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VALENTINA

Siempre hay un rostro ante mí, allá a lo lejos, donde termina la multitud.

A María y Valentina

Felipe, tu cuento me llenó de una nostalgia que no me pertenece. Los cambios de imágenes son tan sutiles como el reflejo de un bosque  que se deja acariciar por el viento, sin embargo, la casa, el bosque, y el aullido del lobo tejen la soledad y el miedo de los protagonistas en espacios y tiempos diferentes. «Mientras Penélope se peinaba en la cama un extraño dios hacía de sus cabellos olas de sueños rotos».

James Gómez Murillo

—Podría ser yo, pero es mi madre…

Valentina movió ligeramente la fotografía y un destello iluminó el cristal atrapado en el marco, provocando un instante de vida en el rostro de María; recolocó las pipas que rodeaban la foto y sostuvo en su mano durante un segundo la joya de plata de tres nudos de la Magdalena con un ángel en la mano; posó sus dedos sobre la rosa de terciopelo antiguo que María solía ponerse alguna vez; después lo dejó todo como estaba y salió deslizándose como un suspiro de la estancia.

El viento que bajaba de la montaña se mezcló pacíficamente con los camelios, magnolios y mimosas y se escapó por el bosque buscando vericuetos y trenzando finas corrientes de aire; el agua de lluvia rezumaba en las tejas y resbalaba hasta las camelias; los dos grandes árboles exhibían su color cobrizo extendiéndose como un fuego tranquilo sobre la llanura de hierba y de flores, parecían los guardianes de la verja y el muro de piedra que rodeaba la casa. El cielo aparecía compacto como el escudo de un guerrero medieval contra el que chocaban una y otra vez los ojos de Valentina, relampagueaba, y la luz estallaba en puntos luminosos que intentaban resquebrajar el firmamento. Valen sintió frío y se echó descuidadamente la rebeca por encima camino de uno de los árboles, el más próximo a la ventana del cuarto de María, primero lo tocó, luego se abrazó a él en un impulso instintivo por comunicar sus preocupaciones a alguien. Sus ojos, como hondonadas de agua clara limitadas por sus pestañas, dejaron asomar señales de vivísima preocupación mientras renegaba y cada pocos segundos soltaba por su boca algún despropósito sobre Dios y las migrañas y todo lo demás, pero este acto de fuerza prodigiosa y vuelo de puños al aire duró exactamente un minuto, fue un vómito verbal bastante contenido con el que dejó salir parte de su inquietud, guardando para sí la esencia del sentimiento. Se despegó del árbol, que representaba para ella la imagen de su madre, sobresaltada, le había parecido haberle escuchado hablar, pero no, sólo había silencio —Imaginaciones mías, ¡qué boba! –dijo, pero un instante después de que resonara en la lejanía el aullido lastimero de un lobo que hizo temblar las hojas del árbol, de nuevo le pareció escuchar esa misma voz leñosa, ronca, apenas audible, saliendo de muy hondo, de la misma raíz hundida en la tierra.

—Cierra los ojos niña, respira hondo, huele la noche, escucha los sonidos, sigue arrullando los sentidos hasta que formes parte de ese todo… Abre los ojos, puedes verlo. —Y al abrirlos Valentina sintió que podía oír la tierra respirando bajo sus pies.

Por un momento creyó ver la huella de las manos de su madre en el árbol. Luego corrió frenéticamente tocando la valla y el muro, rozando las plantas, las camelias que ya comenzaban a abrirse, cualquier cosa que le recordara a María, por esa necesidad que tenía desde pequeña de abrazarla, quererla y achucharla… Ya estaba muy lejano para ella el momento, y sólo habían pasado dos días, en que, cogiéndola de la mano, la sacó, casi la arrastró, fuera de su estudio, de la casa, de sus febriles sueños y duermevelas, de su vida diaria, y se la llevó a montar a caballo durante más de dos horas por el monte, por el valle, por la senda, las dos haciendo fotos, las mismas, para luego compararlas, siempre juntas, y si descabalgaban para mirar aquel punto lejano, situar el ángulo o el encuadre, ella aprovechaba y cogía a su madre de la mano, o la estrujaba cariñosamente, para reírse juntas.

—Ayer Valen hizo de madre y yo parecía la hija. —Le había contado María por teléfono a Felipe, que notaba en el sonido de su voz de niebla cómo se desparramaba el goce íntimo, personal, tan bien guardado en su cajita de recuerdos.

Una nube de tormenta cubrió la arboleda y se paró silenciosamente sobre la casa, los débiles rayos de la luna brumosa que la atravesaban le conferían un color metálico brillante que vomitaba sobre la hierba, bañándola de un color ceniciento. Como signo de rebeldía y desafío pacífico, con esa costumbre de no mantener una postura convencional, tanto si estaba sola como si estaba acompañada, Valentina se apoyó en la verja con el cuerpo descuadrado a lo James Dean. Desde ese esforzado ángulo observó la tranquila belleza del hórreo abandonado, desde cuyos escalones deformados se divisaba todo el valle. El color de la tormenta le proporcionaba destellos milagrosos y lo hacía brillar de manera sobrenatural, aun cuando su tejado imperfecto labrado a mano ponía un toque de humanidad sobre la antigua construcción. Un vientecillo templado oreaba el sudor de las cortezas nerviosas de los árboles que irrumpían de pronto frotando sus cuerpos contra los marcos acristalados de las ventanas y huían en estampida haciendo eses.

Valentina se soltó de la verja en silencio y en el aire quedó un olor a pólvora y palabras muertas. Se acercó hasta el muro con paso rápido, desesperado, no lograba aquietarse, aún sentía por dentro el animal de la adolescencia, y rodeó con cuidado la verja por el exterior, como si guardase algo valioso dentro, y, pensando en María y en cómo la quería, por ser su madre, sí, pero también por ser la persona que era, buena y solidaria, sintió cómo le iba naciendo la necesidad de verla y estar con ella. Antes de entrar en la casa se paró a contemplar el cielo. Todo estaba en calma, salvo el sonido del viento y, de vez en cuando, el aullido lejano del lobo. Un gris fantasmagórico invadía la noche creando una atmósfera de irrealidad; una minúscula luna se balanceaba por encima de los árboles, penachos de nubes blancas parecían venir huyendo de otro universo; millones de estrellas titilaban asustadas en la bóveda celeste; ¿era Venus o Júpiter aquél que brillaba? Valen nunca lograba acordarse. Entonces, y como muchas veces le pasaba desde pequeña, se despertó en ella ese impulso aventurero, se fue hasta el muro de piedra y se encaramó a él para ver mejor las estrellas; aguantaba a pie firme sobre las piedras las embestidas del viento curvado que no dejaba ahora de soplar. El tiempo se estaba encabritando, rondaban gruesas nubes blancas de tormenta y una luna mezquina. Sólo quería mirar un momentito más las estrellas, y allí mismo, con su pelo recortado, su carita inquieta y sus ojos tan transparentes como el color del agua de la charca, se sintió dueña y libre, como su madre le había enseñado, con esa libertad que no tiene puertas, y sonrió. Y aguantando los embates del aire circular que doblaba ramas y camelios sin llegar a derribarlos, volvió a acordarse de cuando, con un babi por todo equipaje, se escapó de casa con tres años, aprovechando que estaban todos reunidos preparando alguna exposición de su madre, y cómo, al ratito de charla y por ese instinto tan fino que tienen las madres, María se percató de su ausencia y empezó a llamarla y a buscarla por todas partes, hasta que vio la puerta de la cancela de su casa del barrio peatonal abierta y salió apresuradamente por ella multiplicando sus dos ojos por cien y, por fin, y ya muy asustada, la divisó a lo lejos, andando tranquilamente hacia donde ella, en su pequeñez, vislumbraba la línea del horizonte…

—¡Valentina! —gritó su madre—, —¡Valentina! —repitió, pero ella todavía no la oía y seguía andando con su pasito corto, hipnotizada por la extensión de casas que desde su corta estatura alcanzaba a ver. Por fin, María, sin aliento, la alcanzó y sólo le quedó aire para preguntarle:  —Valentina  ¿dónde vas?  —A conocer mundo mamá —contestó ella con toda naturalidad. Lo último que recordaba es que su madre la cogió en volandas y se la llevó, ya más tranquila, a casa.

De pie sobre el muro, desafiando a la Luna y las estrellas y al viento, que ahora bajaba racheado de la montaña y zigzagueaba redoblando su furia entre los árboles extrañamente, sin doblarlos ni hacerles daño, camino de Pousadela, donde se cruzaba con más viento empujando nubes bajas que, en algunos segundos de calma, parecían acunarse bajo las estrellas, Valentina aguantaba tozudamente sin dejar quieta su memoria. El aire resbalaba entre sus recuerdos y los despejaba, la empujaba y la elevaba hasta casi tocar su querido Santiago, donde aquella vez sus ojos fotografiaron nítidamente su enfado, cuando presintió a su madre refugiada en la cocina sollozando junto a la ventana mientras miraba a través del cristal el juego de luces de la pequeña platería. Y así, separadas por el delgado muro que unía la habitación con la cocina, madre e hija pasaron una noche y un día sin hablarse, más o menos lo que tardó en sucumbir la Atlántida. El segundo día, sin poder resistir más, una de las dos emergió, provocó un encuentro involuntario en el terreno de la otra y se fundieron en un silencioso abrazo, uno de esos abrazos que, por querer decir tanto con el cuerpo, te hace daño físicamente, se miraron a los ojos, rieron y hablaron sin escucharse, igual que niñas pequeñas. Entonces, mientras estaban abrazadas, se produjo uno de esos instantes mágicos y la quietud se apoderó del momento en medio de un silencio roto sólo por los gritos de los vecinos y los niños jugando en la calle.

