Durante el último mes se han desarrollado protestas en Irán por la muerte bajo custodia de la kurda Mahsa Amini por no llevar, según las autoridades, el velo correctamente. Estas manifestaciones son la expresión de descontento generacional hacia una dictadura que hostiga sistemáticamente a las mujeres y las confina al ámbito doméstico desde hace más de cuarenta años. Generacional porque están protagonizadas principalmente por niñas, niños y mujeres jóvenes —y secundadas por hombres—, que desconocen las consecuencias de desafiar al régimen.
Desde la instauración de la República Islámica de Irán tras la revolución de 1979, la lista de violaciones de derechos humanos en el país es extensa. La falta de libertad de expresión o de libertad religiosa, la discriminación, la persecución contra las minorías y la pena de muerte son prácticas arraigadas. En especial, desde aquel año los derechos de las mujeres sufrieron un retroceso significativo.
La mujer quedó relegada en cuestiones de herencia y debió pedir permiso al padre o al marido para estudiar, trabajar o viajar. Según las leyes sobre el uso obligatorio del velo en Irán, pueden ser castigadas con penas de prisión, azotes o multas por dejarse ver en público sin el pañuelo. La ley aplica a niñas a partir de nueve años, pero en la práctica se incluye a las niñas a partir de siete. Abogadas, periodistas, activistas, estudiantes son encarceladas por expresar su disidencia o defender los derechos más básicos.
La artista iraní residente en España Shirin Salehi contaba, en una columna de XLSemanal, cómo de traumático había sido su paso por el colegio en Irán durante la década de los ochenta, cuando el régimen perseguía y asesinaba a los disidentes y muchos iraníes morían en la guerra contra Irak, que duró ocho años: “Nos habían repetido que las niñas nos quemaríamos en el infierno si se nos veía el cabello por fuera del velo y, os aseguro, ninguna niña de ocho años querría arder en el infierno. Estábamos aterrorizadas.”
En las actuales revueltas, la acción de las mujeres pone el foco en arrancarse el pañuelo como signo indumentario no de la fe, sino de la doctrina (una interpretación rigorista de la sharía) impuesta por el régimen. Salen a corear “Mujer, vida, libertad” contra la élite religiosa. Esta generación, que no conoce el duelo de sus predecesoras, no teme aún las represalias de sus acciones. Esa valentía tendrá un alto precio en vidas.
Es prematuro a qué conducirán estas movilizaciones y quiénes lo secundarán, pero aprecio reverberaciones de la llamada “Primavera Árabe”, que sacudió las dictaduras de muchos regímenes del Norte de África y Oriente Medio. Además, con un eslogan semejante que buscaba unir a la ciudadanía en torno a derechos fundamentales: dignidad, libertad y justicia social. Sin embargo, queda mucho por recorrer para alcanzar los niveles de conciencia y autogestión a los que llegaron en 2011 en la plaza Tahrir o en Siria.
Lo único que podemos hacer es difundir las valientes acciones de las iraníes para que sigan teniendo un impacto a nivel global, pues es lo único que genera presión al régimen para que se suavice la represión o libere presos de conciencia. Sí podemos afirmar que muchas mujeres iraníes han encontrado la manera de superar el terror, salir a la calle y desafiar a la élite religiosa que las considera de segunda categoría. Su arrojo imprime ya una huella en la conciencia colectiva, una semilla más en la historia reivindicativa del pueblo iraní que tendrá que echar raíces.
LAILA MUHARRAM
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