Estamos a 31 de agosto, mañana empieza la vida en los colegios y los maestros todavía no tenemos un protocolo de actuación claro y conciso, solo sabemos que tenemos que ventilar a la entrada al aula y a la salida y mandar a los niños que se laven las manos cinco veces al día… Y con esto y sin bizcocho nos mandan a los niños en unos días de vuelta al colegio. Eso sí, aquí en la Comunidad de Madrid se quieren poner cámaras en las aulas… ¿pero para qué? Si no tenemos ordenadores decentes, el mobiliario está destrozado, no nos cambian ni las pizarras, las pizarras digitales no funcionan, nunca va internet en condiciones y un largo etcétera… pero nos quieren poner cámaras. ¿Se habrán parado a pensar en la ley de protección de datos e imágenes de los menores? ¿Alguien habrá pensado si yo como maestra voy a consentir que mi imagen esté siendo grabada? Creo que no.
Los colegios, desde mayo más o menos, tienen protocolos listos para la vuelta a clase, pero esos protocolos han sido elaborados por los maestros de los centros. Hemos puesto toda nuestra buena intención y voluntad, pero no somos sanitarios ni epidemiólogos, no estamos capacitados para ello, y depositan en nosotros ese peso, el peso de la salud de nuestros alumnos. No es justo.
Soy maestra por vocación, me encanta mi trabajo… En septiembre pasado (como todos los cursos), cuando recibí a mis alumnos, sabía que haría todo lo que estuviese en mi mano por ellos para enseñarles, pero este curso no solo se nos pide que les enseñemos: se nos pide que con nuestras consideraciones y como nosotros creamos oportuno les tengamos fuera del alcance de la COVID-19… Y yo lo siento mucho, pero no me siento capacitada para llevar ese peso sobre mis hombros. Soy maestra: educo, enseño y busco tres mil formas de llegar a cada uno de mis alumnos, pero no se me puede pedir que sea responsable de que con el protocolo que nosotros elaboramos nuestros alumnos estén a salvo. Yo no me he preparado para ello, no me he formado para hacerlo y no soporto la idea de tener esa responsabilidad. Durante este tiempo nos hemos cansado de pedir instrucciones claras, pero… aquí estamos.
Cada día los padres nos dejan su bien más preciado, lo más valioso de sus vidas: sus hijos. Siempre les he mirado a los ojos y les he dicho que estuviesen tranquilos, que haría todo lo que estuviese en mi mano, pero esta vez no sé si eso será suficiente.
Una maestra indignada