Valentina bajó del muro de un salto y apartó la lluvia a manotazos sin impedir que le siguiera cayendo encima, se acurrucó contra sí, sentía frío, se notaba destemplada. Los ojos febriles le llameaban igual que a su madre cuando trabajaba intensamente en el estudio, en la mesa de la cocina, en la balconada, sin respiro, sin descanso, con sus botas, sus dos mallas y su gran jersey negro, dobles calcetines, dobles prendas de ropa, que luego, al calor de la creación, se quitaba. ¡Cómo echaba de menos ahora mismo las manos de su madre para calentarse y calentárselas!, ese acto espontáneo, como era ella misma. Ahora se daba cuenta de que no había desayunado y su madre tampoco, siempre lo hacían juntas y ya estaba atardeciendo. Silabeó algo inaudible para los moradores del bosque y moduló el paso, quería hacerlo muy cinematográfico, dejarse llevar por el ritmo del viento. Se tocó la frente para sujetarse un sombrero imaginario, como su madre o como Julie Christie en DOCTOR ZHIVAGO; y las flores, los árboles, y hasta la hierba la miraban empujados por el viento, miraban a la niña mujer, se miraban, la remiraban, su carita plateada y gris, del color de la nube metalizada. Se acercó con paso vivo hasta la entrada de la casa para desayunar, comer y cenar en una sola comida con María, lo necesitaba y seguro que ella, a pesar de su frenética actividad cuando trabajaba, también lo necesitaba, pero antes quería pasar por el palleiro, cosas de la nostalgia. La noche la persiguió hasta la entrada; y cuando la oscuridad se rompió al encender la luz, los maderos entrechocaron entre sí dándose la espalda. Aunque el lugar estaba como dormido, ella notó que cien mil ojos brotando de la leña la miraban y en el aire flotaba un lamento herido, como una dulce tonada. Se detuvo en la entrada a observar el entramado original de tablas, la creación doméstica de Fernando, y fue entonces, mirando las posturas de extraña y original belleza de aquella leña, cuando se le escapó un pensamiento en voz alta: —Estamos solos, millones de seres humanos estamos solos, como vosotros.

Antes de abrir la puerta y entrar definitivamente en la casa, se volvió para mirar con sus ojos de agua, en los que conservaba ese puntito brillante de frescura que delata la juventud cuando aún no se ha perdido. El susurro del bosque despertó en ella una vaga inquietud, las hojas de los macizos se estremecían con la embriaguez de su paz sombría. Todo estaba milagrosamente en calma, el viento se había frenado y los camelios parecían mirarla. Los árboles desnudos esperaban una señal —¡adelante háblanos y te hablamos! Los grillos callaban, ese trozo de mundo perdido más allá de Pousadela se había detenido porque Valentina también lo había hecho, subyugada por la belleza natural que la rodeaba. Ni siquiera el aullido del lobo se escuchaba. Durante unos segundos le invadió una serenidad nunca antes sentida, todo le parecía hermoso; la voz del mismo viento y de los árboles pareció oírse en un susurro, trayendo las voces de otro tiempo, incluso el muro empedrado dejó escapar una especie de cántico quejumbroso por su marcha.

—Valentina, si miras pausadamente verás el lugar donde las estaciones se unen y todo lo que existe se convierte en uno…

Y Valentina miraba asombrada con la paz interior de un espíritu libre. Los camelios, mimosas, magnolios, zarzamoras, árboles y hasta los abetos recién plantados, parecían cobrar vida y se movían acercándose a saludarla con un roce, como una caricia, de una hoja, de un pétalo y ella se dejaba hacer como si fueran las manos de su madre.

Una nube blanca ocultó la Luna como si alguien hubiera corrido un velo sobre el lugar y la niña salió de su ensimismamiento, parpadeó y vio que nada se había movido, suspiró desde muy hondo, como si el aire hubiera subido de debajo mismo de la tierra. La luz de las luciérnagas iluminaba brevemente las jorobas oscuras de los árboles y huía por entre sus ramas hasta desaparecer. La noche se había adentrado rápidamente, su sombra inquietante cubría de figuras chinescas la entrada de la casa. Se deslizó hacia la puerta como Kim Novak en VÉRTIGO, así que los árboles no pudieron por menos que emular a James Stewart y extendieron sus ramas desnudas de hojas en un afán de protección sobre la puerta abierta. Ella les miró con cariño sintiendo un ligero temblor en su labio inferior… El clímax con la naturaleza era tan alto que deseaba retener ese instante, lo inalcanzable tan al alcance, y no pudo evitar sentir una quemazón interior.

El hambre ya hurgaba en su estómago y la necesidad, y también la placentera idea de comer con María, hizo que por fin cruzara el umbral y se detuviera a mirar por un momento el hermoso armario de cristal que siempre la trasladaba a un mundo irreal. —Tengo que hacer algo con este armario, porque me lo pide a gritos —les decía siempre María a Fernando y a ella.

Valen se paró un momento en la puerta del estudio que utilizaba para el revelado fotográfico, dudando, su mano sobre la pared notó cómo brotaba un pequeño pálpito de la piedra, que, como un negativo en la cubeta, se transformaba en recuerdo risueño del día que el teléfono de arriba estaba estropeado y sin querer oyó a su madre contarle a Felipe con una voz deliciosamente feliz cómo días atrás estaba encerrada en su estudio revelando fotos.

—Luego me llamará y me dirá “¿Mamá, te gusta ésta? ¿Y ésta? ¿Y qué te parece ésta?” Y yo le diré… ¡Y luego ella hace lo que le da la gana! —y las últimas palabras le salían del territorio más profundo de su ser, de allí donde sólo se guarda el amor, porque había educado a su hija en los valores del respeto y de la libertad, y libre y respetuosa era.

Afuera se había desatado de nuevo el viento racheado y rayos pavorosos parecían juntar el infierno con el cielo. Fernando tenía puesta en la lumbre de la chimenea una pizza casera con muy buena pinta y su olor acrecentó en Valen las ganas de comer, pero, al no ver a María, se desorientó y posó sus ojos en Fernando sin hablar. Los ojos cansados de Fernando señalaron la escalera con un leve movimiento de cabeza y Valentina comprendió: otra maldita migraña. De repente le volaron las ganas de comer y estuvo dando vueltas por la cocina muy lentamente, primero un pie, luego otro, como si fuera un nuevo juego inventado por ella. Daba vueltas a la mesa grande y a la pequeña y toqueteaba las pinturas y los lapiceros de colores para mancharse con ellos como cuando era pequeña. Los libros, desparramados por todas partes en las más diversas posturas, dejados al azar, a la buena de Dios, la mayoría cerrados, no eran ajenos a lo que pasaba, pero ninguno se quejaba ni ponía mala cara por parecer olvidados, porque en esa antigua gran casa se respiraba amor y buen olor a imprenta vieja.

Por fin se decidió a subir las escaleras de piedra rozando la barandilla de madera con la yema de sus dedos, como siempre, leves toquecillos para dejar de pensar, porque iba directa a la habitación de su madre, a pesar de saber que no quería estar con nadie cuando se ponía así. Cuántas veces ella y Fernando trataban de que saliera, sin conseguirlo, con tartas caseras de aspecto divino y ricas comidas sencillas y ni así había manera. María se encerraba en su cuarto, apagaba las luces y se remetía entre las mantas igual que “un mico”, como ella llamaba a su hija de chiquitina.

Subió despacito, arrastrando los pies en silencio. Los libros, que también habitaban la escalera, casi dueños de toda la casa, ni respiraban. Fernando, entretanto, sacó con cuidado la pizza de la lumbre, esperando que Valentina convenciera a su madre para que bajara a desayunar, comer y cenar y, mientras preparaba su kuzu, pensaba en ella; y pensaba también que darle vueltas y vueltas con la cuchara de madera, podría cambiar su carácter, hacerle más rápido, y batía y batía con fuerza, deseando intentar parar desde dentro el remolino del espeso líquido. Sus ojos denotaban cansancio, había estado trabajando duro con el portátil en su nueva obra de teatro y, después de un rato de lectura, habían estado plantando abetos antes de que a María le cayera la migraña encima y antes de que otro de los culpables, ese cielo gris plomizo lucense tan particular, de color tan ferozmente depresivo, se abatiera sobre el valle entristeciéndolo todo. Era un hombre lento, pero no torpe, y daba seguridad, como todos los hombres de nariz grande, al menos eso dicen las abuelas más ancianas. Crítico literario de olfato exquisito, devoraba ferozmente todo lo que caía en sus manos y desenhebraba libro y autor con maestría. Conocía a María desde que era pequeña y sería capaz de dar un brazo por verla siempre feliz. En los últimos tiempos se había vuelto más taciturno, huraño consigo mismo y se sacaba de dentro el desánimo escribiendo, representando y dirigiendo obras teatrales que destilaban mucho humor y muy fino. Siempre estaba pendiente de la más mínima necesidad de María, para hacerse cargo al instante, pero lo que ella más necesitaba en este momento, el Sol, era imposible para él ni para nadie alcanzárselo. ¡Cómo echaba de menos el Mediterráneo María!, su estudio en Ibiza, la luminosidad que disipa cualquier atisbo de tristeza y sus vecinos, su gente, la convivencia durante la comida y charlar en los tiempos muertos del trabajo creador que tanto nos posee y nos agota. Es que vivir en el valle, en Pousadela, aunque fuera entre gente muy buena, Martín, José, Marisa… era vivir en el Medievo, a lo que se añadía la acumulación de tantos días grises, tanta niebla, tantísimo tiempo de espera para ver un día soleado con la claridad fotográfica de Ibiza, que tanto echaba de menos. Hubiera querido disfrutar, aunque sólo fuera de vez en cuando, de un día de sol para atisbar la línea del horizonte, el bosquecillo, las vías del tren, el río Sarria y la charca rodeada de abetos, el pequeño reino libre donde habitaba en su casita la pata Ofelia, el manantial… Algunas veces se miraba las manos y se preguntaba: —¿Cuántas manos han pasado por las mías, cuántas obras, cuchilla y bisturí, un trazo sobre el papel a corazón abierto y con el alma desnuda y entregada?

