicación con AVIB, en febrero de 2016, sostuvo que el escenario económico era distinto y que después de la crisis volvía a haber dinero para inversiones.

Estimó entonces que “a mitad de legislatura se podría iniciar algún movimiento de elaboración de proyecto, o licitación de obras” del centro de salud de Butarque.

Lo que sucedió a mitad de legislatura es que Enrique Ruiz Escudero reemplazó a Sánchez Martos al frente de la Consejería, y no sólo retomó su promesa sino que aseguró que iba a poner en marcha un paquete de inversiones que comprendía muchos de los centros de salud que quedaron olvidados en la famosa lista de 55 del año 2007.

En junio de 2017 Sanidad afirmó a AVIB que tenía previsto que el centro de Butarque “esté funcionando a finales de 2019”.

Pocos meses después, el 17 de enero de 2018, la Comunidad de Madrid anunció las fechas que tenía previstas para la apertura de los nuevos centros de salud comprometidos para la legislatura. De los 19 centros, uno abriría en 2018, diez durante el año 2019 y los ocho restantes, entre los que estaba el de Butarque, en 2020.

“El compromiso de que estuviera abierto antes de finalizar la legislatura se esfumaba y por ello se convocó una concentración el 4 de febrero para solicitar que se cumplieran los plazos previstos”, sostiene la asociación vecinal.

En las siguientes comunicaciones, la Consejería rectificó progresivamente los plazos de redacción, licitación, adjudicación e inicio de la obra de construcción, algo que supuestamente iba a comenzar en el último trimestre de 2019.

“Y así llegamos a una nueva legislatura donde se mantiene el consejero de Sanidad y donde también se incumple el plazo de comenzar la obra a finales de año. En la primera comunicación que tenemos con la Consejería pasamos a que “la previsión es que las obras sean adjudicadas durante el año 2020”, indica AVIB.

Los vecinos y vecinas temen que, con este nuevo plazo, el centro no abra sus puertas hasta el año 2023.

“Más de doce años después de la primera promesa formal, el barrio de Butarque continúa sin centro de salud. Hemos sido engañados por seis consejeros de Sanidad de diferentes gobiernos, encabezados por Esperanza Aguirre, Ignacio González, Cristina Cifuentes, Ángel Garrido y ahora Isabel Díaz Ayuso. En nuestra mano está seguir consintiendo esto o poner todo de nuestra parte para conseguir una movilización que asegure la construcción de nuestro centro de salud”.

Fuente: AAVV Madrid 

 

Re-votando

ROBERTO BLANCO TOMÁS

Hala, venga, todos a votar (o no) otra vez. Cada cual quiere pillar todo el pastel que pueda, no se ponen de acuerdo, y en ese plan… “No queda sino batirnos”, decía Quevedo al Capitán Alatriste en la novela de Pérez-Reverte; “No queda sino votarnos”, dicen nuestros políticos. Total, cuatro elecciones en cuatro años, con el país en constante campaña electoral, lo que además resulta asaz cansino.

Pero, contra la moda a la que se han apuntado los todólogos que anidan en los mass media, yo no voy a señalar culpables, pues creo que este fenómeno es fruto lógico de la forma que tenemos de organizarnos.

Evidentemente, el hecho de elegir representantes y que éstos tengan carta blanca durante cuatro años, sin rendición de cuentas políticas, y encima en unas condiciones económicas y laborales más que envidiables, facilita la separación del ciudadano del ámbito en el que se toman las decisiones y la creación de una élite (la denominada “clase política”), habitante de una “realidad paralela”, que vive ajena a los problemas de la calle, únicamente atentos a “lo suyo”. Un fenómeno que además se autoalimenta, fomentando que la única participación política de la población gobernada sea meter una papeleta en una urna cada equis tiempo.

Esto no es demasiado democrático, y ahora además ni es eficaz: en esta última y brevísima legislatura, leemos en el 20 Minutos del 24 de septiembre, “el Parlamento sólo ha aprobado una reforma legislativa —que estaba pendiente del periodo anterior—: la reforma del Estatuto de Autonomía de Murcia. Más allá de eso, no hay leyes nuevas”. Eso es lo que ha avanzado el país en este periodo.

Y hombre, pues mosquea… Porque (seguimos con el 20 Minutos) un diputado “raso” cobra 2.972 euros netos al mes. Si lo es por una provincia distinta a Madrid, percibe otros 1.800 en concepto de alojamiento. Así, la legislatura termina con un gasto en salarios de 5,2 millones. “Cada diputado ha percibido en este tiempo un mínimo de 14.860 euros, porque en muchos casos el salario es más elevado”.

Además, como se disuelven las Cortes, todos los diputados tienen derecho a pedir una indemnización “equivalente a 47 días de su sueldo y a los días que van desde el día después de la disolución del Congreso”, siempre que no tengan otros ingresos o que no renuncien a ella. Y encima, como apuntaba El País dos días antes, las nuevas elecciones van a suponer otros 167 millones de gasto.

En fin, no sé cómo lo ven ustedes, pero si esto está así, yo creo que toca ya buscar entre todos otra forma de organizarnos. Por proponer, ya que estamos asentados en la ilógica, Borges imaginaba en su relato La lotería de Babilonia un territorio en el que todo se decidía por lotería (“Como todos los hombres de Babilonia, he sido procónsul; como todos, esclavo; también he conocido la omnipotencia, el oprobio, las cárceles […] Debo esa variedad casi atroz a una institución que otras repúblicas ignoran o que obra en ellas de modo imperfecto y secreto: la lotería”).

Es broma, pero seguro que mejor que ahora nos iba, porque vaya tela…

Ocho metros de desnivel salvados

Finalizan las obras de la pasarela peatonal que une la calle de Santa Petronila con la Gran Vía de Villaverde

PRENSA AYTO.

El Ayuntamiento de Madrid ha recepcionado en septiembre la pasarela peatonal que une la calle de Santa Petronila con la Gran Vía de Villaverde, cuyas obras han sido promovidas por el propietario de la zona.

La pasarela tiene una longitud de 116,7 metros lineales, está repartida en 13 tramos y su anchura es de 2,3 metros. Con ella se salva la diferencia de cota de ocho metros existente entre ambas calles. Así, han finalizado las obras de la tercera y última fase de urbanización del Área de Planeamiento Remitido (APR) Boetticher, en el distrito de Villaverde.

La geometría de la pasarela y sus elementos de protección cumplen lo especificado en la actual normativa en materia de accesibilidad. Asimismo, se le ha dotado de un pavimento a base de hormigón desactivado que proporciona alta adherencia en condiciones climatológicas adversas.

Las anteriores fases fueron recepcionadas con fecha 20 de febrero de 2014 y 24 de abril de 2018.