Los breves instantes en que lograba mirar la lejanía con un sol pálido encima de su cabeza, sentía una plenitud dichosa, una sensación de paz que le subía por todo el cuerpo, como cuando Valen la achuchaba, le cogía la mano y se la llevaba, como una madre a su hija, para sacar de dentro de su María esa luz, esa maravillosa luz, la del artista, invisible a los demás, que sólo Valentina, y sólo a veces, tenía el privilegio de ver destellar mientras la fotografiaba de múltiples maneras.

La casa, se enamoró de María, nada más poner un pie en ella, era una de esas casas antiguas, de piedra sólida, suelo de pizarra y madera antiquísima, una construcción para toda la vida, como las de antes, era tan antigua como el árbol tricentenario que acompañaba su soledad junto a la ventana de su cuarto. De las tres entradas, la puerta de una de ellas, ricamente labrada, databa del mil ochocientos. María también se enamoró de la casa, en realidad se enamoró de todo cuanto pisaba y encontraba dentro de la casa, hasta de los pequeños ratones blancos que de cuando en cuando aparecían de visita. Todo le sugería un trabajo nuevo, una forma artística por inventar, tenía una fuerza que le impulsaba a crear, era como si la casa la empujara y la transportara al mismo tiempo a otros lugares de ensueño. Y cuando trabajaba las rosas muertas, un retrato, un viejo cabecero, un dibujo en la balconada, su fuerza se renovaba, podían pasar horas y horas y se olvidaba hasta de comer.

Por eso Valentina quería desayunar, comer y cenar con ella y, pensativa, pero práctica, seguía su lenta procesión escalera arriba, estaba decidida a sacar a su madre de la habitación y, si no, al menos acompañarla, estar un ratito con ella y besarla, cogerle las manos y sigilosamente llorar y reír, como tantas veces lo hacían juntas. Los libros, muchos libros, la rodeaban repartidos por cada escalón de piedra y en el descansillo de la escalera, en pequeñas torres o sueltos, algunos abiertos por determinadas páginas al azar, como en el Tratado sobre la vida contemplativa entre los humanos —¡No me importa lo que pienses, guárdate tu verdad! —En otro, un Tratado sobre la paciencia en la filosofía moderna se podía leer: —Si no te gusta como soy, ¡puerta!

Las cinco velas encendidas en la cocina ardían sin quejarse, sus pequeñas llamitas bailaban sobre la cera que se iba derritiendo poco a poco y estiraban caprichosamente sus ojos azulados hasta la escalera y más allá envolviendo a Valentina en una sombra permanente, alargada hasta el techo, que se doblaba al bajar para perderse entre los libros asombrados y el trasluz de la escalera; atravesó el saloncito que precedía al cuarto de María. El sofá de lino blanco crudo miraba con sus ojos cuadrados y planos la chimenea apagada. Enfrente, una miaja de luz, que seguramente filtraba el viento que volvía a soplar huracanado y se colaba por las rendijas, iluminaba los dos mueblecitos pintados en un ataque frenético de ansiedad por acabar con todos los lapiceros de colores y la lija, ya estuvieran puestos a su alcance o desperdigados por los rincones de la casa, con el deseo incontenible del artista, que va más allá de lo naturalmente humano. El resultado era que parecían haber estado viajando por otro mundo y se habían equivocado de universo al aparecer allí, ajenos al resto de la casa. Valen se acercó a aquellas maravillas y encima de uno de ellos descubrió un pequeño texto dedicado, escrito en papel vegetal, ya muy viejo pero legible aún:

En algún lugar

habita un sueño,

dos mueblecitos

alquímicamente irreales

y de colores infinitos,

pintados

con el hermoso latir de tus ojos.

 

La firma no era legible o había sido borrada a propósito. Le resultaba increíble que algo, que bien pudiera proceder de cualquier tiempo pasado, pudiera estar dedicado a ella, a no ser que se hubieran conocido en vidas anteriores. Este último pensamiento la desestabilizó un poco, pero lo desechó enseguida y, como mujer práctica que era, pensó que todo era fruto de meras coincidencias.

Fuera, el cielo estaba ardiendo de tonos grises y gotas gordas de lluvia volvían a caer de su mural para fundirse sobre la casa. Valentina alargó la mano con decisión y abrazó la manilla, que, al notar el contacto humano, brilló en la oscuridad e iluminó los libros expectantes. Para su sorpresa, la puerta cedió y, sin pensarlo dos veces, entró todo lo silenciosamente que sus nervios le dejaron. La cortina blanca filtraba una levísima claridad invernal, obstaculizada por el espectro oscuro de la planta que crecía por encima de la ventana y por Byron, el cariñoso podenco gigante al que María salvara la vida, después de largos e intensos cuidados, que estaba dormitando echado en un ángulo de la cama, rodeado de libros. Al entrar Valentina en el cuarto, levantó una oreja, abrió medio ojo, ronroneó algo para sí mismo y siguió en su sitio sin dejar de vigilar. En la penumbra, con su sombra agigantada por la mínima claridad purpúrea, semejaba un dios romano. Las vigas de madera del techo interrumpieron sus diálogos y emitieron también sus quejidos con la entrada de la intrusa —Cric, crac, —pero parecieron asentir al reconocerla y enseguida volvieron a permanecer mudas. Valen se sabía la habitación de memoria, aun a oscuras: el sillón orejero, la mesilla, la mesa con libros, muchos libros, los cuadros, el vaso de agua, la naranja, las lámparas, las esculturas de papel, el ramillete de flores recientes, los armarios con la ropa ordenadamente desordenada a la vista… Aparentemente todo estaba en su sitio y no tenía intención de moverse para cambiar de lugar, todo reposaba tranquilo. En la estantería los diarios forrados de terciopelo violeta y granate, custodiados por más libros, permanecían calladamente impasibles a la presencia de “la niña” que ya pasaba de los veinticinco. Valentina, inmóvil, sin hacerse notar, miró a María, bellísima como una musa de la “nouvelle vague”, perdida entre las sábanas y la manta, con el pelo desparramado por la almohada y su camisa de hombre de algodón blanco, aparentemente desaliñada, que se revolvió inquieta, dejando ver su cara crispada por el dolor y aun así emanando una serenidad, una paz que transfiguraba todo lo que estaba a su alrededor. Con pasitos cortos, y en silencio, entró en el pequeño estudio y salió a la balconada. El viento frío y las gruesas gotas de lluvia se estamparon en su cara y en su pelo, la luna aparecía enorme, comiendo nubes cenicientas, ¡qué bonito le pareció el cielo con esos buñuelos nubosos desparramados por la llanura celeste!, tan blancos que parecían azucarillos gigantes mordisqueados y colgados improvisadamente por no se sabía quién. El aire sudaba lluvia, la tierra suspiraba, o acaso aquel sonido se debería al millón de animalillos jugando a esconderse del agua entre los agujeros de la hierba. Los árboles daban la impresión de haberse acercado a la casa, como si buscaran abrigo, o quizá supieran que allí dentro había dos mujeres de corazón cálido, para eso los vegetales son muy vivos e inteligentes, resisten, se embravecen y se embellecen buscando el mimo, la caricia que los alimente, la voz humana susurrando sobre su corteza palabras de amor, cualquier palabra, las historia de a diario. Por eso ni el viento ni la lluvia ni cien mil huracanes podrían separar sus organismos rugosos, sus ramas y sus flores de estas dos mujeres que habitaban la casa, y por eso a Valentina le daba la impresión de estar tan cerca que casi podía tocarlos. Alargaba la mano para hacerlo, cuando el lastimero aullido del lobo, nada altivo, gritando su soledad, o su pérdida, vino a romper su ensimismamiento. Un relámpago seguido de un trueno iluminó la verja y el muro, y del palleiro parecieron salir miles de fantasmas cuando la luz desgarró la piedra con la misma asombrosa precisión con que su madre manejaba el bisturí sobre la tela. Con un poco de miedo se puso a recitar: —Cristal, madera, papel y piedra —y así lo estuvo repitiendo hasta que dejó de tener miedo, porque si con su menudo cuerpo María luchaba, pulía, lijaba, pintaba, daba forma y sacaba del interior de esas telas y de esos gigantes sus rasgos más bellos, lo que planeaba en su pensamiento en su corazón, para componer hermosas piezas, ella no se iba a asustar. Cuando se dio cuenta de que estaba casi empapada, besando aquella naturaleza viva, que, entre el resplandor de los relámpagos y la mecida del viento, parecía querer expresarle su cariño, retrocedió y cerró la puerta. Volvió aterida de frío, su madre, que apenas se había movido, se frotó los ojos con el puño cerrado, gimió, despegó un solo párpado, esperó un poco más, hasta que pudo mantener abiertos los dos y lo primero que vio fue la silueta de su hija a un lado de la cama, ni muy cerca ni lejos de ella. Confusa, se dijo que no podía ser, ella siempre cerraba la puerta y nunca quería ver a nadie, entonces pudo ver en medio de la penumbra mortecina el resto de la habitación; todo estaba en el mismo lugar, las botas seguían volcadas a un lado de la puerta, un calcetín colgaba en el respaldo de la silla riéndose francamente de un libro abierto sobre el asiento, el otro había desaparecido, encima de la mesa reposaba el resto de la ropa dispuesta a entrar por el agujero de la lavadora. El acto de levantarse se le antojaba un mundo, estaba extenuada por la migraña y no le quedaba ánimo para muchos esfuerzos. Le tronaba la cabeza con un nombre que había estado repitiéndose a sí misma… Durante un segundo le faltó el aliento y su cuerpo se estremeció con una mezcla de ansiedad y miedo. El aire punzante y la sutil neblina le invadieron la cara y la luz difusa y grisácea la envolvió en purpurina haciendo que pareciera un ídolo inmóvil. Aún se oía algún trueno seguido de relámpagos en un cielo como un borrón negro invadido por largas mechas ardientes que se alejaban de la gran casa. Mientras se daba media vuelta y se arrebujaba de nuevo tirando del edredón y dejando el colchón desnudo, sintió una agradable sensación de calor; se tapó casi por encima de la cabeza y se quedó quieta mirando las inamovibles vigas de madera que le transmitían una sensación extraña, como de estómago vacío. Luego con cierta dejadez se volvió hacia el suelo. La esmirriada chispa de luz que entraba por la ventana y resquebrajaba las cortinas blancas daba a las dos grandes alfombras un exaltado tono romántico que le gustó y le pintó el gesto con una sonrisa desvanecida. Aún no era del todo consciente de la presencia de Valentina, cuando se iluminó el móvil simulando que miles de ojos brotaban por las aberturas de la funda. No le hizo caso y dejó que sonara hasta que se cansó. Entonces, medio adormilada, apartó la ropa de la cama como si lanzara una cometa y se quedó sentada encima de la almohada. Se pasó las manos por la cara para tranquilizarse y respiró hondo. Algo, no sabía bien qué, le impedía ver parte de la ventana. En el sillón la montaña de ropa acumulada desbordaba el respaldo y parecía imposible que no cayera sobre el osito enroscado entre sus patas, cuyo cuerpo mordisqueado por Byron y adelgazado por el paso del tiempo parecía una oblea con dos botones por ojos. El panel combado de la estantería de libros le recordó que llevaba tiempo diciéndose que habría que darle la vuelta. Innumerables papeles, libros y herramientas de trabajo rebosaban en la mesa y dentro de los marcos de los cuadros, las barras y las hojas estaban hermosamente condenadas a permanecer de por vida en una pared. Le daba vueltas la cabeza y en ella bailaban los últimos acontecimientos mezclados con los que estaban por venir en un tiempo cercano, el viaje de Valentina a Nueva York, la clase semanal de medicina china por Skype con un afamado doctor de Nueva York en busca de la mezcla perfecta, la fórmula secreta de una pócima óptima para su organismo que lo armonizara con su creatividad exuberante. En realidad no necesitaba pócimas ni conjuros para que su cuerpo le cogiera el paso a su inspiración de artista multidisciplinar. Además, el kuzu, la ciruela umeboshi, los tés yogui de regaliz y bergamota y el de orégano, que alcalinizaban su cuerpo, ya le daban seguridad y bienestar, junto con la comida, lo más natural posible: las pizzas caseras, las ensaladas frescas, el pan integral, pequeños pescados… Aunque en eso Valentina le ganaba, era inflexible. Y, por supuesto, ni vitro, ni microondas, ni televisión, que también enferma. El móvil volvió a encenderse, esta vez sí lo cogió y repasó suavemente con la yema de los dedos las teclas. —Qué pesado —farfulló entre dientes, y dejó que sonara hasta que su vocecita musical quedó muerta. El sonido del móvil había confirmado sus peores temores, la migraña no se había marchado. El esfuerzo de sentarse medio en sueños con los ojos metidos en una nube de puntitos de niebla le había resultado agotador, así que se sumergió muy dentro de la ropa para abismarse de nuevo en la tela de las sábanas.

Valentina, semioculta en la penumbra, no se había movido, le parecía que se había olvidado de respirar, pero no, respiraba como respiran el abeto, los carballos y las flores y los helechos en el camino a la charca, como el lobo que aúlla más allá de la montaña. Respiraba serena, no pasaba nada, ella estaba allí para cuidarla, cuidar siempre de su madre por muy lejos que se fuera, estar siempre cerca, la necesitara o no, por decisión propia y de su raíz más íntima y honda. Cuando dejó de ver la cara de su madre, se acercó decidida y silenciosamente hasta el borde de esa mitad de la cama donde dormía y se sentó sin hacer ruido. Byron seguía sus movimientos todo el tiempo con la oreja enhiesta y medio ojo entreabierto sin emitir quejido alguno. Retiró el edredón con cuidado para descubrir la cara de María que había dejado resbalar su cuerpo menudo, muy abajo de la cama. Estaba guapísima “adormiladita”, más que Anna Karina en sus mejores tiempos cuando se la disputaban los mejores directores de cine y era la musa indiscutida de la “nouvelle vague”. Apoyó los dedos en la frente caliente de su madre masajeando suavemente para extraer aquella cosa dolorosa e invisible hasta para ella y, acunándola amorosamente en las manos, se dirigió a la puerta, la abrió sin soltarse ni abrir los dedos y bajó silenciosamente por las escaleras de piedra. Los libros, que dormitaban felices, se despertaron inquietos al verla de nuevo. Sin preocuparse de la presencia de Fernando que reposaba en uno de los sillones leyendo tranquilamente o, más bien, pasando el tiempo de espera, Valen levantó con sumo cuidado el cojín del sillón desocupado y abriendo las manos depositó allí ese “algo”, porque estaba firmemente convencida de que así aquello desaparecería como ocurrió cuando era pequeña y se hizo un harakiri en el pelo, su madre, horrorizada al verla, le había preguntado:

—Valentina ¿qué has hecho con el pelo? —Y ella, que era “un mico”, no sabía qué contestar o si contestar. Al fin, después de mucho preguntar, le había respondido: —Mamá, ha desaparecido —mientras hacía gestos con sus manitas volatilizando el pelo hacia el aire. A los pocos días, María descubrió el pelo debajo de uno de los cojines del sofá. Ahora era mayor, pero pensaba, como entonces, que si le arrebataba de las sienes la migraña y la escondía debajo del cojín de la gran butaca, el dolor desaparecería y con él todos los males.

Feliz con este recuerdo volvió a subir veloz y calladamente las escaleras, haciendo que los libros se revolvieran inquietos de nuevo, para colarse sonriendo en el cuarto por la puerta entreabierta. Cerró con sumo cuidado y se acercó con mimo a la cabecera, donde se sentó en silencio en el mismo hueco que antes había dejado y atrapó con sus manos una de las manos de María para acariciarla imperceptiblemente con uno de sus dedos a lo largo de las venas y de la delgadez de sus dedos interminables. Se detuvo un instante para escuchar el torrente sanguíneo y empezó a hablarle:

—María, tú eres mi más preciado tesoro. Nunca juzgas a nadie madre y solamente los que te rodeamos sabemos la enorme compasión que hay en tu corazón. Todos giramos en torno a ti, nos pones alas y nos enseñas a volar. ¡Nadie quiere irse de tu lado!

Con un embelesador sinsentido, pero sintiendo, con dificultades al principio para expresar con palabras los sentimientos, terminando a trompicones muchas frases, prosiguió hablando en un sincero monólogo que adquiría coherencia y sentido por momentos, al tiempo que se le iba iluminando la cara con el resplandor de la emoción. La luz procedente de la ventana refulgía blanquísima, por momentos sobrenatural, uno o varios relámpagos juntos, pensó ella, tratando de encontrar una explicación científica. Sin dejar de mirarla, hablaba sin miedo de su amor por ella y con cada palabra que pronunciaba, sus ojos se volvían más luminosos. Su voz cálida y lúcida iba creando imágenes en su espíritu, una especie de alucinación en la que le parecía que las palabras brotaban de sus dos almas y aleteaban por la estancia desgranándose sobre su memoria y la de su madre hablando al mismo tiempo y, durante un momento, Valen creyó transmutarse en el ser de María y viceversa para ser una sola en algún instante de esa micra de segundo. Pese a que cerró los ojos, se los frotó y volvió a abrirlos para tratar de forzarlos a la realidad, otros ojos de dentro veían y leían con toda nitidez los pensamientos de María ¡y era tanta la alegría que se respiraba en ese lugar!, hasta el más nimio acto de su madre le parecía emotivo, incluso el tartamudeo de sus últimas palabras. Se sentía tan deslumbrada como cuando se encadenó por un bien común, siendo ella muy pequeña, en la Plaza del Toral.

Fuera, debajo del cielo gris que envolvía la noche oscura, todo irradiaba cierta euforia, una energía desconocida se había apoderado del lugar llevándose cualquier nube del alma de Valen, cualquier sensación de malestar. Ya no trataba de comprender qué gozoso misterio encerraba aquel sitio, la estancia, el momento, ni de qué milagrosa comunión de sensaciones y alegría había sido protagonista y testigo, sólo pensaba en que al anochecer, entre las sábanas crujientes, intentaría guardar en su memoria el momento vivido.

Al sentir la caricia de su hija, María abrió la mano sin despertarse y dejó caer sobre la alfombra un papelito que Valen recogió con cuidado y, a duras penas por la migaja de luz que entraba, lo leyó para sí en voz muy baja:

—Cuántos sueños rotos guardan los mares fronterizos.

Felipe Iglesias Serrano

Nawal, la mujer más dura que la vida misma

Nawal_El_Saadawi

El pasado mes de marzo fallecía la escritora, médica y feminista Nawal al Saadawi, la pensadora egipcia más destacada del siglo pasado. Fallecía a los 89 años después de haber escrito más de 40 libros sobre sexualidad femenina, ablación, abusos a menores y violencia contra la mujer. 

Dicen que la vida es un viaje del que solo hay que descansar en la muerte. La de Nawal es como una trepidante montaña rusa de la que crees que vas a recuperar el aliento hasta que descubres que vienen más curvas. Al Saadawi aseguraba, en una entrevista publicada en El Periódico en 2017, que su rebeldía empezó con 8 años. Nacida en el seno de una familia acomodada en una localidad del delta del Nilo, observaba que su hermano tenía más derechos que ella y sus padres defendían que los chicos valían más. 

Pero su abuela le había enseñado que Dios era justicia, así que cogió lápiz y papel y redactó la primera carta de su vida dirigida al Gran Creador en la que decía que si no llegaba a ser igual que su hermano, no estaría preparada para creer en él.

Solo con 20 años, ya en la Facultad de Medicina, recordaría cómo una noche la sacaron de la cama, la llevaron al lavabo, le abrieron los muslos y le cortaron un trozo de carne. Siendo ella una víctima, se comprometió a luchar contra la ablación desde el ámbito sanitario. 

Trabajó como médico en su pueblo natal, donde fue testigo del sufrimiento de las niñas por la mutilación genital, que combatió en las zonas rurales de Egipto. Más tarde se especializaba en psiquiatría y llegaba a ser directora general en el Ministerio de Salud. 

Es entonces cuando publica, en 1972, su primer libro: La mujer y el sexo. En él, abordó el miedo de la sociedad egipcia hacia el cuerpo de las mujeres y el intento continuo de controlarlo bajo pretextos religiosos o políticos. La polémica obra fue censurada y Saadawi despedida de su trabajo. 

Pero eso no la frenó, y siguió trabajando en proyectos sobre la salud mental de las mujeres. Fue en una cárcel donde conoce a Firdaus, la protagonista de su libro Mujer en punto cero. Porque el destino así lo quiso, ése había sido el libro comentado en mi club de lectura durante el mes pasado. 

Por eso tengo muy reciente la historia, basada en hechos reales, de Firdaus. Una mujer que la vida arrastra hacia la prostitución y condenan a muerte por asesinar a su proxeneta. Una existencia donde todas las figuras masculinas son tóxicas y donde la salvación, privada de ella en vida, consiste en elegir cómo quiere morir.

Esta historia que le cuenta Firdaus horas antes de su ejecución transforma a Nawal, que empieza a rechazar la autoridad de Sadat, de Mubarak, de los credos religiosos, de los médicos, e incluso de su marido, del que se divorcia. Al que luego se suman dos más. Su oposición a los acuerdos de paz entre Egipto e Israel la conduce a la cárcel y luego al exilio. 

Nawal vuelve a Egipto poco antes de la caída de Mubarak y participa en las protestas pacíficas de la plaza Tahrir. Es allí, en El Cairo, donde reside los últimos años. Escribir es, en todo momento, su arma y su redención. Porque como dice uno de los personajes de Mujer en punto cero: “las únicas personas que viven de verdad son las que son más duras que la vida misma”.

De Nawal, las mujeres aprendimos que del aguijón de la vida solo se sobrevive luchando. Un trayecto agotador, pero del que debemos irnos al otro barrio con la adrenalina aún palpitante en las venas.

LAILA MUHARRAM

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Salamanca: el mayor prostíbulo de Europa

Salamanca

Queridos lectores, que el título de este artículo no nos lleve a engaño. 

Bella, entrañable, culta, solemne, vetusta y arquitectónica, querida y admirada ciudad de Salamanca. Patrimonio de la Humanidad. Ciudad universitaria —es la universidad en activo más antigua de España, fundada en 1218 por Alfonso IX de León como Estudio General y en 1252 convertida en universidad por Alfonso X el Sabio— y, por ese motivo, al tener tantos estudiantes jóvenes, fue en el siglo XVI, el Siglo de Oro, el mayor prostíbulo de Europa.

Alumnos de todo el continente se matriculaban en dicha universidad de notable prestigio. En el curso de 1584-1585 fueron matriculados nada más y nada menos que 6.778 alumnos. Tanta juventud, tantos estudiantes con las feromonas alteradas; no solo podían dedicarse al estudio, también dedicaban su tiempo libre a los placeres de la carne. A visitar lupanares, burdeles y mancebías, abundantes en la bella ciudad de Salamanca. 

 Quod natura non dat, Salmantica non praestat”. “Lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo otorga”. Un dicho unido a la ciudad y a su universidad. Las cualidades innatas de uno no se pueden aprender, son las que son. Una buena excusa para los pésimos estudiantes. Como expresaba Miguel de Cervantes: “La senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio, ancho y espacioso”.

El 12 de noviembre de 1543 un joven de 16 años, el futuro monarca Felipe II, llega a Salamanca para contraer nupcias con su prima hermana la infanta María Manuela de Portugal. El futuro rey es austero, sobrio, muy católico, muy cristiano y muy piadoso. Religioso en extremo y no dado a los placeres banales, no le gusta lo que ve en Salamanca; mucha diversión, abundancia de tabernas insanas y lujuriosas y de prostitutas por toda la ciudad y los jóvenes universitarios disfrutando sin esconderse, a cara descubierta, de todo aquello.

Esa vida alegre y licenciosa le desagrada al futuro soberano de la corona de España, que es hombre de misa y confesión diaria, y decide poner fin a esta pequeña “Sodoma y Gomorra” salmantina. Nada que ver esta vida libertina con la fama de lumbrera intelectual de Occidente de la que hacía gala la ciudad castellana. A partir del Miércoles de Ceniza y durante toda la Cuaresma estará prohibida la prostitución y todas las putas serán desterradas al otro lado del río Tormes.

El clérigo encargado del traslado de las luminarias a la otra orilla (padre Cifuentes) fue conocido popularmente como el “Padre Putas”. Dicho sacerdote debía vigilar que las prostitutas no cruzaran el Tormes de vuelta a Salamanca durante la Semana Santa y que ningún cliente, incapaz de dominar la tentación, saliera de la ciudad cruzando el río en busca de los servicios de alguna meretriz. 

Terminada la Semana Santa, ya podían las fulanas volver a cruzar el río, regresar a la ciudad y ejercer su profesión. Aquello fue conocido como “Lunes de Aguas”. En barcas y barcazas, las prostitutas, acompañadas del “Padre Putas” y de cientos de estudiantes, volvían a Salamanca entre el regocijo de los jóvenes, que en la orilla, borrachos, extasiados de alcohol y de lujuria, las esperaban ansiosos. Una fiesta pagana en toda regla. Música, comida, vino en abundancia, bailes y desenfreno inundaban la orilla del Tormes esperando la llegada de aquellas mujeres dedicadas a satisfacer carnalmente a miles de jóvenes estudiantes universitarios, deseosos de sexo tras pasar la Semana Santa en castidad. 

Hoy en día se sigue celebrando la fiesta de Lunes de Aguas, aunque ya no es lo que era. En nuestros días es una festividad, un día de ocio, en la que familias y amigos se reúnen para beber y comer hornazo (empanada típica de Salamanca rellena de carne y embutido) a la orilla del río Tormes. Como es sabido, tampoco durante la Semana Santa estaba permitido el comer carne.

Los burdeles públicos en el siglo XVI solían estar cerca de los puertos para el desfogue de los marineros y no lejos de las universidades para satisfacer sexualmente a los estudiantes. Para dedicarse a la prostitución legalmente, la mujer debía acreditar ser mayor de 12 años, no ser virgen, ser huérfana y no ser noble. Cumpliendo todos estos requisitos, un juez intentaba disuadirla de dedicarse a vender su cuerpo, y en caso de que persistiera en su idea, legalizaba a la prostituta a ejercer. Un médico visitaba la mancebía para asegurarse de que las meretrices gozaban de buena salud, apartando de la práctica a la que estuviese infectada.  

Además de las mujeres que ejercían la prostitución en las mancebías (reglamentadas, toleradas y amparadas por el Gobierno), también existía la prostitución callejera, las denominadas “cantoneras”, busconas de callejón y de esquina. Los clientes de unas y otras rameras —como en todos los tiempos— eran de todas las clases sociales: pícaros y mendigos, militares, plebeyos, nobles y clérigos, aunque había distinción por calles y barrios dependiendo del nivel económico del parroquiano.  

Durante la dictadura de Francisco Franco (1939-1975), la moralidad del régimen renombró al “Padre Putas” como “el padre Lucas”.  

Así fue como en el siglo XVI la solemne ciudad de Salamanca fue conocida mundialmente no solo por su sobresaliente universidad, sino también como el mayor lupanar de Europa. 

Fernando José Baró

‘Sobre todo quiero promover la lectura’

← David Salazar, frente a la estación de Villaverde Alto, su barrio de toda la vida. R.B.T.
← David Salazar, frente a la estación de Villaverde Alto, su barrio de toda la vida. R.B.T.

David Salazar, vecino de Villaverde Alto, ha publicado ‘Día y medio’, su primera novela

David Salazar tiene 26 años, y es “vecino de Villaverde Alto de toda la vida”. Maestro de Educación Primaria, se encuentra asimismo en los “inicios oficiales” de su carrera como escritor, ya con obra publicada, pues recientemente ha salido a la venta Día y medio, su primera novela. Para hablar de ello y de próximos proyectos nos encontramos en una esplendorosa mañana primaveral frente al metro de Villaverde Alto y, ya sentados en una terracita (pues hace un día de terrazas “de libro”), enciendo la grabadora y comenzamos la entrevista que sigue. 

¿Qué va a encontrar el lector en tu Día y medio?

Es una novela bastante breve y también bastante cruda. Por los comentarios que he recibido, a la gente le encanta o no la puede tragar: no es un libro que deje indiferente. Está muy marcada por el enfoque del personaje principal, un joven que ve la vida de una manera un poco diferente a la mayoría, que no comprende las costumbres actuales, los ritmos de vida, la forma de comunicarse… Un tío un poco raro [risas].

Me ha llamado la atención que la acabas de publicar, pero la escribiste hace cuatro años… 

Sí, en aquel momento fue la manera que encontré de sacar lo que llevaba dentro, otros lo hacen con la música… Lo que pasa es que yo no tenía a nadie en este mundillo: entre mi familia, amigos y conocidos no había nadie que hubiese escrito un libro ni trabajado en una editorial, y lo dejé ahí aparcado. La enviaba en formato PDF a mi familia, a mis amigos, a quien lo quería, y ya está: no hice nada más. Pero ya este año me comentaron varias personas que se podía autopublicar, estuve mirando y lo hice con Amazon, porque es muy fácil. Pero sí me gustaría encontrar una editorial pequeñita que estuviese interesada, o si no en un futuro a lo mejor montarme la mía… Es que, claro, cuando te lo haces tú solo moverlo es un rollo: tienes que meter tiempo, dinero…

¿Y qué tal llevas ese tema de la promoción?

Bien, ya he vendido unos 50 o así, y me ha sorprendido… A lo mejor le podría dedicar mucho más tiempo, pero como tampoco soy muy fan de las redes sociales, pues bueno… De vez en cuando publico algo, subo alguna noticia, pero tampoco lo estoy moviendo de una manera excesiva. En fin, estoy contento; voy poco a poco… 

¿Cómo te dio por empezar a escribir? ¿Ha sido siempre tu mecanismo expresivo o lo has descubierto con la novela?

Bueno, no sabía que era una forma de expresarme… Lo hacía cuando me lo mandaban en el colegio, como algo que tenías que hacer. Y gané entonces algún premio, pero me daba igual, la verdad. Luego, con el tiempo, ya pensé: “y a mí que me decían que se me daba bien esto de escribir…”. Y decidí probar.

Ésta es tu primera obra publicada, ¿pero tienes más cosas escritas?

Sí, al principio escribía muchos poemas, relatos… Fíjate, cuando empecé a escribir ya de forma deliberada fue a raíz de una operación de fimosis, con 20 años o así. Lo pasé de mal… Bufff… Y me dije: “esto tengo que plasmarlo para que no se me olvide”. Se lo envié a un amigo más mayor, que ha leído mucho, y le pareció increíble. Ahí me empezó a picar la curiosidad por probar en serio y escribir un libro.

¿Qué temas te inspiran? 

A mí lo que siempre me ha llenado más es la literatura clásica, especialmente los escritores llamados “malditos”, como Bukowski, Henry Miller y similares, que tocaban temas peliagudos para su época, en contra de lo establecido, “realismo sucio”. Van por ahí los tiros y el estilo de escritura que practico.

¿Dirías que ser de Villaverde marca tu visión del mundo y tu forma de escribir? 

Hombre, claro que sí: me he criado aquí… A ver, hasta los 17 yo he sido un chaval de barrio, de estar aquí todos los días… Luego a partir de esa edad empecé a hacer terapia, porque tuve mis problemas, y ahí comencé a plantearme la vida de otra manera, a expandir mi forma de ver el mundo, a querer conocer más, salir del barrio… Pero bueno, algunas de estas historias que escribo son cosas que me han pasado a mí, y el lector tendrá que adivinar cuáles son reales y cuáles no [risas].

¿Y cómo vives el barrio a día de hoy?

Pues la verdad es que ando más metido en el barrio que nunca, porque ahora estoy por las mañanas cuidando a mis abuelos, y claro, cada día bajamos al mercado a comprar, hablo con el pescadero, conozco al panadero, al carnicero, a prácticamente todos los abueletes del paseo, y eso es un Villaverde que no conoce todo el mundo. Aparte de esto, también juego al fútbol con el FutSala Villaverde. Con 16 años empecé a entrenar allí, y recomiendo a todo el mundo la escuela, porque no es fácil encontrar un equipo de barrio, que viene de donde viene, porque al principio no tenían nada y han ido logrando unas cosas increíbles, con entrenadores de calidad y una dedicación alucinante. Allí se aprende realmente a jugar, y gente que viene de otros equipos flipa, porque hay un nivelazo. Yo juego de pívot, pero ahora solamente entreno, ya no compito. Y todo lo que he aprendido de fútbol ha sido aquí.

También eres profesor: cuéntanos esa otra faceta tuya…

Sí, terminé la carrera el año pasado, pero ahora estoy trabajando más como educador social que como profesor. Soy maestro de Primaria, pero estoy con una asociación que trabaja con chavales de familias desestructuradas, con problemas de tipo diverso que no nos podemos imaginar, la verdad… Lo que hago es más bien refuerzo escolar, no es como dar clases en un cole. Tengo chavales desde los seis hasta los dieciséis, organizados en muchos grupos, con los que trabajamos de lunes a jueves el ámbito educativo, y luego los viernes los dedicamos al ocio. Es en Vallecas, que como sabes es muy parecido a Villaverde.

Volviendo a la literatura, ahora estás promocionando tu novela, ¿pero tienes en mente ya alguna otra cosa?

Sí, ahora estoy escribiendo una segunda parte muy despacito, porque tengo muy poco tiempo, o sea que va a tardar un montonazo en salir [risas]. Luego estoy escribiendo las memorias de mi abuela y un diario con mis abuelos, que también van ambas cosas despacito. El diario lo estoy escribiendo porque el panorama es peculiar, la verdad… Son tres en la casa: mi abuela, mi abuelo y la hermana de mi abuelo. Mi abuelo tiene alzhéimer, y su hermana (son los dos ya mayores, tienen casi noventa) creo que principio de alzhéimer, entonces mi abuela tiene ahí una carga inhumana… Y bueno, da mucha pena, pero también hay muchas situaciones surrealistas que me tomo con humor, porque si te las tomas a llorar no haces más que llorar. También tengo el proyecto de hacerme una página web, y un amigo del Líbano me está preparando una portada para esta novela de cara a una posible reedición.

¿Cuáles son tus expectativas en esta carrera que has iniciado?

Mi intención no es hacerme famoso ni el dinero… Primero lo hago por mí, no para impresionar ni para que la gente lo lea… Si la gente me lee, fenomenal; pero si no, no pasa nada. Yo lo que quiero es promover la lectura sobre todo, conseguir que gente de mi alrededor lea más, ya que cada vez se lee menos. De hecho, yo con mucha gente lo que hago de primeras no es venderles el libro, sino que se lo dejo para que lo lean, y luego si quieren se lo quedan, y si no, pues me lo devuelven y ya está. En un futuro, si esto va mejor y tengo más repercusión y más libros, pues no sé… me gustaría dedicar una parte del dinero a una obra social o algo así, pero ya lo dirá el tiempo.

¿Quieres mandar algún mensaje a los vecinos?

Bueno, creo que siempre hay que acordarse de donde uno viene, y me parece más enriquecedor crecer en un barrio humilde, pequeño y obrero que crecer en la abundancia; pero al mismo tiempo creo que hay que estar abierto a salir del barrio, a experimentar nuevas cosas, vivir nuevas experiencias y conocer gente nueva de fuera, porque si te quedas aquí al final terminas estancándote, en plan de “siempre lo mismo con la misma gente, los mismos planes” y demás. Yo hice un Erasmus, y recomiendo viajar y vivir fuera al menos una temporada: a mí sinceramente me cambió la vida.

ROBERTO BLANCO TOMÁS

Libros. ‘Romance. Poemas de cetrería’

‘Romance. Poemas de cetrería’
‘Romance. Poemas de cetrería’

Samuel Zamorano Cauto. Opera Prima / Edición Personal, 2021. 80 páginas

No es la primera vez que Samuel Zamorano Cauto, vecino de Butarque, aparece en estas páginas. La anterior, en 2018, le entrevistábamos con motivo de la publicación de su poemario Solo si la vida es salvaje, y entonces nos confesaba: “La poesía ocupa un lugar importantísimo en mi vida. Siempre estoy escribiendo algo. Siempre llevo algún verso guardado en el corazón, listo para desarrollarlo y convertirlo en poema. […] Además, creo sinceramente que la poesía es el género más alto, noble, bello y misterioso de la literatura. Incluye el universo en un diamante. Aspira al infinito desde la síntesis. Resuelve el mundo en una metáfora”.

También nos hablaba de otra de sus grandes pasiones, la cetrería, de la que tenía publicado un ensayo… Pues bien, ahora le traemos aquí de nuevo porque, en su obra que acaba de salir a la venta, Romance. Poemas de cetrería, ha conseguido unir las dos, poesía y cetrería, demostrando que la primera es el lenguaje natural para mostrar al mundo todo aquello que nos mueve el alma. Exploración lógica cuando te has embarcado en una búsqueda muy especial, a la que se refería Samuel cuando hace tres años nos advertía: “sé que no pararé hasta encontrar el verso más bonito de mi vida”.

Si sienten curiosidad por conocer sus avances en esta bella aventura, Romance. Poemas de cetrería es la respuesta. Y la tienen muy a mano, pues se encuentra disponible en las librerías del barrio.

R.B.T.

Plaza de Santa Ana

↑ La plaza de Santa Ana en mayo de 2013. El Fosilmaníaco
↑ La plaza de Santa Ana en mayo de 2013. El Fosilmaníaco

La plaza de Santa Ana está muy cerca de la Plaza Mayor y de la Puerta del Sol, y seguirá siendo siempre el corazón del barrio de las Letras. Fue originalmente la sede del convento de Santa Ana, fundado en 1586, pero demolido durante el reinado de José I Bonaparte (hermano de Napoleón), en 1810. En el terreno que ocupaba el convento se creó esta plaza alrededor de 1848.

Desde el siglo XVI, el lugar ha sido frecuentado por los artistas más relevantes de cada década: Calderón de la Barca, Lope de Vega y Cervantes, entre otros. El recuerdo de esos tiempos ha quedado latente en las dos estatuas de la plaza. La primera de ellas es el monumento en mármol y bronce dedicado al dramaturgo del Siglo de Oro Pedro Calderón de la Barca, obra de Joan Figueras Vila concluida el 3 de diciembre de 1879 e inaugurada oficialmente en enero de 1880. La estatua, cedida por Adelardo López de Ayala, muestra a Calderón “sedente y arrogante sobre un pilar apuntado con volutas dóricas”. También decora la plaza una pequeña estatua del poeta granadino Federico García Lorca, obra de Julio López Hernández, que se instaló ante el Teatro Español (1996).

PLAZA SANTA ANA

Las dos figuras miran hacia la fachada del Teatro Español, cuyos orígenes se remontan a 1583, aunque fue reconstruido en 1807 debido a un incendio. Los escritores más importantes de España han visto representadas sus obras en el escenario de este teatro.

Hacia el oeste de la plaza está el Hotel Reina Victoria. Este hotel de lujo fue construido en 1916, inaugurado en 1923 bajo el nombre de la mujer del rey Alfonso XIII. Las grandes ventanas de sus habitaciones tienen espectaculares vistas de la plaza. Por cierto, se le conocía como el “hotel de los toreros”, ya que éstos se solían alojar aquí cuando venían a torear a Madrid. De hecho, se dice que Manolete siempre utilizaba la misma habitación.

También, rodeando la plaza se conservan muy diversos establecimientos de hostelería, algunos de ellos de antigua tradición, que sobreviviendo a las distintas remodelaciones urbanas cubren con sus terrazas la mayor parte de su superficie. 

La Cervecería Alemana, construida en 1904, todavía sirve cerveza en jarras, frecuentada a lo largo de su historia por toreros como Luis Miguel Dominguín o artistas y literatos como Ernest Hemingway, que se tomaba aquí sus cañas de cerveza durante sus estancias en Madrid. O la cafetería La Suiza, fundada en 1879 y famosa por su leche merengada. Otro singular establecimiento de la década de 1930 es el antiguo tablao flamenco Villa Rosa, que conserva una bonita decoración de azulejos andaluces y arcos de herradura en su interior y exterior.

En 2001 se renovó la estructura del aparcamiento y sus accesos, lo que supuso la pérdida de casi todos los jardines que quedaban, dejando un colosal pasillo central que ocupa la plaza en su práctica totalidad.

NARCISO CASAS

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Los hijos no se divorcian

Los hijos no se divorcian
Los hijos no se divorcian

En España se produce una ruptura de pareja cada cinco minutos. Sin embargo, el deseo más ansiado según Google es encontrar y mantener una pareja. ¿Te pasa a ti en este momento? Volvemos con un aporte de valor para el pilar de nuestra sociedad, la familia.

Te has divorciado y después de un tiempo vuelves a sentir amor por otra persona, te sientes ilusionado/a, estás expectante por lo que pueda pasar y sobre todo estás abierto/a a vivir esta experiencia. ¿Estás viviendo este tipo de situación en este momento? Tranquilo/a, en este artículo te vamos a dar algunas pautas para que este momento sea de felicidad plena para ti y tus hijos.

Una prioridad es alcanzar acuerdos para así evitar conflictos con los hijos. El bienestar de los niños cuyos padres se separan se puede preservar con ciertas pautas terapéuticas para facilitar su proceso de adaptación a la nueva situación familiar.

En mi charla Los hijos/as NO se divorcian, dirigida a padres y madres interesados en conseguir una buena adaptación de los hijos tras la separación o divorcio, abordo diferentes temas relacionados con la nueva etapa que todos los miembros de la familia están a punto de iniciar. Si ya se encuentran en ella, les doy a conocer pautas para que el proceso se desarrolle y elabore mejor por parte de los adultos y los más pequeños.

Y entre ellas está: “¿cuándo y cómo tengo que incorporar a mi nueva pareja?”. Esta nueva situación puede llegar a ser bastante problemática, pues los cambios suelen resultar complicados para los niños. Es normal que aparezcan celos e inseguridades. Por ello, y para evitar que surjan conflictos a largo plazo, la incorporación de la nueva persona a la vida de nuestros hijos ha de ser progresiva, y más aún si está muy reciente la separación de la anterior pareja. Debemos dejarles tiempo para asimilarlo.

¿Te suena esta situación? Sé que no es nada fácil, pero todo se puede solucionar con tiempo y paciencia. A continuación te dejo algunos consejos para llevar mejor estos momentos:

1. Antes de nada tienes que valorar cuál es tu nivel de compromiso con tu nueva pareja. Si tienes un nivel alto, debe haber espacio para todos en tu corazón, porque para tu pareja sus hijos siempre serán prioridad.

2. Muchas parejas temen la diferencia de edades entre los niños. Encuentra sus fortalezas y compensa sus necesidades, pídeles ayuda, y sobre todo enséñales el sistema “ganar-ganar”: nadie pierde, solo hay ganadores.

3. Lo ideal es tener una sola visión: son nuestros hijos; ni tuyos ni míos: “nuestros”. Esto te ayudará a afrontar los momentos de dificultad: no ignores el malestar. Muéstrate natural y con ganas de colaborar y ayudar, pero sin agobiar. Es fundamental crear un clima de confianza, empatía y complicidad.

4. Sé inteligente a nivel emocional, comunícate en su propio idioma del amor, esto te facilitará la relación. Busca cosas en común para crear espacios del amor, en los que se sientan a gusto, y ten presente que la confianza surge con el tiempo.

5. Por otro lado, es importante que tu pareja te ayude a tener un lugar dentro de la familia. Ten presente que lo único que los niños temen de la nueva pareja es quedarse sin el amor de su papá o mamá.

En mi programa de Asesoramiento Familiar y Personal abordo el divorcio pensando en el bienestar de los hijos, y teniendo en cuenta los desafíos emocionales y educativos que los padres separados y divorciados tienen que vivir en este proceso, para así ayudarles a que sea más fácil para todos.

 por Gabriela Araujo 

Centro de Ayuda a la Familia.
En Familia Sentir-Pensar-Actuar.
C/ Orovilla, 54. Ciudad de los Ángeles.

Nace una plataforma para impulsar la erradicación del amianto en la Comunidad

AMIANTO

La redacción de una proposición de Ley de Erradicación Segura del Amianto y la petición en los presupuestos regionales de partidas destinadas a inventariarlo y eliminarlo están entre sus primeras acciones

La FRAVM, Madrid sin Amianto, la FAPA Giner de los Ríos, CC OO, UGT, la Asociación Víctimas del Amianto, Más Madrid – Verdes Equo, PSOE-M y Unidas Podemos han puesto en marcha un espacio para buscar soluciones a un grave problema de salud laboral y pública que está lejos de ser una prioridad para la Administración y que requiere de una actuación urgente. Entre sus primeras acciones están la redacción de una proposición de Ley de Erradicación Segura del Amianto y la petición en los presupuestos regionales de partidas destinadas a inventariarlo y eliminarlo.

El 23 de enero tuvimos que lamentar la muerte, a sus 61 años, de Santos González, el primer trabajador de Metro de Madrid al que se le diagnosticó asbestosis, enfermedad respiratoria crónica producto de una exposición prolongada al asbesto o amianto. Trabajadores de innumerables sectores industriales están hoy afectados. Sectores como la construcción, demolición y rehabilitación de edificios, instalación, reparación y mantenimiento de sistemas de tuberías de conducción de agua, de calefacción y de refrigeración, reparación de vehículos, mantenimiento y desguace de vagones, limpieza de máquinas, desamiantado y gestión de residuos, entre otros.

Aunque no se conoce con exactitud el número de personas fallecidas por patologías derivadas de la exposición al amianto, diferentes investigaciones atribuyen a la exposición laboral 4.000 cánceres de pulmón y pleura, a las que habría que sumar las fallecidas por otros cánceres como el de laringe y por asbestosis, así como los provocados por la exposición doméstica y ambiental, por lo que podemos estimar que entre 4.000 y 5.000 personas fallecen anualmente por enfermedades provocadas por el amianto.

A pesar de que su uso está prohibido en nuestro país desde 2002, todo el mundo sabe que este producto, cuya marca comercial más conocida es Uralita, sigue presente en multitud de instalaciones, centros de trabajo, naves industriales, edificios públicos y privados, medios de transporte… De hecho, puede estar presente en cualquier edificio construido entre los años 60 y 90 del siglo pasado.

La Comunidad de Madrid no es una excepción, y hoy podemos verlo a simple vista, muchas veces deteriorado (lo que lo hace más peligroso) en centros de trabajo, polígonos, almacenes y escombreras ilegales, pero también en decenas de bloques de viviendas y en colegios, institutos, polideportivos, hospitales y otros equipamientos públicos en toda la región. A lo anterior se agrega la proliferación de vertidos clandestinos de amianto que contaminan aire y suelo por toda la geografía madrileña.

Es urgente actuar para no generar nuevas víctimas porque la vida útil de la mayor parte del amianto instalado está llegando a su fin, lo que implica que aumente la posibilidad de liberación de fibras al ambiente por su deterioro. De no actuar ya, la pandemia del amianto no solo seguirá matando a personas de nuestra generación, sino que también seguirá matando a nuestros hijos y nietos, algunos de ellos que no han nacido aún.

Las entidades que constituyen la plataforma son muy conscientes de que debemos aprovechar el momento y las posibilidades que nos brindan los fondos europeos, que permiten la presentación de proyectos de mejora de la eficiencia energética en edificios que deben ligarse con la eliminación del amianto instalado en el marco del fondo de Recuperación NextGeneration, una oportunidad que la Comunidad de Madrid no debe desaprovechar.

Esta plataforma se ha marcado las siguientes prioridades:

  1. Elaborar una proposición de Ley de Erradicación Segura del Amianto de la Comunidad de Madrid para llevarla a la Asamblea de Madrid y solicitar el apoyo de todos los grupos políticos.
  2. Reclamar la inclusión en los presupuestos de la Comunidad de partidas dirigidas a la elaboración de un registro de edificios, estructuras e instalaciones que contengan amianto instalado, así como de vertidos y vertederos no controlados; el desarrollo de un plan de retirada del amianto que debe priorizar los espacios más sensibles y continuar con el resto de edificios e instalaciones con presencia de amianto; y el impulso de los planes de ayudas a la rehabilitación de las viviendas con amianto.
  3. Implicar en la erradicación del amianto a los ayuntamientos de la región.

Hay que recordar que, aunque la mayor carga de exposición y de enfermedad está en las personas trabajadoras expuestas, la exposición doméstica y ambiental tiene igualmente una vital importancia, y por ello la erradicación del amianto instalado se convierte en un grave problema de salud pública. Pero además, junto a los gravísimos problemas de salud que provocan las fibras de asbesto, se unen otros muy graves sobre el medio ambiente, en particular los derivados del tratamiento de residuos que los contienen, los acúmulos sobre el aire que permanecen y se desplazan y especialmente su peligro al depositarse en el agua de ríos, lagos y arroyos. Fruto de éstos y de su persistencia en las superficies a los efectos sobre los seres humanos hay que sumar los que puede causar sobre la fauna y flora local.

El amianto mata, y seguirá matando. Necesitamos cuanto antes un registro de los espacios que aún lo contienen para proceder, a continuación, con un plan consensuado, a su erradicación definitiva.

FRAVM

La Biblioteca Digital alcanza los 200.000 documentos históricos a disposición de los madrileños

BIBLIOTECA DIGITAL
↑ El Madrid desaparecido en 3D (ejemplo de digitalización de Conde Duque). Prensa Ayto.

La web memoriademadrid.es recibe más de 250.000 visitas a lo largo
de todo el año 2020

En el último año la web de la Biblioteca Digital Memoria de Madrid ha incorporado 18.000 nuevos contenidos, con lo que alcanza ya los 200.000 documentos a disposición de los madrileños a través de internet. Este incremento se ha traducido en una gran respuesta del público, que ha aumentado un 30% el número de visitas a la página hasta alcanzar la cifra de 256.879 en 2020. Fotografías, publicaciones periódicas, libros, expedientes, testimonios orales, partituras, estampas, planos o tarjetas postales son algunas de las colecciones que constituyen este patrimonio digital que recorre la historia documental de la ciudad. 

Entre los últimos documentos incorporados destacan la colección de carteles del Museo de Historia de Madrid; nuevas cabeceras de prensa madrileña como El Diario Universal (1903-1906) o El Mundo (1914-1928) procedentes de la Hemeroteca Municipal; nuevas obras teatrales de la colección de teatro y música de La Biblioteca Histórica de Madrid y expedientes históricos de obra de la Empresa Municipal de Vivienda y Suelo. 

Las redes sociales asociadas a Memoria de Madrid también han experimentado un importante aumento, incrementándose en un 23% el número de seguidores y aumentando en más de un 50% la audiencia de los canales de Instagram y YouTube. 

Nuevos formatos de difusión

Para probar nuevos formatos de difusión de documentos históricos que no tendrían cabida en la web convencional, la Biblioteca Digital ha continuado experimentando a través de su página EsConD: Gabinete de Humanidades Digitales con la publicación de diversos materiales que permiten al público acercarse a la documentación de una manera más atractiva. 

En ella se han puesto a disposición de la ciudadanía documentos en alta definición, entre los que destaca la serie de cartografía histórica de la ciudad con planos de Mancelli, Texeira, Espinosa de los Monteros e Ibáñez de Íbero, que se pueden contemplar de manera minuciosa, así como las recreaciones en tres dimensiones de antiguos edificios desaparecidos de la ciudad y en los que se ha trabajado durante el confinamiento, como la Platería Martínez o las murallas que rodeaban la villa en época medieval. 

Próximamente, también serán accesibles la reconstrucción de la antigua plaza de los Mostenses, con la espectacular iglesia y convento de San Norberto, demolida en 1811; el gran Mercado de Hierro, derribado en la década de 1930; y la antigua calle Mayor en el siglo XIX. 

La Biblioteca Digital ha incorporado además a su catálogo nuevas muestras de “música escondida”, es decir, la interpretación a través de orquestas virtuales de una selección de piezas musicales del teatro madrileño que llevan sin interpretarse más de 200 años, ya que la mayoría solo se escucharon en el momento de su estreno, cuyas partituras se conservan en la Biblioteca Histórica Municipal.

PRENSA AYTO.

La renaturalización del Manzanares, Premio de Buenas Prácticas Locales por la Biodiversidad

El Manzanares es, a su paso por Madrid, un corredor ecológico en plena ciudad. Prensa Ayto.
El Manzanares es, a su paso por Madrid, un corredor ecológico en plena ciudad. Prensa Ayto.

El próximo reto es la mejora de la calidad del agua mediante procesos de depuración que eliminen fósforo y nitrógeno por vía biológica

La Federación Española de Municipios y Provincias ha galardonado a Madrid por su candidatura Renaturalización del río Manzanares en el tramo urbano de Madrid con el primer puesto en la categoría Medio Hídrico de los premios Buenas Prácticas Locales por la Biodiversidad.

El Manzanares es, a su paso por Madrid, un corredor ecológico en plena ciudad. Con la apertura de las presas en 2016, el río recuperó una dinámica natural en caudales, erosión y sedimentación. Se favoreció la aparición de flora y fauna autóctona. En el tramo urbano del río Manzanares cohabitan más de 50 especies de aves, y el barbo, especie piscícola autóctona, ha pasado a ser la dominante.

Garzas reales y fochas comunes, entre otras especies, anidan en un cauce que responde al ecosistema ibérico del Manzanares. Prensa Ayto.
Garzas reales y fochas comunes, entre otras especies, anidan en un cauce que responde al ecosistema ibérico del Manzanares. Prensa Ayto.

Actualmente, el Área de Medio Ambiente y Movilidad, en colaboración con el Museo de Ciencias Naturales, está criando en cautividad dentro de cuatro estanques de la depuradora de Viveros de la Villa peces autóctonos como la colmilleja, la bermejuela y el cacho, que posteriormente se reintroducirán en el río. A lo largo de los dos últimos años se ha conseguido la reproducción de las tres especies y está prevista su incorporación al medio natural próximamente, una vez determinada la localización del punto de suelta y las condiciones más idóneas para ello, pasando a formar parte de la ictiofauna autóctona junto con gobios y barbos.  

Potenciar la fauna autóctona pasa indudablemente por su reintroducción frente a especies invasoras, pero también es necesario mejorar las condiciones para su desarrollo. El Ayuntamiento de Madrid pretende seguir mejorando la calidad de las aguas del río incrementando el número de instalaciones de depuración que eliminen fósforo y nitrógeno por vía biológica, de acuerdo con el Plan de Saneamiento y Depuración elaborado por el consistorio.

La garza real, la garceta, la gallineta, el martinete, el martín pescador o el chorlitejo chico, y diferentes especies de gaviotas, fochas comunes o ánades reales anidan, sobrevuelan y chapotean en un cauce que responde al ecosistema ibérico del Manzanares. Para ello se han eliminado especies alóctonas como el árbol de cielo o ailanto y se han revegetado escolleras, taludes y plataformas con vegetación de ribera: fresnos, álamos blancos, alisos, majuelos, saúcos, rosas silvestres, tarays, sauces y olmos resistentes a la grafiosis.

Un dron para preservar el cauce

Cuando la naturaleza se abre camino con el nuevo régimen hidrológico del río, las arenas sedimentan y forman numerosas islas en el cauce y barras laterales de tierra en sus márgenes. Estas islas son colonizadas por especies de flora autóctona que hay que mantener y controlar para asegurar la libre circulación del caudal de agua, preservando de esta forma la seguridad frente a posibles crecidas.

Como apoyo a las tareas silvícolas y labores de desbroce, se han realizado sucesivos levantamientos fotogramétricos mediante dispositivo láser que han permitido la digitalización del tramo urbano del río.

A finales de 2020 se realizó un levantamiento fotogramétrico con toma de ortofotos aéreas mediante vuelo con dron. A lo largo del próximo mes de abril se realizará otro vuelo para constatar la evolución de las islas en el tramo urbano, lo que permitirá una mejor gestión, minimizando los riesgos hidrológicos.

Nuevas sendas

Será a partir de esta primavera cuando se den por finalizadas las actuaciones encaminadas a conectar dos áreas ambientales mediante una senda peatonal y para bicicletas de un kilómetro, permitiendo el tránsito continuado en el tramo urbano del río. También durante los últimos meses se ha renovado el pavimento del carril bici y de la senda peatonal del Paseo Fluvial del río Manzanares, en el distrito de Villaverde. En total se han renovado 1.530 metros de longitud entre la pasarela I (el final del parque lineal del Manzanares a la altura del mirador) y el cruce del río con la M-40 situada entre La China y las pasarelas de Novosur.

PRENSA AYTO.